Varios nombres imprescindibles de la cultura española del siglo XX se citan en Bodas de sangre (1981), la adaptación musical que Carlos Saura realizó de la obra teatral homónima de Federico García Lorca, el drama que deparó el primer gran éxito en vida al poeta granadino, a este y al otro lado del Atlántico —según cuenta Ian Gibson en la biografía del lírico, su triunfo en Argentina durante su visita, que se prolongó durante el otoño de 1933 y el inverno del 34, fue apoteósico y le posibilitó su independencia económica. La película supuso un cambio en el cine de Saura y el inicio de su colaboración con el bailarín Antonio Gades, que se completaría con Carmen (1983) y La hora bruja (1986). El film abarca un único ensayo del montaje que pretende llevar a cabo Gades con Cristina Hoyos, la tercera pieza clave del tríptico, como primera bailarina en el papel de la novia, pero antes observamos la llegada del equipo artístico, sus preparativos y el calentamiento durante el cual el bailarín da indicaciones e insiste en algunos pasos. Por un instante, previo al ensayo, la cámara se detiene en el rostro de Gades, mientras se maquilla. Escuchamos su pensamiento. Recuerda sus orígenes para el arte de la danza, cuando llega a ella por necesidad, después de haber probado distintos oficios. Sin estudios, sin cultura artística, la cual iría adquiriendo con los años, fue pasando por varias compañías hasta que decidió quedarse en París y estudiar danza y conocer otras expresiones artísticas. A fuerza de constancia, trabajo y un don para el baile se convirtió en figura clave de la danza, en director del Ballet Nacional y, junto a Saura, en alma del tríptico que inicialmente encuentra en la obra Bodas de sangre su primera inspiración. De ese modo, adaptar a Lorca es la excusa que pone en marcha un proyecto común en el que el cine de uno y el ballet del otro —Gades había llevado a Lorca y Bodas de sangre al escenario en 1974— se fusionan para expresar con imágenes (Saura) y mediante el cuerpo y sus movimientos (Gades) las situaciones, las emociones y el drama; y apartándose de la adaptación ortodoxa, ajenos al cine musical de la época, y prescindiendo de texto, logran una espléndida adaptación de este drama del gran poeta granadino que ya había sido llevado a la gran pantalla con anterioridad en la producción argentina Bodas de sangre (Edmundo Guibourg, 1938) y en la marroquí Noces de sang (Souheil Ben-Barka, 1977).
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