domingo, 9 de noviembre de 2025

Wells, Pal, los libros y el viajero del tiempo


<<Pronto reconocí en los harapos oscuros y carbonizados que pendían a los lados restos estropeados de libros. Desde hacía mucho tiempo se habían caído a pedazos, desapareciendo en ellos toda apariencia de impresión. Pero aquí y allí, cubiertas acartonadas y cierres metálicos decían bastante sobre aquella historia. De haber sido yo un literato, hubiese podido quizá moralizarse sobre la futileza de toda ambición. Pero tal como era, la cosa que me impresionó con más honda fuerza fue el enorme derroche de trabajo que aquella sombría mezcolanza de papel podrido atestiguaba.>> Años antes de leer por primera vez este párrafo en La máquina del tiempo, una escena de la adaptación cinematográfica que George Pal realizó de la novela de H. G. Wells, El tiempo en sus manos (The Time Machine, 1958), me impactó en mi niñez más que el popular final de El planeta de los simios (Planet of the Apes, Franklin J. Schaffner, 1968); claro que no recuerdo que esta me impresionase; tal vez porque lo que vi entraba dentro de las posibilidades de mi mente de entonces.


No recuerdo la edad que tendría, tal vez diez, tal vez nueve u once, no lo sé, pero sí recuerdo (y ahora recreo en mi pensamiento) el impacto que me produjo aquella imagen en la que el viajero por el tiempo descubre una biblioteca y lee en los lomos de los libros los títulos de clásicos que le generan un atisbo de esperanza en la civilización futura. Sin embargo, esa luz que instantes antes había iluminado su mirada, se apaga cuando coge y abre varios ejemplares y estos se desintegran al contacto de sus manos. En ese preciso instante lo comprende, la humanidad ha perdido su identidad. Ha descuidado sus clásicos, sus autores y sus pensamientos, ha olvidado la cultura, la educación, la escritura, la lectura, la imaginación, la inventiva, la reflexión y la capacidad crítica que, entre otras, la habían llevado a ser lo que fue. Mas ya no es, y no lo será más, pues los libros y cuanto implican —mucho más que una portada y unas páginas impresas— han desaparecido de ese futuro que, convertido en el presente de la especie humana, aflige al viajero. En ese mañana, el viajero del tiempo descubre que la humanidad ha perdido su identidad humana, al menos la que él había conocido. El mundo ya no es el suyo, y menos aún está en sus manos; es el mundo de los Eloi y de los Morlock, el mundo en el que la humanidad ha perdido la capacidad de leer y pensar, de amar y crear... Han perdido tanto. Ya son lo que nunca debemos ser: apariencia y carne sin vestigios de aquella antigua leyenda que nos llevó a distinguirnos del resto de los seres vivos del planeta: la inteligencia que, unida a nuestras emociones y sentimientos, nos había hecho tal como éramos en la época del viajero y tal como somos al acabar este breve texto. El cómo seremos después, siempre se está fraguando ahora…

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