Como combinación cineasta-empresario, Ignacio Ferrés Iquino, tuvo que ser un poco artista-economista, emprendedor, narrador, comerciante, ángel, cuando no diablo, o si correspondía, poli bueno o poli malo, pero siempre un incansable hombre de cine y de negocios. Con esto no quiero decir que fuese un gran cineasta, ni que no lo fuera, ni todo lo contrario, sino que conocía los entresijos del medio cinematográfico y el color del dinero. Pero eso fue después. Antes, el futuro director de más de ochenta películas, algunas incluso buenas, guionista de al menos cien e industrial cinematográfico con factoría propia, de padre compositor y madre actriz, comenzó su formación artística estudiando música y pintura. Continuaría su educación formal e informal en París, que dicen bien vale una misa y un buen puñado de noches de insomnio y fiesta. Por entonces, ubiquémonos en la década de 1920, la capital francesa era centro cultural y urbe cosmopolita, con mucho pintor y escritor suelto rondando sus calles, sus tascas, el montepío o la casa Gertrude Stein. También había admiradores de Josephine Baker, de Abel Gance y de aquel mimo bajo la sombra de la Eiffel, un montón de gente en las terrazas de los bares y la clase proletaria sin tiempo para tomar el sol, salvo que trabajase al aire libre, entonces, tenía horas de más, por lo que el joven Ignacio bien pudo encontrarse a sí mismo y a personas de todos los colores, e incluso a alguna desdibujada y algún que otro transparente. En alguna de las orillas del Sena, el natural de Valls (Tarragona) aprende decoración teatral y este conocimiento le será de utilidad cuando se dedique al cine —en ocasiones aprovechaba el mismo decorado para rodar dos películas a la vez—. De regreso a Cataluña, y afincado en Barcelona, diseña y dibuja para varias publicaciones, pero, inquieto en su búsqueda, monta un estudio fotográfico. Supongo que de la fotografía a la imagen en movimiento solo era cuestión de que el gusanillo emprendedor que llevaba dentro le diera un empujón para crear su productora Emisora Films. De repente, las piezas encajan. Sin que hubiese sido consciente en cada momento, lo aprendido hasta entonces le sirve para encarar con ciertas garantías y seguridad creciente su nueva aventura profesional y artística: el cine. Su primera película, también la de su empresa, es el cortometraje Sereno y… tormenta (1934), a la que siguen el documental Toledo y el Greco (1935) y los largometrajes Al margen de la ley (1935), basado en el crimen del expreso de Andalucía, y Diego corrientes (1936), que sigue las andanzas del bandolero andaluz.
Verano de 1936, los militares, los monárquicos, los carlistas, los falangistas y otros tipos se levantan en armas contra el gobierno legítimo, elegido en las urnas. Estalla la guerra civil. Ferrés Iquino trabaja para la FAI (Federación Anarquista Ibérica), que le produce la comedia Paquete, el fotógrafo público número uno (1937). La guerra concluye con derrota de la democracia y la posguerra se cobra sus primeras víctimas. Exilio para unos, fosas, cárcel y encierro para otros, lujo y bienestar para pocos, hambre para muchos, dolor para casi todos. El Iquino de posguerra empieza a trabajar con Aureliano Campa, que le produce para Cifesa películas que firma solo con su segundo apellido. Durante la década de 1940, la empresa de la familia Casanova es la gran productora cinematográfica española; juega en otra liga, a la que solo aspira entrar, y entra, la Suevia Films de Cesáreo Gonzalez. Cuando, junto a su cuñado, Francisco Ariza, Iquino relanza Emisora Films, en Viviendo al revés (1943), no pretende competir con las dos “gigantes”. Es consciente de que su juego es otro: quiere ofrecer un producto de consumo fácil y barato de producir