Hace tiempo, quizá mucho, en una Galicia igual y distinta a la de hoy, charlaban dos amigos que creyeron en un proyecto, aunque, en origen, ni siquiera era una idea. Se trataba de una chispa. Minutos después, cobró esplendor y les alumbró una experiencia única. Pero aquella tarde veraniega, en la terraza de un bar compostelano, la chispa, que no tardó en apuntar la idea, solo iluminó. Lo hizo por primera vez para sorpresa de uno, quizá de los dos, ya que apenas sabían qué les depararía la propuesta acordada con el último brindis de la jornada, aparte del viaje que implicaba...
En la distancia del ayer y en la brevedad del ahora, podría decir que así fue el principio de Calles de ida y el inicio de una vivencia que se ha prolongado en el tiempo. Durante estos años de creación y destrucción, de recorrido y pausas, de retomar, aumentar, reducir y corregir la historia, he caminado con mi mochila verde y con mi ignorancia a cuestas, en compañía de Manyo Moreira, que sonreía, me animaba, me invitaba a una cata o a probar alguno de sus vinos y, sobre todo, cumplía con creces su rol de buen guía y mejor cómplice. Con él, coautor de la experiencia y artífice de la idea que cobró forma de novela, la que ahora os presento, y con Juan, el tercero en concordia, viví momentos que ya forman parte de mí, del mí que ha madurado como amigo y escritor. En su compañía, compartí instantes inolvidables, otros olvidados, algunos vuelven a nosotros cuando nos reunimos y reímos, que también forman parte de Calles de ida, un relato ficticio, pero que no deja de ser real, cuyo subtítulo, Descubriendo la pasión por el vino, es aplicable a los pasos dados por quien aquí teclea.
Nuestra novela nació sin pretensión de gloria; la suya era más ambiciosa, pues llegó a nosotros y nosotros fuimos a ella con los brazos abiertos y con la intención de entretener con su historia, con sus personajes, con su descubrimiento del vino, de su cultura y su elaboración, entremezclándolo con el viaje de un extraño, quizá desconocido de sí mismo, por tierras gallegas. Miguel, así decidimos llamarle, llega a Santiago de Compostela apurado por su situación económica, pero su visita implica algo más, implica buscar quién sabe qué... Y solo quienes lo lean, sabrán el qué.
Por ahora, no diré más acerca de Calles de ida. Descubriendo la pasión por el vino, pero sí quiero recordar el tiempo que nos llevó llegar hasta aquí: el mismo para todos, pero diferente según quien, y mucho más prolongado de lo que duró el viaje que emprendí en compañía de dos amigos. Aquel recorrido ya lejano de ida y vuelta sin un mismo retorno a los lugares que nos posibilitaron contacto humano, amistoso y profesional, con las personas que de algún modo asoman por las páginas de la novela. Sin ellas, Calles de ida serían otras vías, de otro relato, de otro universo, secante más que paralelo, de otras denominaciones de origen. A ellos y ellas, a los espacios naturales que retengo en la lejanía y a las localidades visitadas, a su esencia, gracias por formar parte de las calles transitadas, vividas, soñadas o inventadas...
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...me gusta este "trailer" , en cuanto pueda...lo leeré.
ResponderEliminarMaría, gracias por tu comentario. Me alegra leer que te gusta. Te confieso que me dejé llevar en la edición mental de este "tráiler". Las imágenes regresaron vivas, volví a sentirlas cerca. Fue una experiencia inolvidable, y espero que el libro (te) guste.
Eliminar...me gusta este "trailer" , en cuanto pueda...lo leeré.
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