Las relaciones de parejas cobran protagonismo en las comedias mudas de Cecil B. DeMille y en las de Ernst Lubitsch, quienes ya enfrentan a hombre y mujer a las complejidades del amor, aunque ellos lo hacen sin intención de explicar; enfrentan, ironizan e insinúan, sobre todo en el caso de Lubitsch, y marcan dos pasos clave en la evolución de la comedia romántica hecha en Hollywood. Desde entonces se han producido numerosos cambios (sociales, culturales, económicos, morales, tecnológicos), pero es innegable que en las relaciones de pareja hay situaciones que se repiten y esto se puede ver en Cuando Harry encontró a Sally (When Harry Met Sally…, 1989). Considerada una de las grandes comedias hollywoodienses de la década de 1980, no está influenciada directamente por ninguno de los nombrados, aunque Rob Reiner y Nora Ephron, director y guionista respectivamente, conocen y admiran el cine clásico de Hollywood —títulos como El bazar de las sorpresas (The Shop arround the Corner, Ernst Lubitsch, 1941), Tú y yo (An Affair to Remember, Leo McCarey, 1938/1958) o Casablanca (Michael Curtiz, 1942), que asoma en varios momentos del film, son evidentes a lo largo de la filmografía de la directora de Algo para recordar (Sleepless in Seattle, 1993)—, pero a simple vista las influencias de Cuando Harry encontró a Sally parecen surgir de comedias urbanas y de pareja realizadas por Woody Allen —Annie Hall (1977) o en Manhattan (1979). Eso en apariencia, pues los personajes del film de Rob Reiner viven en mayor ligereza sus dudas, sus frustraciones, sus deseos, incluso sus situaciones, que avanzan hacia el supuesto final feliz que pone broche a las comedias románticas de ayer y de hoy.
Desde Chicago en 1977 hasta el neoyorquino instante de 1989, en el que se confirma, el recorrido sentimental de Harry (Billy Cristal) y Sally (Meg Ryan) aparece en la pantalla en fragmentos temporales —separados por las entrevistas a parejas que hablan de su amor, de como se conocieron y de los años que llevan juntos— que muestran su relación y, por omisión y confidencias, la que han mantenido con otros. Tras un primer y segundo momento, en 1977 y 1982, se produce un nuevo reencuentro e inician su acercamiento definitivo, el que depara la amistad que en todo momento apunta que lo suyo va un paso más allá. Sus encuentros inesperados son fundamentales para establecer su relación, pero esta no cobra forma hasta 1988, cuando se regula y conduce a los protagonistas a reconocer el sentimiento que les une. Y a la espera del momento en el que se confirme (en realidad, los hechos expuestos en película forman parte del pasado, uno de tantos de los que hablan las parejas entrevistadas), el film avanza en la cotidianidad de los encuentros que van desarrollando su complicidad y complementariedad, también sus desamores, sus temores y su negativa, quizá su inmadurez emocional, pero solo tienen que mirar su presente y su pasado compartido, su viaje vital desde aquel Chicago a la Nueva York de su actualidad para comprender lo que sus dos amigos (interpretados por Carrie Fisher y Bruno Kirby) ya saben: que se aman. En un momento de soledad, Harry lo acepta, ya no puede huir de su historia común. La recuerda, la añora, comprende que la chispa prendió en aquel primer instante, cuando compartieron vehículo y conversaciones, y dos conceptos del mundo y de las relaciones hombre-mujer distintos; la despedida, dejando en el silencio la atracción que ya entonces sienten, creyendo que ahí acababa su historia común, pero, cinco años después, un nuevo encuentro, una nueva despedida, y otro salto temporal que volvió a cruzar sus caminos. Su devenir temporal y sentimental hacen de Cuando Harry encontró a Sally una comedia sobre el amor y sobre el paso del tiempo, sobre las relaciones de pareja, las clase media urbana estadounidense de finales de siglo XX, pero la popularidad alcanzada por este film de Reiner dudo que sea equiparable a su calidad. Con esto no quiero decir que se trate de una mala película; es una comedia de su tiempo, que asume la ligereza del conflicto como parte de su identidad y de su tono, bien llevada por el responsable de la fantasía romántica La princesa prometida (The Princess Bride, 1987), con una pareja que funciona, pero cuyo transitar nunca abandona esas zonas con anterioridad transitadas por otras comedias románticas.
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