y acorde a la demanda del público, a poder ser emulando a Hollywood. E igual que hacen las empresas de Casanova y González, contrata un equipo técnico y otro artístico, cuyos rostros más populares son el actor italiano Adriano Rimoldi y las actrices Ana Mariscal y María Martín. No hay más prueba para comprender su buen hacer empresarial que los años que mantuvo a flote su IFISA (Ignacio Ferrés Iquino Sociedad Anónima), creada tras abandonar, por motivos personales y familiares, Emisora Films, donde Antonio Isasi-Isasmendi había entrado a trabajar como ayudante de montador: <<Con Iquino —le conocíamos todos por su segundo apellido ya que escondía el primero con su F. de Ferrés— me quedaría unido profesionalmente durante largos años y sería la persona de la que yo aprendería una parte fundamental de lo que más tarde me atrevería a hacer.>> (1)
En el seno de la factoría IFI trabajaron José María Nunes, Josep Maria Forn, Juan Bosch, también natural de Valls, Antonio Santillán, Javier Setó, José Antonio de la Loma, Joaquín Luis Romero Marchent, Juan Lladó o Mario Camus, que recuerda que empezó <<con una productora dura, con Iquino, un hombre que sabe mucho de cine>>. (2) El cineasta tarraconense produjo los dos primeros largometrajes de Camus, Los farsantes (1963) y Young Sánchez (1963), consciente de que no era una cuestión de altruismo ni de arte, sino de negocio, aunque ambos films son espléndidos, como lo es El ojo de cristal (Antonio Santillán, 1956), también producida por Iquino. <<El aprendizaje duro con Iquino me vacunó contra cualquier deseo de presumir, o cualquier vanidad y contra ese jaimismo que teníamos todos un poco, porque éramos jóvenes, alegres y nos parecía que el cine que se hacía era mucho peor que el que nosotros podíamos hacer>>. (3) y es que Iquino era de la vieja escuela, la de los Edgar Neville, Rafael Gil, José Luis Sáenz de Heredia y otros cineastas que habían empezado a hacer cine en los años treinta, la escuela del día a día, ubicaba en cada rodaje, y que no era del gusto de los jóvenes cineastas de los “nuevos cines”. Esto también sucedió en Francia, en Reino Unido y en cualquier país donde se levantaron las olas de los años sesenta; los pipiolos creían que sus abuelos no valían, que ellos revitalizarían el cine, pero eso es relativo y, además, es otra historia, que llevaría largo tiempo contar y desarrollar. Como cineasta hizo desde comedia hasta western, pasando por el cine negro y el S; como empresario logró mantener a flote su empresa ajustando los gastos, atendiendo a las modas y a los géneros, dando cabida a técnicos y cineastas a quienes no trataba como un padre comprensivo y cariñoso. No, por la sencilla razón de que no era su padre. Él era hombre de negocios y su negocio era el cine o quizá fuese al revés: un hombre de cine que vio negocio en hacer películas. Josep María Forn recordaba que <<Ignacio F. Iquino siempre me había ofrecido trabajar con él, pero a mí nunca me interesó esta opción porque solía exprimir a sus trabajadores y yo prefería ir más a mi aire. Pero en aquellos años me quedé sin un duro, debí tragarme todo lo dicho y acepté colaborar con él. Me ofreció cinco mil pesetas a la semana. Y el primer trabajo que me encargó fue algo muy kafkiano: me encomendó buscar en un armario repleto de papeles un guion que me gustara para hacer una película. Así, encontré “El fiscal”, una sinopsis de unas veinte páginas escritas por José Luis Dibildos y Noel Clarasó. Me interesó la idea y le propuse a Iquino adaptar yo mismo el guion. Aceptó sin aparentes reparos, pero a la hora de la verdad fue algo caótico. Se sentaban a mi lado él y Juliana San José y, por ejemplo, si le sugería que uno de los personajes recitara una poesía, como un poseso se negaba en redondo: “¡Esto no, el cine y la poesía no pueden fusionarse!” Además, condicionó la trama a que cada cierto tiempo debería aparecer una pelea. Pese a todo, no me disgustó la historia.>> (4)
