Hace tiempo que la tierra de los sueños dejó de serlo. Al menos, ha dejado de serlo para esa parte de la población marginada que vive en las condiciones que les niega la fantasía del bienestar, una fantasía inexistente para los adultos de The Florida Project (2017). La realidad expuesta por Sean Baker llega a nosotros a través de la insistente y sutil mirada de la cámara que inicialmente encuadra a una niña y a un niño, a quienes pronto se une un tercero. Es su realidad veraniega, de tiempo espléndido y de la complicidad infantil, de Moonee (Brooklyn Kimberly Prince), Scooty (Christopher Rivera) y Dicky (Aiden Malik), cuya diversión no tarda en transformase en la travesura que introduce al resto de los personajes y el espacio por donde los niños campan a sus anchas. Es un espacio dominado por el colorido de los moteles y los locales que lo salpican, por la cercanía de la tierra de Fantasía (1940) y sus cuentos de hadas, por la magia negada a los marginados por el sistema y por la vitalidad infantil que solo descansa para dormir. Los tres juegan sin ser conscientes del conflicto en el que viven, pues ¿cómo iban a serlo, si ni siquiera sus mayores parecen comprender el por qué de su situación? Y quizá estos adultos vivan en la desorientación o quizá hayan aceptado su presente como la desilusión y la resignación a la suerte y al tiempo que les toca vivir. La introducción de los niños y del medio que transitan nos lleva hasta la abuela Stacy (Josie Olivo), que les recrimina y les exige que limpien el parabrisas del coche que acaban de ensuciar. Pronto comprendemos que esta mujer vive en la habitación de un motel con sus dos nietas, una habitación más habitable que la que Moonee comparte con Halley (Bria Vinaite), su madre. Hija y madre son las protagonistas de este drama humano que no busca condicionar la sensibilidad de quien lo contempla. Pues The Florida Project respeta la inteligencia de su público y pretende algo más interesante que moralizar o provocar la lágrima fácil. Sus imágenes buscan y exponen la cotidianidad de un entorno en crisis, tanto humana como económica. El día a día de Halley y Moonee nos permite comprender la condena que ambas comparten, así como la libertad de la niña y la estrecha relación que mantiene con su madre, o la monotonía laboral y vital de Bobby (Willem Dafoe), el gerente del motel "Magic Castle" donde solo habitan quienes no encuentran mejor opción. Es un castillo para desamparados y marginados, para personas que han sido expulsadas del reino de la gran promesa y han caído en la realidad de los sin lugar, de los sin trabajo o de los sin posibilidad de escape. Ante esto y ante el sistema que se desentiende de ellos, la madre de Moonee asume su postura ambigua: ama a su hija y sin embargo parece no responsabilizarse de su educación. Pero más que de su irresponsabilidad, la postura de Halley nace de la decepción que la ha llevado a dar la espalda a cualquier tipo de autoridad, la de Bobby incluida. Su descreencia y su rechazo provocan su aparente desequilibrio y su supuesta falta de compromiso, aún así nunca rompe con el que le une a su pequeña de seis años, a quien siempre anima a que disfrute de la vida, aunque esto suponga que también la anime a infringir cualquier tipo de norma, ya que la adulta ya no cree en ninguna. Pero si el personaje de Halley es de vital importancia, Moonee es el centro de gravedad que sostiene a The Florida Project. Ella es la princesa de un cuento de hadas de final abierto, de un cuento realista que muestra un país lejano a la fantasía que domina la tierra de Disney, una tierra a la que ninguno de los moradores del extrarradio tiene acceso, salvo en su deseo (la niña se pone las cuatro pulseras que sabe no podrá usar). Ella imita el comportamiento de su madre y la libertad que atribuye al horizonte o al árbol caído que continúa creciendo. Pues esa es su esperanza y su inocencia, la de ser como ese árbol que, a pesar de su extravío, sobrevive y prosigue su curso, distinto al establecido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario