El gusto de Walter Hill por el western es innegable. Cualquiera puede rastrearlo a largo de toda su filmografía. De forma directa luce en títulos como Forajidos de leyenda (The Long Riders, 1980) o Wild Bill (1995) y más o menos encubierta, bajo dosis de acción urbana, en The Warriors (1978) y Calles de fuego (Street of Fire, 1984) o en las fronterizas Traición sin límites (Extreme Prejudice, 1987) y El último hombre (Last Man Standing, 1996). Hay más ejemplos de ambos tipos, pero quizá los nombrados sean los más populares. En todo caso, todas presentan en común la violencia, inherente tanto al espacio como a los personajes. Quizá Hill la asuma como parte de la identidad nacional de un país donde, desde sus orígenes, la tenencia de armas es legal y su uso está justificado cuando la propiedad y la vida corren peligro. En sus películas muestra enfrentamientos constantes entre los guardianes de la ley y los fuera de ella, sin que a menudo quede claro donde están los límites entre los usos de unos y otros; de hecho, puede encontrar sus héroes a un lado o al otro de la ley. Sea como sea, su cine no es de violencia gratuita, sino que, en todo momento, se encuentra ahí natural a la profesión y a la localización de sus protagonistas: representantes de la ley y delincuentes, dos polos que, por ejemplo, unen fuerzas en Límite: 48 horas (48 Hours, 1982) o se enfrentan en un duelo a muerte en Traicion sin límite, que parte de una historia de Fred Rexer y John Milius —el guion corrió a cargo del veterano del género Harry Kleiner y Deric Washburn—, con quien Hill guarda similitudes. Hill y Milius iniciaron sus carreras a finales de la década de 1960 y despuntaron como guionistas en los primeros años de la siguiente, encuentran en la violencia y en los personajes al margen o al límite dos ejes temáticos de su cine, que tiene influencias del western clásico y de cineastas como John Huston, de quien ambos fueron guionistas —respectivamente en El hombre de Mackintosh (The Mackintosh Man, 1974) y El juez de la horca (The Life and Times of Judge Roy Bean, 1972)—, o Sam Peckinpah, con quien Hill había trabajado en La huida (The Getaway, 1972).
En Traición sin límite, Hill realizó el que quizá sea su ejemplo más explícito de western moderno, en su ubicación, en la rivalidad héroe-villano, en el sheriff a la vieja usanza, en el duelo inicial y el final; pero también es uno de sus grandes ejemplos de cine de acción expeditivo, debido a la presencia del comando de las fuerzas especiales dirigido por el mayor Hackett (Michael Ironside). La trama se ubica a ambas orillas del Río Grande, corriente fluvial que marca la frontera entre México y Texas (Estados Unidos), pero esa mínima distancia no solo enfrenta dos situaciones socio-económicas en las que Hill apenas se detiene, aunque deja entrever la carestía del lado mexicano y de granjeros estadounidenses que se dedican a traficar con las drogas que llegan de México. Las dos orillas también separan a dos antiguos amigos: Jack (Nick Nolte) y Cash (Powers Boothe), policía y narco, ocupaciones que les sitúa en lados opuestos del orden. Y en medio de su amistad/rivalidad se encuentra Sarita (María Conchita Alonso), que si bien no es el detonante del enfrentamiento, lo agudiza involuntariamente. Alrededor de este duelo, Hill desarrolla la trama paralela, que centra en el grupo de élite que actúa bajo el mando de Hackett. Son especialistas, sargentos que han sido dados por muertos, para trabajar en la sombra, fuera de las fronteras estadounidenses, allí donde los intereses de su país precise de sus habilidades. Por eso les sorprende que deban trabajar dentro de sus fronteras y a pleno día, pero son soldados y obedecen, van donde les lleven, incluso hasta ese enfrentamiento final de aparente esencia Peckinpah.
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