<<Creo que ella es el producto más sensacional de la publicidad que ha producido el cine mexicano. Todo lo llevaba a cabo María con una habilidad y una picardía que cualquier cosa suya era ya motivo de crónica periodística o de noticia exclusiva. Su boda con Agustín Lara fue un prodigio de habilidad y conocimiento de la forma de comportarse de la prensa. Acudían a los periódicos a desmentir o a confirmar la boda, a dar largas al asunto. Fue una verdadera campaña de publicidad. Cuando en cierta ocasión los vendedores de periódicos pidieron a María que presidiera una de sus fiestas anuales, ella aceptó la invitación, pero no acudió. Entonces los papeleritos decidieron no vocear aquel periódico o revista en los que aparecía la foto de la Doña. Ella respondió invitando a un numeroso grupo de papeleros a un desayuno. El resultado final fue más publicidad. Sabía muy bien que dejándose ver muy poco aumentaba el misterio que la rodeaba. Sabía a dónde tenía que ir y a qué lugares no debía acudir. Todo lo que iba haciendo era motivo de asombro. Cuando filmaba exteriores lejos de la capital, todos nos enterábamos de que un avión llevaba un gran refrigerador con sus frutas preferidas. “Porque ella no podía tomar frutas sino en muy buen estado”. Fernando Soler, aparte de todo esto, ayudó a la gloria de María cuando dijo que, a partir de La mujer sin alma, ella había demostrado ser una actriz talentosa. Yo creo que es en Enamorada cuando la estrella se supera. Pero en cuanto a publicidad, pienso que ya lo sabía todo, desde el primer film.>>*
Ciertamente, los papeleros son fundamentales a la hora de crear estrellas; aunque hoy, más que estrellas, iluminan en la pantalla astros fugaces que entran en combustión y se consumen apenas contactan con el éxito, quizá sea debido a que hay otros medios de propagación de “luz” y publicidad, más apurados, cambiantes y necesitados de “madera” que quemar que los de entonces —que ya apuraban y quemaban lo suyo. O quizá fuesen las propias estrellas, el glamour y la imagen inalcanzable que creaban y les ayudaban a crear. O que nuestras mentes “miren” más aceleradas y, tal vez, descentradas que las de ayer. Hoy, quizá sea impresión errónea, el cine me parece más mundano, precipitado, ruidoso e industrial, más próximo y desechable, de consumo tipo cadena de comida rápida; claro que existen sus muchas excepciones, bares, tascas, romerías y restaurantes donde darte un buen atracón. Pero salvedades, comidas y dudas aparte, estoy convencido de que María Félix fue y es un mito del cine mexicano; probablemente su estrella con mayor presencia, magnetismo y sensualidad en la pantalla, de una fuerza natural y artificial que, si tuviese que encontrar con quien compararla, tendría que acudir a una italiana tan energética e igualmente sensual y arrolladora. Me refiero a Anna Magnani. Ambas, junto a otras inolvidables actrices como Bette Davis, Joan Crowford, Melina Mercuori, Jeanne Moreau o Claudia Cardinale, se hacen con las escenas en las que asoman sin apenas aparentar esfuerzo. La presencia de la “Doña” siempre reclama las miradas, aun tenga frente a ella a intérpretes masculinos de la talla de Fernando Soler, Arturo de Córdova, Pedro Armendariz, Vittorio Gassman, Jack Palance, Fernando Rey, Jean Gabin, Yves Montand, Francisco Rabal, que recuerda en sus memorias (“Si yo te contara”) que <<no era fácil trabajar con ella>>, Gerard Phillipe o Fernando Fernán Gómez, quien escribió en “El tiempo amarillo” que, en Cannes, donde se presentaba Faustina (José Luis Sáenz de Heredia, 1957), <<bastante público, al vernos llegar a él (el Palacio del Festival), nos pidió material de información, sobre todo fotos de María Félix>>, que era la protagonista femenina y el mayor reclamo popular de la película. Más que reclamar, la actriz atraía la atención del público con un arte inexplicable, más allá de apoyarme en una explicación tan vaga como decir que era una mezcla de talento innato, belleza, corazón apasionado, carácter ardiente y trabajo. Probablemente fuese algo de eso y de otras muchas cosas que se me escapan, pero lo cierto es que el público, al menos en su mayor parte, sentía atracción hacia ella y hacia sus personajes. Incluso, como se deduce del texto inicial, la atracción era tal, que traspasaba la pantalla y se producía en la vida real de María de los Ángeles Félix, todo lo real que pueda ser la existencia de una estrella mediática de su envergadura, consciente de que incluso su cotidianidad, dentro y fuera del plató, era parte de la vida de otros; por otro lado, esto es algo que no deja de resultarme curioso, cuando no, digno de estudio.
*Enrique Rosado, citado por Pablo Ignacio Taibo I: María Félix. 47 pasos por el cine. Ediciones B, 2008.
Filmografía
El peñón de las ánimas (Miguel Zacarías, 1942)
María Eugenia (Felipe Gregorio Castillo, 1942)
Doña Bárbara (Fernando de Fuentes, 1943)
La China Poblana (Fernando A. Palacios, 1943)
La mujer sin alma (Fernando de Fuentes, 1943)
La monja alférez (Emilio Gómez Muriel, 1944)
Amok (Antonio Momplet, 1944)
El monje Blanco (Julio Bracho, 1945)
Vértigo (Antonio Momplet, 1945)
La devoradora (Fernando de Fuentes, 1946)
La mujer de todos (Julio Bracho, 1946)
Enamorada (Emilio Fernández, 1946)
La diosa arrodillada (Roberto Gavaldón, 1947)
Río escondido (Emilio Fernández, 1947)
Que Dios me perdone (Tito Davison, 1947)
Maclovia (Emilio Fernández, 1948)
Doña Diabla (Tito Davison, 1948)
Mare Nostrum (Rafael Gil, 1948)
Una mujer cualquiera (Rafael Gil, 1949)
La noche del sábado (Rafael Gil, 1950)
La corona negra (Luis Saslavsky, 1951)
Mesalina (Carmine Gallone, 1951)
Incantésimo trágico (Mario Sequi, 1951)
La pasión desnuda (Luis César Amadori, 1952)
Camelia (Roberto Gavaldón, 1953)
Reportaje (Emilio Fernández, 1953)
El rapto (Emilio Fernández, 1953)
La bella Otero (Richard Pottier, 1954)
French Cancan (Jean Renoir, 1954)
Les héros sont fatigués (Yves Ciampi, 1955)
La escondida (Roberto Gavaldón, 1955)
Canasta de cuentos mexicanos (Julio Bracho, 1955)
Tizoc (Ismael Rodríguez, 1956)
Flor de mayo (Roberto Gavaldón, 1957)
Faustina (José Luis Sáenz de Heredia, 1957)
Miércoles de ceniza (Roberto Gavaldón, 1958)
Café Colón (Benito Alazraki, 1958)
La estrella vacía (Emilio Gómez Muriel, 1958)
La cucaracha (Ismael Rodríguez, 1958)
Sonatas (Juan Antonio Bardem, 1959)
Los ambiciosos (Luis Buñuel, 1959)
Juana Gallo (Miguel Zacarías, 1960)
La bandida (Roberto Rodríguez, 1962)
Si yo fuera millonario (Julián Soler, 1962)
Amor y sexo (Luis Alcoriza, 1963)
La Valentina (Rogelio A. González, 1965)
La Generala (Juan Ibáñez, 1966)
No hay comentarios:
Publicar un comentario