En la cotidianidad hay humor y amargura, también en los primeros largometrajes de Miloš Forman hay ambas, pues, más allá de su ficción, hoy, aquellas películas rodadas por un joven iluso y rebelde, que daba sus primeros pasos por el cine en su país natal, son un documento de la historia cotidiana de su época, de jóvenes en busca de su libertad individual, de su país y del nuevo cine checoslovaco que surgió de la necesidad de expresarse en la distancia del realismo socialista oficial. Como otros cineastas formados en la FAMU a principios de la década de 1960 —Verá Chytilová, Jiri Menzel o Jan Némec—, Forman sorprendió por su desparpajo y su intención de romper con las formas y la ideología del cine checoslovaco previo a su irrupción. Por aquellos primeros años profesionales, el realizador de Amadeus (1984) encontró en Ivan Passer, compañero en la Escuela de Cine, a un colaborador fundamental en su primera etapa, la que abarca desde el documental Kdyby ty muziky nebyly (1964) hasta ¡Al fuego, bomberos! (Horí, má panenko, 1967). Entremedias, colaboraron en otras tres películas, siendo una de ellas Los amores de una rubia (Lásky jedné plavovlásky, 1965), en cuyo guion también participaron Jaroslav Papoušek y Václav Šašek. En ella, Forman mezcla el naturalismo de los espacios fotografiados por Miroslav Ondriček —el salón de baile, la fábrica o el hogar de los padres de Milda— y el tono cómico de situaciones que, de tan comunes, resultan absurdas al observarlas dentro de la cotidianidad detallada cual hecho inusual; por ejemplo el intento fallido de ligoteo de los tres soldados en el baile o la totalidad de la estancia de Andula (Hana Brejchová) en la casa de los padres de Milda, donde tanto el padre (Josef Sebánek) del muchacho a quien busca —y a quien ha idealizado tras una noche juntos— como ella se duermen sobre la mesa ante la perorata de la madre (Milada Jezková), preocupada por el qué dirán los vecinos si se enteran de que una joven desconocida se presente maleta en mano buscando a su hijo. La película relata cotidianidad y en ella apunta un distanciamiento entre la generación de los jóvenes y la de los padres, así como el proteccionismo o control adulto —la actitud paternal del jefe de la fábrica o el tradicionalismo en el discurso de la profesora— y la necesidad de la protagonista de liberarse y tomar las riendas de su vida, aunque nada salga como espera y sus amores ya sean recuerdos e ilusiones rotas. Los amores de una rubia anuncia algunas de las situaciones de ¡Al fuego, bomberos!, el siguiente largometraje de ficción de Forman y el último realizado en su país. Poco después abandonaba Checoslovaquia, país que había vivido el deshielo político que permitió a los artistas alejarse del realismo socialista y abordar la realidad desde perspectivas más libres y personales, influenciadas por otros cines europeos y por escritores checoslovacos como Hrabal, Kundera o Kafka, ya más lejano en el tiempo. Pero poco duraría el espejismo de libertad, ya que en el verano de 1968, decenas de miles de soldados soviéticos y más de dos mil tanques fueron enviados a Checoslovaquia para restablecer el orden soviético.
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