Sentido y sensibilidad (1995)
La literatura inglesa del siglo XIX, de la época georgiana y de la victoriana, salvando las excepciones fue conformista, apenas visceral, febril y pasional —sí pudo serlo la rusa en manos de Lérmontov y, sobre todo, de un escritor como Dostoievski. Esto se debe a que toda literatura es reflejo de la sociedad en la que se gesta y el siglo XIX inglés fue conservador, puritano, política y económicamente estable —si se compara con el resto de países europeos. Ese conservadurismo mojigato lo asumen los personajes y los ambientes que transitan las obras literarias y las cinematografías que las adaptan, al menos este sería el caso de Sentido y sensibilidad (Sense and Sensibility, 1995). ¿Se puede decir que los personajes de Jane Austen o Ang Lee en esta adaptación se revelan contra su tiempo? ¿Representan un modelo o un conjunto? ¿Cuál es la tragedia que les aflige? ¿Qué buscan, si es que buscan algo más que la espera? Al tiempo son y no son conscientes de su pasividad, de su falta de espíritu, de un conflicto interior que les haga hervir la sangre y eleve su drama a tragedia o su comedia a sátira, que eleve el amor por encima de su idea de amar. Pues amar en la época y en su entorno social donde descubrimos a las protagonistas es amar el dinero y el matrimonio. Son las metas de una burguesía acostumbrada a la opulencia, de una clase acomodada, de personajes que representan y pertenecen a una minoría privilegiada como la que observamos en la pantalla, una de gestos de cara la galería cuyas máximas inquietudes son las rentas —que les aseguren el bienestar y el continuismo— y un enlace matrimonial satisfactorio, cuestión que Ang Lee apunta al inicio, en el lecho de muerte del padre de Marianne (Kate Winslet) y Elinor (Emma Thompson). Ese conformismo es hijo de su tiempo, en el que Jane Austen escribe sus historias, de la burguesía inglesa de principios del siglo XIX, de ambientes donde la imagen y la frivolidad son señas de identidad del propio momento que se vive. Aunque las hermanas se muestren diferentes al resto, la imagen condiciona el comportamiento de los personajes, como también sucede en otros films de Lee, donde los espacios conservadores impiden que dos hombres puedan amarse a la luz en Brokeback Mountain (2005) o imposibilitan que la lacónica heroína a quien dio vida Michelle Yeoh y el no menos silencioso maestro espadachín a quien encarnó Chung Yun Fat materialicen el suyo en Tigre y dragón (Wò hu cáng lóng, 2000). Sin embargo no hay conformismo en la impulsiva Zhang Ziyi, que se rebela contra el orden, algo que resulta (quizá) descabellado para la alta sociedad georgiana y victoriana. Pero esos tres espacios, en tres tiempos y tres culturas distintas, priman las apariencias, el conservadurismo y la tradición, las tres cadenas que la espadachín interpretada por Zhang Ziyi en Tigre y dragón rompe desde el inicio, aunque consciente de que no podrá vencer, salvo en su paso final. Pero en la Inglaterra decimonónica, donde Jane Austen escribió sus textos, no había intención de escapar, y esa sensación de conformismo la encontramos en los ambientes y en los personajes de esta producción de época que destaca en su superficie, pues ahí es donde existen los personajes, donde aman y lloran. Tanto las hermanas y sus satélites carecen de pasión, no hay nada bajo la piel. El sufrimiento, si lo hay, no llega a sentirse real; tampoco el deseo existe, no hay ardor, ha sido desterrado y sustituido por la mojigatería y por las formas. De ese modo, las heroínas de Lee y Emma Thompson, que adaptó la novela, pretenden emanciparse, sin hacer nada, puesto que estaría mal visto que lo hiciesen; de modo que ambas ocultan su desilusión y aguardan y, sin saberlo, la fortuna irá a su encuentro.
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