jueves, 17 de septiembre de 2020

Still Walking (Caminando) (2008)


Caminando lo efímero, la vida avanza en la brevedad de pequeños pasos que despiden instantes que se suman a nuestro pasado. Cada paso anterior nunca será igual que el siguiente, ni puede desandarse, ni podemos volver sobre él para recuperar lo perdido o elegir otro camino. Eso lo sabemos, como se comprende que, más allá de la distancia, la que separa realidad y ficción, son pasos similares a los dados por la familia que camina o se pausa en las imágenes de Still Walking (Aruitemo, auritemo, 2008), imágenes que captan detalles, sentimientos, sensaciones y vidas que existen en el ahora durante el cual se desarrolla el movimiento y se produce la quietud. Quizá seamos testigos del presente, al menos a primera vista así lo parece; sin embargo, la voz de Ryota Yokoyama (Hiroshi Abe), hacia el final del film, parece apuntar que la reunión familiar fue anterior. En realidad, la hemos visto durante un tiempo que se fuga y que nos conduce hasta el presente, ya pasado, de algunos personajes que, con su presencia y su caminar, nos indican que aún les queda (y nos queda) camino por recorrer.

El espacio temporal de Still Walking abarca mucho más que la jornada en la que se desarrolla su práctica totalidad, pues la exposición que Hirokazu Kore-eda realiza de ese día, en realidad, parte de uno y del siguiente, permite comprender el pasado anterior, el pasado o supuesto presente y el futuro, que es el ahora.


Conocemos tres generaciones de la familia Yokoyama, padres, hijos, nietos, sus sensaciones, sus frustraciones y el distanciamiento generacional o el dolor ante la pérdida del ser querido a quien homenajean. Nos acercamos a ellos: a su pasado, presente y posibles futuros, pero Kore-eda nos invita a presenciar la continuidad del tiempo expuesto en la pantalla.

La proximidad es el presente, el recuerdo es atributo futuro, la aflicción llega desde la memoria del hijo fallecido doce años atrás, ahogado al salvar la vida del niño que, cada aniversario, la madre (Kirin Kiki) invita a la celebración. Lo hace para que no olvide, para que sienta parte de su dolor, para ella aliviar el suyo. El ayer también asoma en los textos del pequeño Ryo, en el ahora distante e incómodo, por pasar con sus padres ese día, noche y mañana que se muestra en la pantalla con la delicadeza y honestidad con las que Kore-eda aborda las relaciones familiares y humanas que van dando forma al todo de su obra cinematográfica.

Still Walking es un film pausado, repleto de matices, de detalles, de silencios que no se atreven a hablar y de circunstancias que nos invitan a reflexionar sobre la relación entre padres e hijos, lazos paterno-filiales que no tienen que ser sanguíneos, entre hermanos, sobre la cercanía y la distancia, acerca de la opacidad y el desconocimiento de seres supuestamente cercanos y queridos. La película delimita su espacio, su tiempo y sus personajes, pero desde ese aparente círculo cerrado los temas tratados por el realizador japonés se abren más allá de los límites de la casa, de las fronteras de Japón y alcanzan la internacionalidad de los sentimientos y las relaciones.

Para Ryo visitar a sus padres significa un esfuerzo, no por trasladarse hasta allí, sino por el malestar que le produce reencontrarse con su padre (Yoshio Harada), a quien de niño admiraba, quería ser médico igual que él, y de adulto contempla desde la lejanía, pero sin poder olvidar las numerosas cuestiones que los han alejado. Su relación materna tampoco resulta mucho más cercana, quizá porque tampoco comprende el comportamiento de una mujer que no duda en afirmar que desea que el joven, salvado por el fallecido a quien se conmemora, sufra y no olvide que su hijo perdió la vida por salvar la suya. Quizá Ryo no pueda vivir entre los tiempos que se dan en ese instante y necesite encontrar los propios, quizá los pasos que lo llevan a la continuidad con la que se despide de nosotros...

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