Young Sánchez (1963)
Los primeros años de la década de 1960 apuntaban hacia un cine español de calidad, con películas como El cochecito (Marco Ferreri, 1960), Plácido (Luis García Berlanga, 1961), Viridiana (Luis Buñuel, 1961) o El verdugo (Luis García Berlanga, 1963) y con la irrupción de cineastas noveles con ganas de cambiar una cinematografía anquilosada y condicionada por la dictadura. Los miembros del Nuevo Cine Español (Carlos Saura, Francisco Regueiro, Manuel Summers, Mario Camus, Miguel Picazo,...) fueron los protagonistas de un espejismo de lo que pudo y no llegó a ser, cuando el cine español buscaba la modernidad cinematográfica que también se estaba asentando en otros lugares de América, Asia o Europa. Dicho espejismo, similar al que sufre el protagonista de Young Sánchez (1963), no tardó en desaparecer, aunque tras de sí dejó un buen puñado de películas de incuestionable calidad. Sin duda, una de ellas es Young Sánchez, el segundo largometraje de Mario Camus, quien con anterioridad a la realización del film había colaborado con Saura en el guión de la imprescindible Los golfos (Carlos Saura, 1959) y debutado en la dirección de largometrajes con la también realista Los farsantes (1963). Como era costumbre en una cinematografía condicionada por las subvenciones, los intereses de los productores o la escasez de medios, Camus asumió la realización de Young Sánchez en precarias condiciones de rodaje, pero esto no le impidió realizar un soberbio film que rezuma pesimismo y realismo en cada uno de sus fotogramas. Su película, atípica en cuanto a su temática boxística, apenas abordada en el cine español, es la sombría exposición del paso de Paco "Young" Sánchez (Julián Mateos) de amateur a boxeador profesional desde las tres perspectivas priorizadas por Camus: la decisión del púgil, entre la realidad que vive y el sueño que persigue, y con el que fantasea; la honestidad de Paulino (Luis Romero), su entrenador e imagen de la experiencia; y la amargura de Conca (Carlos Otero), el rostro del púgil que pudo ser y del hombre derrotado que es en el presente durante el cual se desarrolla la acción. Ambos intentan guiar y prevenir a ese joven inocente y ambicioso que se deja arrastrar por la necesidad de abandonar la miseria en la que vive. Paco Sánchez es un buen hijo, un excelente púgil, un mecánico modelo en la fábrica donde busca empleo a Conca, pero también es alguien que debe decidir entre aquello que sabe correcto (ser fiel a sus valores y a sus amigos) o aceptar la corrupción que puede proporcionarle la rápida salida que anhela y que se presentan ante él en forma de Rafael Carrasco (Sergio Doré), el promotor sin escrúpulos, trajeado y refinado, que, amañando combates o engañando a sus pupilos, solo pretende enriquecerse a costa de sus luchadores. La elección entre los dos espacios, el real al que pertenece y el imaginario al que desea acceder, marcan el conflicto interno de Paco, un conflicto que no se fuerza en la pantalla, aunque se intuye y fluye en la interioridad de quien vive su cotidianidad mientras imagina y desea iniciar la carrera profesional que le permita las comodidades negadas a él y a los suyos. A lo largo del metraje de Young Sánchez se prioriza el tono documental, tanto en las peleas como en los espacios físicos (el gimnasio de Paulino, las calles o el hogar de los Sánchez) para incidir en el enfrentamiento entre la realidad que se muestra en la pantalla y el sueño que, a un alto precio, precipita el recorrido hacia la derrota existencial de Paco, quien duda, observa, piensa, traiciona sus valores y lucha para progresar en un entorno donde el progreso es imposible. Como tantos otros jóvenes luchadores, él es otra pieza prescindible a la que exprimir, lo sabe, se lo advierte su entrenador y lo observa en los métodos de Carrasco, aun así, decide romper los lazos que le unen a Paulino y a su entorno hostil pero más sincero para acceder a otro, que si bien puede proporcionarle un respiro momentáneo, posiblemente acabará por ahogarle y convertirle en el reflejo de su amigo Conca.
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