La productora Ranown empezó a gestarse en Espíritu de conquista (Western Unión, Fritz Lang, 1941), en cuya producción se encontraban Harry Joe Brown, en labores de productor asociado, y Randolph Scott, quien era uno de los protagonistas del film; también el guionista Robert Carson andaba por allí. Los tres volverían a coincidir en Los desesperados (The Desperadoes, Charles Vidor, 1943), primera producción en color producida por la Columbia Pictures de Harry Cohn y película que puede considerarse la génesis de la asociación entre el productor y el actor, pues depararía la creación de Producers-Actors Corporation, futura Ranown, la cual se confirma en Pistoleros (Gunfighters, George Waggner, 1947). Su asociación en Ranown fue fructífera y dio grandes títulos para el western, no solo aquellos dirigidos por Budd Boetticher, y convirtió a Scott en uno de los iconos del género al que también pertenece este entretenido film de Charles Vidor. Pero, aunque Scott aparece como cabeza de cartel, Los desesperados encuentra su protagonista principal en el personaje interpretado por Glenn Ford —que alcanzaría gran notoriedad en Gilda (1946), otro título dirigido por Vidor—, que da vida a Cheyenne Rogers, un fugitivo que llega a Utah, por entonces la frontera del oeste, en busca de su amigo “Nitro” (Guinn “Big Boy” Williams), pero el destino precipita que se reencuentre con otro viejo conocido, el shérif Steve Upton (Randolph Scott).
A priori, Los desesperados parece repetir el patrón de la vieja amistad condenada a enfrentarse, debido a que los amigos se sitúan en lados opuestos de la ley, pero pronto se descarta tal idea y lo que podría ser un western dramático se decanta por el humor para narrar su historia de echar raíces —la frontera como lugar de recepción de aventureros, forajidos, esperanzados, desesperanzados— y de falsas apariencias —los más respetados del lugar, también son los que más delinquen—. Nunca pierde ese sentido del humor que la hace cercana y quita hierro al asunto, incluso hace divertida la ambigüedad de las apariencias y posibilita la transformación del drama en enredo. Los hombres más notables de la ciudad, aquellos que se asume más respetables, no lo son. Tanto Clanton (Porter Hall), el banquero, como tío Willie McLeod (Edgar Buchanan) son delincuentes y socios de fechorías tras sus fachadas de ciudadanos respetables. El uno es financiero y el otro tiene a su cargo el correo, y ambos son tan ambiciosos que solo piensan en enriquecerse por la vía rápida: engañando y quebrantando la ley. No obstante, hay algo que les diferencia —los sentimientos y el conflicto que implica la paternidad de Willie— y que deparará su enfrentamiento, el cual no tiene desperdicio. Es un momento entre cómico y patético que confirma la falta de memoria de tío Willie (busca en sus bolsillos la pequeña pistola que no sabe en cuál ha guardado) y la vileza de Clanton; así como también la vena sentimental de la “Condesa” (Claire Trevor), la dueña del casino y antigua amiga de Cheyenne.
Al inicio de la película, se descubre a Clanton ofreciendo a sus clientes cincuenta centavos por dólar perdido en el robo a su local, lo que para él y sus socios supone una ganancia del doble, aparte del reconocimiento y gratitud ciudadana. Pero no tardan en descubrir que sus planes y los de tío Willie no han salido del todo bien, ya que han muerto varías personas durante el atraco llevado a cabo por el tercer socio: Jack Lester (Bernard Nedell). El shérif no tiene pistas, pero mientras las busca se produce su encuentro con Cheyenne; en el que ni el uno ni el otro se ven las caras, ya que el segundo asalta al primero y le roba el caballo por la espalda y sale al galope. Dos o tres escenas después —tras el encuentro de Cheyenne y Allison McLeod (Evelyn Keyes) y el de esta con Steve—, los dos “rivales” vuelven a encontrarse. Lo hacen en la oscuridad de las cuadras donde se pelean y, finalmente, se ven los rostros. Ambos se reconocen. Son amigos. Hablan sobre el pasado, lo justo para sospechar que el representante de la ley es un antiguo forajido que se ha reinsertado plenamente dentro del orden que ahora protege y al que Cheyenne quiere pertenecer quizá por amor a Allison, por cansancio o por sí mismo. En definitiva, salvo Allison, hija de tío Willie y rostro de la inocencia del film, nadie en Los desesperados es quien se supone que representa; ejemplo simpático de esto también lo es el juez Cameron (Raymond Walburn), que se descubre sediento de justicia, es decir, que exige a todas horas colgar a alguien, aunque ese alguien sea inocente, para hacer justicia al robo del banco.
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