lunes, 17 de febrero de 2014

Los inconquistables (1947)



Gran parte de las superproducciones históricas sonoras realizadas por Cecil B. DeMille presentan una perspectiva que se aleja de la historia, pero es que el cine no es historia. Para él, era espectáculo, aunque, hoy, muchas de sus propuestas resultan acartonadas y, como tal, llevan a verlas con una sonrisa o con cierto desprecio, según quien contemple sus epopeyas, sus aventuras o sus películas bíblicas. En todo caso, fueron grandes obras cinematográficas —si se sitúan en su contexto, todavía lo son—, películas que llenaban las salas y que expresaban la visión cinematográfica y tradicional anglosajona de su realizador, uno de los pioneros que llegó a Hollywood y colaboró con sus largometrajes a crear un imperio: la Paramount. Uno de los grandes ejemplos sonoros de DeMille es Los inconquistables (Unconquered, 1947), que se inicia con una voz en off que ensalza a aquellos valientes que osaron internarse en un territorio salvaje para ensanchar las fronteras de "la civilización, la libertad y el progreso", sustantivos cuyo significado varía según la boca que los pronuncia. Si uno se detiene y reflexiona las palabras del narrador, podría descubrir que su idea resulta simplista y tergiversadora, pues omite los aspectos materiales que, a la hora de la verdad, prevalecen en la puesta en marcha de cualquier conquista territorial. Pero, aparte de que entonces la corrección política era otra, detenerse en un análisis del momento provocaría que el espectáculo perdiese su irrealidad, que es donde DeMille sitúa sus películas para dar una visión gloriosa, épica, hollywoodiense —término cuyo significado queda establecido con las producciones de DeMille, David Wark Griffith, Thomas Harper Ince y Allan Dwan, entre otros pioneros que crearon el cine espectáculo de Hollywood—. Da por hecho la colonización como medio de libertad y avance social, crea héroes y heroínas y los adentra en un mundo de peligros a superar, antes de alcanzar su victoria. No los precisa complejos, porque sus personajes no van dirigidos a un público complejo, sino a uno que busca divertirse, evadirse, sin complicarse ni enredarse en cuestiones que alejaría a la mayoría del cuento que se proyecta en la pantalla; y exigir un esfuerzo intelectual a la mayoría (incluso a él mismo) sería impensable en DeMille, cuyo cine iba dirigido al público mayoritario.


Ubicada su historia en la Norteamérica anterior al nacimiento de los Estados Unidos, en las cercanías de la futura ciudad de Pittsburgh (rica en yacimientos de hierro y carbón), no tarda en disiparse el discurso inicial en beneficio de la acción, que es donde mejor se maneja el cineasta, que no pretende salir de su patrón, así que juega sobre seguro. De ese modo, y pasando por alto algunos estereotipos que asoman por el film, prevalece el romance y la aventura, así como el enfrentamiento entre los dos antagonistas que son presentados en la cubierta del barco donde pujan por Abigail Hale (Paulette Goddard), la heroína a quien se descubre al inicio del film, cuando un tribunal de justicia la sentencia a escoger entre la horca en Inglaterra o la esclavitud en las colonias americanas. La escena del barco confirma la importancia argumental de la esclava, al tiempo que permite comprender que el enfrentamiento entre Howard Garth (Howard Da Silva) y Christopher Holden (Gary Cooper) nace de las intenciones y ambiciones del primero. Garth maneja a los indios, comercia con ellos, suministrándoles armas a cambio de pieles y otras riquezas, pero al mismo tiempo pasa por ser un respetado miembro de la sociedad a la que traiciona para tener acceso al dominio de todo el territorio. Este hecho crea la aversión que el capitán Holden siente hacia él, un punto de vista que DeMille trató de acercar al espectador desde la antipatía que el villano genera desde su aparición, cuando se obsesiona con Abby y emplea sus malas artes para conseguirla. Como consecuencia del engaño perpetrado por Garth, la condenada cae en el error de que el capitán es un embustero, y poco después aquel se convence de que ella es una aprovechada que ha preferido quedarse al lado del hombre a quien él pretende matar. Y tiempo tendrá para hacerlo, pues los destinos de los tres personajes se cruzarán una y otra vez dentro de un medio hostil donde los indígenas asolan los puestos fronterizos, amenazando las vidas de aquellos a quienes el título hace alusión, y que según el narrador serían los hombres y mujeres que llevarían la libertad a esos confines que no tardarían en ser colonizados. Pero olvidando esta manera simplista de enfocar la historia, no se puede negar la calidad que atesora Los inconquistables, como tampoco la de su acertada puesta en escena, que apenas se detiene en cuestiones ajenas a la aventura que domina la mayor parte del metraje, que se descubre repleto de aciertos que posteriormente influirían en otras producciones que tratarían situaciones similares, sin ir más lejos, la parte final del film se deja notar en alguna de las escenas que Michael Mann expuso en su exitosa versión de El último mohicano (The Last of tMohicans, 1991).

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