¿Qué mejor que la ironía y el humor para reflexionar, bromear y desarrollar su discurso sobre el mundo en el que vivimos? Coline Serreau nos descubre la Tierra a años luz del Planeta libre (La belle verte, 1996) donde inicia su comedia, la cual mira sin disimulo el presente humano que opone al del lugar de donde procede su protagonista. A través de los ojos de Mila (Coline Serreau), la directora y guionista nos descubre la sociedad de consumo, de ritmo vertiginoso, en estado permanente de cabreo, de tele basura, repleta de mentiras e incomunicación. El humano ya no ve la naturaleza a su alrededor, en realidad apenas ve a quien tiene al lado. Vive en la ceguera y en el ombliguismo; vive atrapado en un orden que deshumaniza y minimiza su contacto con el entorno natural y emocional. Hay varios momentos del film impagables —la entrevista televisiva a un político obligado a decir lo que piensa, el anárquico concierto de música clásica, el incidente automovilístico o el partido de fútbol que se transforma en un espectáculo de danza son cuatro ejemplos—, como lo es su inicio en el planeta verde, un lugar en el que no existe superpoblación y la revolución industrial forma parte de recuerdos arqueológicos. La civilización de ese planeta se ha desarrollado de un modo que ha recuperado la comunión y la conexión con la naturaleza de la cual forma parte. Por ese motivo, a la pregunta “quién quiere viajar a la Tierra”, nadie salvo Mila responde afirmativamente.
Ningún habitante del planeta verde se ofrece voluntario, salvo ella. Los motivos de la negativa los explican en esa conversación que mantienen al inicio y se confirman en las sucesivas experiencias terrestres vividas por Mila. Las razones de su viaje son emocionales, ya que siente la necesidad de conocer el lugar donde nació su madre. Pero esto no es más que la excusa que sirve para acceder al espacio adonde llega sin más información que los comentarios que escucha en la reunión donde sus hijos mayores le dicen que no vaya a ese planeta. Su llega a París, la desorienta y deambula por sus calles, sorprendida por las costumbres, la alimentación y los usos humanos, hasta que se produce su encuentro con Max (Vincent Lindon), un médico incapaz de escuchar a sus pacientes o a su mujer. La presentación del doctor lo confirma como un individuo que ha olvidado sentir y oír; de modo que es a él a quien Mila desconecta del orden. Lo libera de la indiferencia en la que ha estado viviendo, lo que le depara un desorden y el renacer que introduce o recupera la esperanza de que todavía se puede revertir esa situación en la que había caído.
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