miércoles, 16 de marzo de 2022

Edgar Neville. Humorismo en el cine


Al no haberle conocido en persona, puede que peque de osado al decir que Edgar Neville fue un adulto que nunca dejó de ser niño, pero lo digo en relación a lo que desprende su cine y su obra literaria. En su vida profesional, al igual que el personaje de El marqués de Salamanca (1948), era emprendedor inquieto, aunque lo suyo no fuesen los negocios de la sal, de la banca, los ferroviarios o los urbanísticos. El negocio de Neville fue el cine, el teatro, el periodismo, el humor, la vida. De noble cuna y de bolsa llena, desde su juventud, abrazó la buena vida, alcanzó maestría a la mesa, en las tertulias, en la conversación, disfrutaba Madrid, en tablaos y en plazas de toros. Trabó amistad con otros jóvenes y no tan jóvenes que visitaban la Granja del Henar, intercambió humorismo con Antonio de LaraTono“ y López Rubio, con Miguel Mihura y Enrique Jardiel Poncela. Lo hizo en Buen Humor, la revista de Sileno, y en La codorniz, la dirigida por Mihura; y quiero suponer que también bromeó en sus horas libres de diplomático en Washington. Desde la capital estadounidense se dejó caer por Hollywood, y allí disfrutó y compartió momentos de amistad con Charles Chaplin, Douglas Fairbanks y Mary Pickford. Fue en esa ciudad fábrica de fantasías de celuloide donde se dejó conquistar por el cine y por otros amores. Colaboró en la magistral Luces de ciudad (City Lights, 1931) y debutó en la dirección con la versión española de El presidio (1931), aunque no se le acredite como director. Sus películas son reflejos de su personalidad desbordante, quizá exagera, humorística, vitalista, que mezcla su origen aristocrático con su gusto popular.


Esa personalidad trasladada a la gran pantalla juega a expresionista en La torre de los siete jorobados (1944), cabalga sobre la comedia chaplinesca, más que realista, en El último caballo (1950), recuerda nostálgica Mi calle (1960), su última película, o bromea con avaricia sobre La ironía del dinero (1956), que divide en varios episodios que hacen honor al título que los engloba. A menudo se nombra La vida en un hilo (1945) como su mejor película y, aunque no niego su valor ni el atractivo de su tema y de su puesta en escena, no creo que sea ni mejor ni peor que “sus otras mejores”, solo diferente, porque plantea interrogantes existenciales de los que hasta entonces estaba desprovisto su cine. Pero lo diferente es marca de la casa, como demuestra Duende y misterio del Flamenco (1952), su primer largometraje en color y una de las mejores películas sobre dicho arte popular, puede que la mejor. Sorprende, gratamente, El señor Esteve (1948) y dejan buen recuerdo El crimen de la calle de Bordadores (1946), Correo de indias (1942) y Domingo de carnaval (1945). A falta de conocer su producción de la época republicana y los documentales propagandísticos que rodó durante la guerra, paseo por Verbena (1941), un mediometraje que toma de referencia a Tod Browing para ir por libre y desarrollar el humor tan reconocible de este cineasta responsable de Café de París (1942), La muchacha de Moscú (1942) y El traje de luces (1947). En Frente de Madrid (1939) adaptó uno de sus relatos, inspirado en experiencias propias en la Ciudad Universitaria durante la Guerra Civil, y en Nada (1946) a Carmen Laforet, pero quizá esta última sea la menos Neville de Neville, porque la historia impide esa exageración tan suya y, por tanto, la película carece de su humor, que es un rasgo propio de su cine. Quizá no fuese el director idóneo para la adaptación de la novela de Laforet; tal vez Rafael Gil, tal vez Carlos Serrano de Osma, ¿quién puede decirlo? Lo único seguro es que Neville tenía un universo cinematográfico propio, reconocible, inimitable, uno que encontró su imagen en el humor castizo, en la fantasía y en lo popular, pero también en el rostro de Conchita Montes, la actriz que asoma y protagoniza muchas de las mejores películas del director de El baile (1959), film basado en su obra teatral.



2 comentarios:

  1. Que brillante Toño este personaje bien vale varios tomos, que grande es España.

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    1. Opino igual, Marcelo. Un cineasta fuera de lo común; creo que iba por libre en aquella España, o eso se desprende de su cine. A Neville, lo veo similar a los protagonistas de “El último caballo”: un tipo sin prisa por llegar a la modernidad. Y debido a eso fue de los cineastas españoles más modernos.

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