lunes, 19 de diciembre de 2016

El ojo de cristal (1955)



Una de las trayectorias más variopintas, irregulares y longevas del cine español fue la de Ignacio Ferrés Iquino, que se prolongó desde su debut en 1934 con Sereno... y tormenta hasta 1984, año en el que rodó Yo amo la danza. Durante este medio siglo Iquino fue conformando su filmografía como director, compuesta por más de ochenta títulos en los que hubo cabida para cualquier género cinematográfico que pudiese reportarle beneficios, adaptándose a las modas del momento en comedias, dramas, musicales, westerns, producciones de cine negro e incluso cine erótico carente del menor interés, aunque en su época resultó un negocio rentable y una manera de expresar la libertad que llegaba con la democracia. Pero más allá de su faceta de director, Iquino también fue editor ocasional, operador, guionista, productor y dueño de su propio estudio cinematográfico —I. F. I.— por donde pasaron cineastas como Juan Bosch, José Antonio de la Loma, Javier Setó, Joaquín Luis Romero Marchent, Juan Lladó o Antonio Santillán. Este último filmó para la IFI cinco películas, entre ellas destacan sus aportaciones al género policíaco El presidio (1954) y El ojo de cristal (1955). La primera tiene como protagonistas a varios delincuentes a quienes se observa antes y durante su estancia en el correccional aludido en el título y la segunda reparte su atención entre el asesino interpretado por el actor mexicano Carlos López Moctezuma y el niño que se verá involucrado por voluntad propia en la intriga que, partiendo del relato de Cornell Woolrich, asume influencias del cine de Hitchcock, del policíaco semidocumental estadounidense de la segunda mitad de la década de 1940 y, en momentos puntuales, de la mítica El tercer hombre (The Third Man; Carol Reed, 1949).


Santillán
 introduce su historia en una fábrica abandonada donde, entre las sombras, se acerca la figura de un hombre que no tarda en hacerse visible. Apura el paso, pisa un charco, observa el traje manchado y continúa caminando hasta encontrarse con una mujer, con quien habla de los hechos que acaban de suceder en el interior del edificio abandonado. Enrique (Carlos López Moctezuma), ese es su nombre, le dice a Clara (Beatriz Aguirre) que allí no hay rastro del dinero. Ella le responde que acaba de enterarse de que lo entregarán esa misma tarde, pero, al comprender que su novio acaba de asesinar al hombre a quien iban a robar, se pone nerviosa y lo rechaza. Su actitud provoca recelos en Enrique, que ya ha matado y no tendría inconveniente en volver a hacerlo, de modo que en su mente planea deshacerse de Clara, después de que esta falsifique la firma de la víctima para conseguir el cheque. A Enrique, hombre frío y calculador, solo le importa el dinero y su seguridad, como demuestra la preparación de su coartada perfecta y la ejecución de su segundo crimen. El homicidio de Clara es un misterio para la policía, no hay pruebas y el novio de la chica posee una coartada sin fisuras, aún así, el agente encargado del caso (Armando Moreno) tiene la corazonada de que es culpable.


Con el inicio de la investigación policial cobran importancia las figuras de los niños que, hasta entonces, se han dejado ver por las calles de Barcelona. Entre ellos, Pedro (Manuel Fernández Pin), hijo del policía, y su amigo Miguelín, el hijo del tintorero (José Sazatornil "Saza") que, sin saberlo, tiene el encargo de limpiar el traje del homicida. Este protagonismo infantil también se encuentra presente en Clamor de indignación (Hue and Cry; Charles Crichton, 1947) y, al igual que en aquella, la investigación llevada a cabo por los más jóvenes permite el acceso al medio que habitan, mostrando un entorno dominado por la gris cotidianidad de calles, vecinos y de hogares como los de Pedro o de Miguelín, que a regañadientes colabora con su amigo cuando aquel, al notar a su padre angustiado por las presiones de su jefe,
 decide iniciar sus propias pesquisas.

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