La traducción al castellano del título original “Kono ko no nokoshite” vendría a ser “Estos niños que dejo atrás”, mientras que su título en inglés fue “Childrend of Nagasaki”. El primer título, su traducción, podría plantear ¿qué niños son estos? ¿Y cómo es eso de dejarles atrás? El segundo determina no solo la procedencia de los niños, sino que introduce la idea que se confirma al completarlo con el “que dejo atrás”. Así ese “atrás” cobra el significado de pasado concreto, el que de inmediato regresa a la memoria histórica de Nagasaki. ¿Cómo olvidarles y como olvidar aquella explosión atómica? No se puede ni se debe olvidar, pues olvidar sería negarles y estar más cerca de repetir el terror. Keisuke Kisnoshita lo recuerda en Los niños de Nagasaki (1983), inspirada en la historia de Takashi Nagai. Kinoshita inicia su película con un fondo negro sobre el que inserta: <<6 de agosto de 1945. 8:15. La bomba atómica cae sobre Hiroshima. 9 de agosto de 1945. 11:02. La bomba atómica cae sobre Nagasaki>>. Son los rótulos que preceden a la voz que pronuncia <<La guerra es obra del hombre. La guerra destruye las vidas humanas. La guerra es la muerte. En esta ciudad de Hiroshima…>> En ese instante, la imagen asoma por primera vez en la pantalla y descubre al orador: el Papa Juan Pablo II, durante su visita a Japón en febrero de 1981. Es la introducción del veterano maestro para su homenaje a las víctimas y su crítica a las guerras, critica expresada en varias de sus grandes películas desde el cómo afecta a las familias, a las mujeres, a los hijos y al resto de la población civil. La película abandona ese instante documental para asentarse en la representación que ubica el 7 de agosto, un día después de que Hiroshima fuese testigo y víctima del poder atómico. Aquí se inicia lo que sería el prólogo en sí, cuando faltan dos días para que Nagasaki corra la misma suerte, un prólogo en el que Kinoshita introduce a sus personajes y los ubica en un espacio donde las señales de alarma son de posibles ataques aéreos tradicionales, a los que la población japonesa ya habría empezado a “acostumbrarse” tras varios años.
Las imágenes se centran en la familia Nagai, en un matrimonio con dos hijos. La mujer, Midori (Yukiyo Toake), es católica y el marido, Takashi (Gô Katô), padece cáncer y sabe que no llegará a viejo. No dramatiza, lo asume como parte de su profesión médica en la que ha recibido radicaciones durante el repetido uso de rayos X. Habla con su mujer e intenta despreocuparla, también le dice que ella ha de cuidar a los niños, a los que ha llevado a las afueras de la ciudad, al campo donde viva la abuela, para protegerles de los bombardeos. Se escuchan las noticias sobre Hiroshima. Se habla del uso de un nuevo tipo de bomba, pero ninguno puede prever el mañana, ese día 9 a las 11:02 que les alcanza y, tras el cual, Nagasaki es una masa ardiente de cenizas, destrucción y muerte. Kinoshita inicia el “logo” de su película mostrando en la distancia la explosión que se deja sentir en el campo donde los niños y la abuela sobreviven a la explosión que mata a la madre y a miles de civiles más. Para quienes gusten de datos, Kinoshita apunta los siguientes: <<muertos: 73.884; heridos: 74.909; refugiados: 120.820; casas en ruinas: 11.574; casas dañadas: 6.035; superficie quemada: 6.699.000 m2.>>, pero el cineasta quiere llegar a otra verdad, ajena a las cifras, más humana que numérica, y se centra en esos niños y en el padre, que sobrevive al bombardeo y empieza a escribir cuanto observa, con el fin de dejar un testimonio que pueda ayudar en el estudio de la radiación.
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