Sabu había firmado con la productora de Korda, cuando este produjo la película de Robert J. Flaherty, la cual no resultó cómo esperaba el mayor de los Korda, que encargó a su hermano mediano, Zoltan, que aprovechase el material rodado por Flaherty, unas sesenta horas de película, e hiciese lo pudiese para conseguir un film con argumento que poder estrenar comercialmente. El resultado fue Sabu-Toomai, el de los elefantes (The Elephant Boy, 1937), una película entre lo que pudo ser el documental pretendido por el estadounidense y la ficción que finalmente fue. Es decir, una especie de tierra de nadie, ni de Korda ni de Flaherty; tampoco de Kipling, cuyo libro inspira el guion de John Collier que Flaherty pasó por alto, como también pasó que Korda se había reservado el derecho sobre el producto final. Cuando Flaherty descubrió al niño, este tenía doce años. Era pobre y trabajaba limpiando las cuadras y cuidando los elefantes del maharajá de Mysore. Para aquel muchacho, fue como un sueño o como si el genio de la lámpara le concediese al menos un deseo: dejar de limpiar la mierda de otros. De la noche a la mañana, su vida cambió de forma radical. Flaherty vio en él al protagonista para su nueva aventura cinematográfica; pues cada nueva película del director de Nanuk, el esquimal (Nanook of the North, 1921) era la aventura de recorrer y acercar mundos exóticos al público estadounidense. Lo suyo eran los films documentales, con personas y paisajes humanos y naturales, los de Korda, Zoltan y Alexander, ficción y personajes igual de ficticios, aunque algunos se inspirasen en los reales, caso de las biografías cinematográfica de Enrique VIII y Rembrandt interpretadas por Charles Laughton. De esa mezcolanza, surgió Sabu en la gran pantalla, interpretando a Toomai en Sabu-Toomai, el de los elefantes y, desde aquel instante, entró a formar parte de la factoría Korda, para la cual trabajaría en cuatro producciones, de 1937 hasta 1942. Posteriormente, continuaría dando vida a personajes similares, pues esos personajes eran Sabu haciendo un mismo rol cinematográfico, con sus variantes, en aventuras como Las mil y una noche, La reina de Cobra, Buenos días, señor Elefante (Buongiorno, elefante!, Gianni Franciolini y Vittorio de Sica, 1952) o Los misterios de Angkor (Herrin der Welt, William Dieterle, 1960). Su última película fue Un tigre se escapa (A Tiger Walks, Norman Tokar, 1964), pero Sabu había fallecido poco antes de su estreno. Quien había dado vida al niño elefante de Flaherty y los Korda moría el 2 de diciembre de 1963…
viernes, 10 de noviembre de 2023
Sabu-Toomai, el de los elefantes (1937)
Personajes como Toomai, Mowgli o Abu hicieron de Sabu una estrella de celuloide, pero aquel niño no era actor, era el rostro exótico que Robert J. Flaherty buscaba para su película documental sobre elefantes. Como Nanuk dieciséis años atrás, Sabu llamó la atención del documentalista, pero, al contrario que el protagonista del primer largometraje documental cinematográfico, el muchacho encontró en el cine su porvenir y su holgado medio de sustento. Su momento de mayor esplendor se produjo entre 1937 y 1942, en las producciones británicas producidas por Alexander Korda. Su carrera posterior se desarrollaría, sobre todo, en Hollywood, adonde llegó para rodar Las mil y una noche (Arabian Nights, John Rawlins, 1942), una producción Universal en la que también participaban Jon Hall y María Montez. Con la pareja artística volvería a coincidir en La reina de Cobra (Cobra Woman, Robert Siodmak, 1943). En 1944, se convirtió en ciudadano estadounidense y una de las primeras cosas que hizo como tal fue alistarse en las Fuerzas Aéreas. Enrolado en la tripulación de un bombardero, participó en la Segunda Guerra Mundial. Por entonces tenía veinte años y la popularidad obtenida gracias a sus personajes en fantasías y aventuras de celuloide que hicieron de él la imagen cinematográfica del exotismo oriental. A su regreso, continuó haciendo cine, encasillado en papeles raciales en películas ambientadas en tierras lejanas (para el público estadounidense y de otros lugares distantes a los escenarios escogidos para las historias). Pero, salvo Narciso negro (Black Narcissus, Michael Powell y Emeric Pressburger, 1947), ya nunca alcanzaría la grandeza de El ladrón de Bagdad (The Thief of Bagdad, Ludwig Berger, Michael Powell, Tim Whelan, 1940) o El libro de la selva (The Jungle Book, Zoltan Korda, 1942), ambas producidas por Alexander Korda, quien se negó a prestarlo a George Stevens cuando este lo quería para que interpretase el personaje que da título a la aventura colonial Gunga Din (1939). Nada pudo objetar el adolescente, pues era costumbre que los actores y actrices tuviesen un contrato de larga duración con un estudio, que era el que decidía en qué películas debían actuar y, en su seno, también se decidía a que otras compañías prestar por una cantidad de dinero o intercambiando estrellas.
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