Antonio Salieri (F. Murray Abraham) se confiesa desde el centro psiquiátrico donde se le retiene después de su intento de suicidio. Allí se le observa desde la derrota existencial mientras habla de sus años como compositor en la corte del emperador austriaco (Jeffrey Jones). Desde sus palabras se accede a la figura de su rival, pero también al enfrentamiento que el propio Salieri mantiene consigo mismo y con la divinidad a la que culpa de haber otorgado a Amadeus la genialidad que el le había rogado para sí. Por ello envidia y admira al autor de Las bodas de Fígaro, alguien diferente tanto en su personalidad como en su innovadora visión musical Como consecuencia, el músico italiano se convierte en el eje de un relato subjetivo, alterado por su manera de entender los hechos que expone desde sus recuerdos, que descubren a Mozart como un ser infantil dominado por la figura paterna, circunstancia que posibilita la venganza del músico italiano, frustrado y derrotado por la imposibilidad de alcanzar aquello que siempre ha anhelado. Con el planteamiento expuesto por Forman se comprende que Amadeus no busca la rigurosidad histórica de sus personajes, ya que estos nacen de de la subjetividad del italiano, quien idealiza, al tiempo que odia, a ese otro compositor en quien descubre una brillantez inigualable, y la incompetencia en otros aspectos de la vida, de los que se aprovecha para acceder a sus fines, que no serían otros que destruir a aquel a quien admira.
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