En ocasiones se habló de él como el John Ford mexicano, aunque esto no sería más que una manera de enfatizar su importancia dentro del cine mexicano, ya que Emilio Fernández, apodado "Indio", ni era Ford ni pretendía serlo, era él mismo y, como tal, su estilo nació de su personalidad, de sus raíces, de las influencias del folclore indígena y de su interpretación poético-nacionalista de su tierra y de su gente. Una de las mejores muestras de su primera etapa cinematográfica, proindígena y nacional por los cuatro costados, la encontramos en María Candelaria. En ella y con ella, Fernández se convertía en el principal impulsor de un cine nacional, melodramático y exportador de la cultura popular azteca. <<Todo lo que hay de melodrama populista en sus obras (la "mala mujer" injustamente proscrita por la sociedad, el peón oprimido, el cacique feroz, la exaltación del folclore indígena) adquiere grandeza y convicción por la pulsación lírica de Fernández y por el ropaje estético que acabará, sin embargo, por degenerar en academicismo puro y simple>>. El melodrama populista referido por Román Gubern en su Historia del cine se observa en toda su plenitud en esta <<tragedia de amor arrancado de un rincón indígena de México... Xochimilco, en el año de 1909>> que se inicia en el presente, en el interior de un estudio donde la periodista (Beatriz Ramos), que trata de escribir la biografía del famoso pintor interpretado por Alberto Galán (probablemente inspirado en los muralistas Diego Rivera y José Clemente Orozco), le pregunta al maestro por el desnudo de una india <<muy hermosa>> que pintó tiempo atrás. El artista se muestra reacio a contestar porque <<hay cosas con que nada más tocarlas sangran>>, aun así accede e inicia el relato que provoca que el film retroceda a una época y a un espacio lejanos donde la fatalidad golpea sin piedad a María Candelaria (Dolores del Río) y a Lorenzo Rafael (Pedro Armendariz). A la pregunta de quién es la modelo, el pintor responde <<una india de pura raza mexicana>> y las sucesivas imágenes completan su descripción, la de una condenada social, repudiada por ser la hija de una "mala mujer", asesinada por los mismos vecinos que, guiados por el odio, la superstición, la intolerancia, los celos y la ignorancia, también provocan el aislamiento de la sufrida heroína. A parte de exponer el trágico romance, María Candelaria muestra un entorno primitivo y telúrico donde las costumbres (la bendición de los animales o la curandera), el agua y las flores (elementos siempre presentes que remiten a la pureza e inocencia de la protagonista) son captadas en todo su esplendor por la cámara de Gabriel Figueroa, otro de los nombres fundamentales de la "época dorada" de la cinematografía azteca. Esta dura, poética y fatalista historia de amor puro, generoso e imposible, se encuentra condicionada por la presencia de fuerzas externas a la pareja protagonista -la ignorancia de sus iguales, los celos de Don Damián (Miguel Inclán), el patrón, y de Lupe (Margarita Cortés), obsesionada con Lorenzo Rafael- e incluso por la necesidad del pintor que, buscando la esencia del pueblo indígena, se empeña en estampar sobre el lienzo la figura desnuda de María Candelaria, lo cual provocará el último estallido de opresión y violencia sufridos por la pareja que había representado en su marrana el futuro común que nunca lograrán alcanzar, víctimas del rechazo y de la persecución que rompe cualquier posibilidad de llevar a cabo su unión.
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