El estrangulador de Boston (1968)
Los personajes inadaptados, desequilibrados e incluso con incontrolables tendencias homicidas han sido y son fuente de inspiración para películas que indagan en la figura de un individuo que a menudo actúa de ese modo para mostrar su rechazo social o individual, ya sea consciente o inconscientemente de ello. La mayoría de estos personajes padecen trastornos emocionales que se han generado en algún momento de sus vidas, que les obligan a actuar en su presente desde la violencia que parece liberarlos o al menos calmarles, cuestión que se descubre en personajes como los asesinos en serie de M, El cebo, El francotirador o Psicosis. En todas se presenta de modo excepcional distintos tipos de desequilibrios que impulsan a quienes los padecen a convertirse en asesinos, característica también común al personaje que Richard Fleischer presentó en la novedosa y arriesgada El estrangulador de Boston (The Boston Strangler). En varios momentos de este espléndido thriller, Fleischer optó por emplear la técnica de multipantalla como parte vital de la narración, sobre todo durante su primera mitad, que funciona como documento que sigue las reacciones de la población ante los crímenes que se producen. De igual modo, se observan los reportajes periodísticos y la investigación policial que se lleva a cabo, la misma que solo investiga a sospechosos que lo son por tendencias sexuales que son repudiadas por esa sociedad aterrada ante la presencia en las calles de un estrangulador del que nada se sabe. Los hechos narrados en la película toman como base el caso real acontecido a principios de los años sesenta en el área metropolitana de Boston, donde empiezan a aparecer cadáveres de mujeres estranguladas. Inicialmente las víctimas responden a un mismo patrón, sexagenarias solitarias que dejan entrar a un psicópata que se introduce en sus casas mediante el engaño. Lo único que la policía sabe con certeza sería que dicho psicópata no fuerza las puertas de los hogares de sus victimas, por lo demás, ni tiene pistas ni puede precisar el supuesto móvil. La situación se desborda, la prensa se echa encima de las autoridades y algunos de los ciudadanos, en un intento de colaborar, muestran sus prejuicios. La presión social obliga al ayuntamiento a crear una oficina de estrangulamiento con el único fin de capturar a ese desconocido de quien Bottomly (Henry Fonda), el encargado del nuevo departamento, asegura que solo una casualidad podría propiciar su detención, hecho que se confirma hacia la mitad del metraje. Hasta este instante, El estrangulador de Boston muestra desde un estilo realista y contundente diversos aspectos de su época, como el desarrollo del programa espacial Mercury o la muerte de J.F.K., lo cual confiere ese tono documental aludido con anterioridad, que también se descubre en las calles, en la televisión, en el miedo y la tensión que se palpan en el ambiente y en la imposibilidad de obtener pistas que conduzca hasta el criminal. En este primer tramo del film, Fleischer dividió la pantalla con cierta frecuencia para mostrar la múltiple personalidad del asesino antes de darlo a conocer, de igual modo, esta técnica le sirvió para ofrecer distintas perspectivas de una misma situación, lo que permite comprender el entorno y la naturaleza de un individuo que finalmente es atrapado debido a ese descuido al que se refiere Bottomly. A raíz de la captura del criminal se inicia una segunda parte, más subjetiva, que se centra en la figura de Albert DeSalvo, interpretado de modo convincente por Tony Curtis, en un papel que le alejaba de sus interpretaciones anteriores, en las cuales casi siempre ofrecía la imagen de galán cómico o aventurero sin tacha. En esta mitad, el cineasta profundizó en la mentalidad del homicida, a quien muestra desde las dos personalidades que habitan separadas dentro de su mente, sin que la una sea consciente de los actos de la otra. En esta parte el film adquiere un tono próximo a la pesadilla a la que DeSalvo despierta cuando se enfrenta a la realidad que le expone Bottomly, pero sobre todo cuando se enfrenta con su otro yo, aquél que no reconoce.
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