Rebeca (Rebecca, 1940), Sospecha (Suspicton, 1941), Recuerda (Spellbound, 1945), Encadenados (Notorious, 1946), Yo confieso (I Confess, 1952), Vértigo (1958) y tantas otras confirman que Alfred Hirchcock, además de un maestro del suspense, era un maestro de la psicología de sus personajes, hombres y mujeres cuya complejidad vendría marcada por emociones que no son capaces de equilibrar y que provocan fobias o traumas como el que se descubre en Marnie (Tippi Hedren), una cleptómana que encuentra en el robo la medicina que calma el desequilibrio que padece desde el pasado. El arranque de Marnie, la ladrona (Marnie, 1964) muestra a una mujer que, tras cometer un robo, acude a la casa de su madre; allí se observa una relación fría y distante que afecta a la protagonista, que siente el rechazo de aquella persona a quien desea complacer y de quien demanda atención. Como consecuencia de este encuentro se va perfilando la psicología del personaje, pero no es hasta su encuentro con Mark Rutland (Sean Connery) cuando se completa un primer esbozo que confirma que la alteración emocional que sufre Marnie, además de provocar su cleptomanía, crea su frigidez. Cuando Mark la contrata como secretaria en su editorial, este ya sospecha que ella es la joven que cometió el robo en la empresa que abre la película; aún así, siente la curiosidad de estudiarla hasta el extremo de sentir excitación por ella, quizá porque le atraiga la idea de mantener una relación íntima con una ladrona. Sin embargo, Marnie no puede corresponder a ningún hombre, como tampoco puede controlar sus impulsos de mentir o de tomar para sí aquello que no le pertenece, reacciones reflejas y defensivas que calman la mancha del pasado que le impide un acercamiento tanto emocional como carnal a Mark, cuando este la obliga a casarse con él para ocultar el hurto que ella comete en su oficina. De ese modo la pareja se descubre atrapada entre los deseos del marido y el trauma de la esposa, aunque Mark asume la responsabilidad de ayudar a la mujer que ama y que no puede tocar, porque existe un recuerdo oculto en su subconsciente que le hace odiar el contacto con el sexo masculino. Marnie, la ladrona tuvo una fría acogida entre el público, que esperaría una historia menos compleja y con mayores dosis de suspense, aunque en realidad el film resulta tan inquietante como la pesadilla psicológica en la que vive Marnie, siempre huyendo de sí misma y de quienes la rodean, incapaz de aceptarse o de librarse de aquel instante que revive en los tonos rojizos, en las tormentas, en la presencia física de Mark o en los sueños nocturnos que nunca la abandonan.
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