Sea cual sea la versión cinematográfica del popular cuento navideño de Charles Dickens, Scrooge es un témpano, pero no es un mal tipo; de serlo, no le enviarían tres espíritus para recordarle, mostrarle y aventurarle su pasado, su presente y su futuro, respectivamente. En realidad, es un infeliz, un cascarrabias aquejado de soledad y un mezquino de tomo y lomo que ha hecho de su negocio y del dinero su religión, su afición y su familia. Y tal personaje da sentido a las distintas historias de los cineastas que, inspirados por el relato de Dickens, lo han llevado a la pantalla para hablar más allá de la trama y recordar que existe algo más que el metal y el papel moneda, aunque sus películas encuentren su finalidad en la obtención de ambos. ¿Qué se le va a hacer? Nadie es perfecto, decía aquel, pero una de las mejores versiones de Cuento de Navidad es la realizada por Brian Desmond Hurst; entre otros aciertos, gracias al protagonismo de Alistar Sim, que dio vida, mezquindad y también humanidad, a ese hombre de negocios, esclavo del mercantilismo, que parece haber dejado de sentir. Scrooge no duda en afirmar que <<la Navidad es una verdadera farsa>>, entre otras cuestiones porque acierta al decir que, durante esas fechas, la buena gente se dedica a gastar y gastar dinero, como agua beben los peces en el río, en compras que el protagonista considera innecesarias. ¿Lo son? No para quien envíe a los espíritus que se encargarán de hacerle cambiar de opinión y transformarlo en el más generoso del lugar. El pasado le muestra sus momentos, aquellos que de algún modo explican su ahora, mientras que el presente le enseña el de otros, aquellos que no quiere ni puede ver, ya que vive ensimismado, inconsciente de los demás. En parte, su ceguera es inevitable, al no tener acceso al interior de los demás, pues, aunque parezca una simpleza, resulta imposible conocer más allá de lo conocido. De ese modo, con la ayuda del espíritu presente, rompe esa barrera y puede observar la privacidad de su sobrino o la de su empleado y familia y los sentimientos que comparten, aquellos que él no puede compartir mientras no se complete el recorrido temporal que conlleva su aprendizaje y la lección vital que Cuento de Navidad (A Christmas Carol, 1951) pretende. En esos instantes, la distancia y el alejamiento se agudizan: él siempre está fuera, incluso la imposibilidad de actuar en estos dos viajes lo confirma una vez más. Está fuera de la vida, quizá por ese motivo sienta mayor miedo cuando se presenta el tercer espíritu, la imagen de la muerte, y le muestra un futuro cercano en el que él, Scrooge, ya solo será un nombre en una lápida sobre la que nadie derramará lágrimas ni evocará recuerdos amables y generosos…
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