domingo, 13 de febrero de 2022

Verbena (1941)


De izquierda a derecha, dos hombres trajeados, y de apariencia sospechosa, transitan y cuchichean antes de ser interrumpidos por el vendedor (Manuel Dicenta) de bigotes falsos que les sale al paso y les ofrece sus artículos. La situación y el personaje bigotudo apuntan el humor que dominará el resto de metraje de Verbena (1941), cuya media hora de duración resulta una espléndida oportunidad para descubrir a Edgar Neville en su versión más festiva, de fiesta por una verbena madrileña donde lo popular se mezcla con su humor, que por momentos alcanza el absurdo. Por su ubicación y por la apariencia de sus personajes, Verbena parece influenciada por El palacio de las maravillas (The Show, 1927) y La parada de los monstruos (Freaks, 1931), ambas realizadas por Tod Browning, pero nada más lejos de la realidad, ya que el palacio de las maravillas de Neville es un lugar para la comedia, no para el drama y la denuncia, aunque también tenga <<fenómenos de la naturaleza>> que atraen a la multitud, como vocifera Don Paco (Miguel Pozanco), el dueño de la barraca, a la entrada de su negocio. Madame Dupont (Amalia Isaura), la mujer barbuda que canta coplas, Stella Matutina (Maruja Tomás), la cabeza parlante, y otras atracciones como Rachmaninoff (José Marín), <<cosaco que se traga los peces y los devuelve vivos>> forman parte del espectáculo de don Paco, quien, debido a su situación económica, cede el contrato de Stella a Levinsky (José María Lado) —uno de los sospechosos del inicio— a cambio de que este le perdone la deuda. Resuelto su problema, el empresario le comunica su decisión a su empleada, quien ya ha recuperado el cuerpo entero tras la función. Stella escucha la noticia, y ruega que busque otra solución, pero, ante las palabras de don Paco, no puede más que resignarse a su mala fortuna. Le restan tres años de contrato, que debe cumplir en América, hacia donde parte Levinsky, y no puede negarse porque asume que su sacrificio salva al resto de la compañía. Más o menos, este es el argumento de este entretenido cortometraje, aunque la historia en sí es lo de menos. Lo mejor son las situaciones en las que Neville da rienda suelta al humor, en los diálogos y en feriantes como el vendedor de bigotes, el del puesto de la fuerza (Manolo Morán), a quien le sorprende que la gente pague por dar golpes con la maza, y, más que ninguno otro, la mujer barbuda que, para mostrar su protesta ante la decisión de don Paco, se afeita.


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