Tras el famoso rugido del león de la MGM asoma en pantalla el título Sir Walter Scott's Ivanhoe, aunque, visto el film, tampoco habría desentonado si en su lugar se hubiese leído el de Hollywood's Ivanhoe, pues la película de Richard Thorpe mantiene mayor fidelidad a las aventuras cinematográficas rodadas en el Hollywood de la década de 1950 que a la novela del escritor escocés al que hace referencia el genitivo sajón. Al igual que otras producciones de su época, Ivanhoe empleó el technicolor como reclamo para atraer al publico a las salas donde descubrían espacios coloristas, habitados por héroes lineales, que provocarían cierta sensación de estar presenciando una fantasía romántica como la que se descubre en la Inglaterra de Ivanhoe (Robert Taylor), que poco o nada tendría que ver con la real del siglo XII, más oscura que la ficticia descrita por Thorpe en su primera adaptación de Scott; posteriormente dirigiría Las Aventuras de Quentin Durwar, también protagonizada por el actor Robert Taylor, quien por aquellos años se prodigó en el género hasta convertirse en uno de los actores referentes del género de aventuras. Además de la combinación de colores, atuendos y personajes que ya se habían observado con anterioridad en la mitificada versión de Robin de los bosques realizada en 1938 por Michael Curtiz y William Kneighley, Richard Thorpe empleó tópicos similares que, a base de repetirse, se implantaron en el imaginario popular, creando de ese modo un Medievo irreal habitado por villanos condenados a ser derrotados por héroes de intachable conducta y de sobrado valor, que beben los vientos por bellas damiselas que a menudo se descubren destinadas a ser la excusa argumental para dotar a la trama de cierto tono romántico, que suele entorpecer el ritmo del film. Como sucede con otras producciones de aventuras rodadas por Thorpe, la historia del noble sajón muestra a un hombre que se rige por su inalterable sentido del honor, algo que ya se deja entrever desde su inicio, cuando se le observa errante, laúd en mano, recorriendo los castillos de media Europa en busca de su amado rey, a quien descubre prisionero en Austria. La idea de liberarlo impulsa a Wilfrido de Ivanhoe a regresar a su tierra natal, donde piensa recaudar la suma del rescate real, pero en Inglaterra se encuentra con la opresión y el rechazo de los normandos hacia los sajones (siempre los buenos en este tipo de función) y también hacia el pueblo judío, representado en Isaac de York (Felix Aylmer) y su hermosa hija Rebecca (Elizabeth Taylor), quienes no dudan en mostrar su desinteresada generosidad recaudando el dinero del rescate de un monarca a quien nada deben y a quien, en contra de la voluntad paterna, el héroe sajón siguió a Tierra Santa para luchar en las cruzadas. En esta adaptación de la novela homónima de Walter Scott prevalecen las frustraciones amorosas de los personajes principales; así se descubre que el amor de Rebecca hacia Ivanhoe no es correspondido, porque este ha entregado su corazón a lady Rowena (Jean Fontaine), como tampoco la hebrea corresponde al de Bois-Guilbert (George Sanders), uno de los villanos del film, aunque no uno más, sino el de mayor entidad y el que ofrece una perspectiva más rica al enfrentarse consigo mismo como consecuencia de sus sentimientos hacia esa joven a quien condenan por brujería, una falsa acusación tras la que se esconden intereses más terrenales, como serían los económicos y políticos que benefician al príncipe Juan (Guy Rolfe), que gracias al cine se convirtió en el reverso tenebroso de su hermano Ricardo, un monarca que seguramente no sería el angelito que se pasea por un buen número de películas protagonizadas por Robin Hood, personaje que también se deja ver tanto por el Ivanhoe literario como por el cinematográfico.
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