Siempre pendiente del mercado, Iquino daba al público lo que creía que este demandaba: que sí un western, pues toma tiros, Sábata, Trinidad o como te llames; comedias, vamos a reírnos con sistemas futbolísticos o con ángeles al volante; drama religioso y de tono neorrealista, ahí tienes El judas (1952), cuya versión en catalán fue prohibida por las autoridades; que Cifesa llena las salas con épicas o dramones históricos, hago El tambor del Bruch (1948). ¿Quieren más? Pues venga un musical estilo Hollywood o uno folclórico; ¿por qué no pasan y ven una de juventud a la intemperie o una más calentita de destape? En definitiva, era un malabarista y equilibrista cinematográfico que cuadraba cuentas y narraba preciso, atento a las exigencias del mercado. Se las sabía todas o casi todas, quizá porque se inició en el cine durante la Segunda República, rodó durante la guerra y, ya en la posguerra, se dedicó a filmar como si no hubiese un mañana. Lo hizo en comedias escapistas como Alma de Dios (1941), El difunto es un vivo (1941) o Los ladrones somos gente honrada (1942), “comedias blancas” en las que exhibiría un estilo narrativo sin florituras, rápido. Su intención era divertir y entretener, quizá, salvo alguna excepción de mayor calado emocional y psicológico tal cual Abel Sánchez (Carlos Serrano de Osma, 1946), el cómico de evasión era el único tipo de cine (junto al drama literario, el bélico de propaganda, el histórico o el religioso) que se podía hacer entonces, para no levantar sospechas ni recibir collejas por parte de la censura. Durante la década de 1940 dirigió treinta películas, casi nada, y al inicio de la siguiente realizó Brigada criminal (1950), que, junto Apartado de Correos 1001 (Julio Salvador, 1950), está considerada fundacional del cine policíaco español. Iquino conocía las modas de Hollywood, que era el espejo en el que se miraban Cifesa y Suevia, y, por descontado, su IFI no fue menos. Su empresa llegó a contar con distribución propia, con estudio de doblaje, de rodaje y de sincronización, lo que le permitía controlar todos los aspectos relacionados con la producción cinematográfica. Quizá su cine no posea la calidad de un Neville o la del primer Rafael Gil, puede que ya no se recuerden sus películas, pero nadie puede negar que mantenerse a flote una empresa de cine y estar en activo durante medio siglo es todo un logro.
(1) Antonio Isasi-Isasmendi: Memorias tras la cámara. Cincuenta años de UN cine español. Ocho y medio, Madrid, 2004.
(2) Mario Camus, en Antonio Castro: El cine español en el banquillo. Fernando Torres Editor, Valencia, 1974.
(3) Mario Camus, en Los “Nuevos Cines” de España. Ediciones La Filmoteca, Valencia, 2003.
(4) Josep Maria Forn, en la entrevista de David Pizarro, publicada en Dirigido por… 399, abril de 2010.
Desde luego, Antonio, debemos de tener telepatía o algo así, puesto que la última película que he visto y comentado en mi blog ha sido, precisamente, una de Iquino: "La familia Vila" (1950).
ResponderEliminarSaludos.
No lo descarto, que coincidimos bastante. Todavía, no he visto "La familia Vila". Por lo que he podido ver en tu blog, de las de Iquino que tienes comentadas, es la que me falta. La labor de Iquino me resulta atrayente. Tampoco sabría explicar el porqué. O quizá sea porque lo veo como uno de esos cineastas que hacen cine sin pretensiones de grandeza; lo hace, sin pretender pasar por lo que no es. Me parece encomiable la labor de recuperación de cine español (y de otros lugares) que estás realizando en Cinefilia Sant Miquel.
EliminarSaludos.