En una entrevista concedida a Olivier Eyquem y Michael Henry, publicada en 1981, en la revista Possitif, Samuel Fuller afirmó que <<The Story of G. I. Joe, de William Wellman es incontestablemente la película más auténtica sobre la Segunda Guerra Mundial>>. A pesar de que se trata de una opinión, y por lo tanto subjetiva y abierta al debate, el responsable de Uno Rojo, división de choque (The Big Red One, 1980) no anduvo desencaminado en su aseveración, pues el film de William A. Wellman recrea y transita sin adornos por la cruda experiencia del conflicto armado desde el intimismo con el que se describen las vivencias de los jóvenes miembros de la compañía C, del dieciocho de infantería, con quienes convive Ernie Pyle, personaje interpretado por Burgess Meredith e inspirado en el corresponsal de guerra real, de cuyos artículos y experiencias en el frente occidental se basan los hechos narrados en la película de Wellman. El periplo bélico de Pyle crea su vínculo con los soldados a quienes sigue desde su encuentro en el norte de África, cuando todos son unos recién llegados al frente, hasta el avance de las tropas por suelo italiano, un costoso avance durante el cual el corresponsal comparte la realidad que se refleja en los silencios interrumpidos por las bombas o en la mugre que les rodea y se adhiere a sus cuerpos descompuestos y a sus rostros desilusionados por el transcurso de las batallas. Durante todo este tiempo de convivencia y muerte, el periodista se convierte en el testigo a través de quien se descubre la evolución de soldados sin experiencia, que a la fuerza se transforman en duros combatientes. <<Ahora sí tienes una unidad, parecen duros>> dice Pyle en su reencuentro con el teniente Walker (Robert Mitchum), a lo que este, recién ascendido a capitán, responde: <<Lo son, han de matar, y deben serlo>>.
En ese breve instante se comprende que la guerra les obliga a ser quienes no desean ser, a convivir con la violencia, con el miedo, con la muerte y con la culpabilidad de la que habla Walker en otro momento puntual del film, cuando se le descubre en la soledad que comparte con su amigo periodista y le comenta que también él escribe, aunque no artículos periodísticos, sino las cartas de pésame que remite a los familiares de las incontables bajas que se producen a lo largo de la realidad bélica expuesta en También somos seres humanos, una que nace del interior de los personajes condicionados por el terreno hostil por donde deben avanzar para alcanzar el ansiado regreso a casa; como atestiguan las palabras del sargento Warnicki (Freddie Steele): <<Cada paso adelante es un paso más hacia casa>>. Este suboficial se aferra a esa esperanza, que simboliza en el disco que contiene la grabación de la voz de su hijo, una voz que desconoce y que intenta escuchar por media Italia, aunque no puede hacerlo hasta que consigue un gramófono, y al lograrlo se derrumba cayendo en la locura que hasta ese instante ha intentado mantener alejada. Muchos son los detalles mostrados por Wellman en su acercamiento al soldado anónimo que lucha en una guerra que nada tiene que ver con la imaginada en la lejanía de sus hogares, donde sus familiares desconocen aspectos solo compartidos en el frente, como la imposibilidad de Murphy (John Reilly), casado durante la contienda y muerto poco después del enlace, la triste certeza que poco a poco se apodera de Pyle, al comprender que tantos y tan buenos muchachos no regresarán jamás a los pueblos que los vieron nacer, o la resignación y decepción del capitán Walker, consciente de que son hombres obligados a vivir y morir en un presente que les roba la posibilidad de serlo.
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