El guion de Alberto F. Galas y José María Belloch, Primer Premio Nacional 1955, lo cual no quiere decir mucho —si se tiene en cuenta la censura cinematográfica y la parcialidad de los premios de la época—. fue llevado a la gran pantalla por Pedro Lazaga en Torrepartida (1956), un film sobre el bandolerismo de posguerra ambientado en la Sierra de Teruel. Pero aun siendo su fotografía en color, se trata de un film que mira en blanco y negro, pues se posiciona sin disimulo y recrea un ámbito rural donde los buenos son unos y los malos son otros y todos ellos son estereotipos. Así de simple, es un enfrentamiento sin tonos grises, ni siquiera en el caso de Manuel (Germán Cobos), a quien los autores esbozan cual tipo sin suerte que se ha visto condicionado por su relación con su hermano Ramón (Javier Armet), el buen hijo, quien continuamente le recrimina su comportamiento, y por la mala compañía de Rafael (Adolfo Marsillach), el jefe de la banda a la que se une, aunque nunca se encuentra integrado, y el resto de compinches que se dedican a cometer todo tipo de fechorías por la zona.
Inferior en todos los aspectos a Cuerda de presos (1955), Torrepartida también transita por espacios montañosos, pero su trama resulta menos interesante que aquella, igual que sus personajes. Esta no depara novedad y se sostiene sobre sucesión de tópicos. No obstante, hay momentos en los que Lazaga, que creció viendo cine y apasionándose por el cine, demuestra habilidad cinematográfica aprovechando el espacio para crear un híbrido entre el policiaco y el western. Pero lo que se impone es el drama entre hermanos, Manuel y Ramón, el primero luchó al lado de la República y el segundo junto a los sublevados militares y ahora es la autoridad civil de Torrepartida, el pueblo donde se desarrolla parte de la historia. La distancia entre ambos se antoja forzada, más aún sus personalidades o la ausencia de estas, ya que, a decir verdad, son estereotipos más que personajes. Lo mismo sucede con Antonio (Enrique Diosdado), el capitán de la guardia civil, y con el líder de los bandidos. Ya no digamos María (Nicole Gamma) —novia de Manuel, pero prefiere a Ramón—, que solo sirve de excusa para remarcar el enfrentamiento entre hermanos y conducir el film al enfrentamiento final en la montaña. Pero ni la historia, endeble, ni sus personajes, de psicología poco trabajada, restan el buen inicio de Lazaga, que abre Torrepartida en clave de western, con el asalto a la estación de tren y la posterior huida de los asaltantes, perseguidos por la guardia civil, encargada de vigilar el camino y abatir a cuantos se salgan de él, como demuestra el final del “Alicantino” (Fernando Sancho), acribillado tras ser descubierto en su escondite. El único personaje en aparente conflicto es Manuel, pero pronto se comprende que también él funciona en superficie. Esta ahí para cumplir un cometido, que se fuerza y se nota, que es introducir al republicano arrepentido y hacer todavía mejor al hermano bueno: Ramón, el alcalde, que tampoco resulta un personaje simpático; en realidad, lo contrario. Quizá la impresión del público de su época fuera diferente a la que pueda generar hoy. Lo mismo o similar sucede con el capitán de la guardia civil, representante del poder militar y, como tal, no duda: primero el deber y después lo demás. De modo que se niega a negociar con los secuestradores de su hijo, desoyendo las súplicas de su mujer (Rosita Yarza), que llora y repite que es su único hijo y que deben negociar.
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