Distrito 34: corrupción total (1990)
La relación de Sidney Lumet con el thriller policiaco es notable, cuando no sobresaliente. En cualquier caso, se trata de una relación fructífera que se inicia con contundencia critica en Serpico (1973) y que sobrevive al infantilismo cinematográfico dominante en el Hollywood de los años ochenta en El príncipe de la ciudad (Prince of the City, 1981), quizá su film más austero, y continúa atractiva, activa y rebosante de vitalidad hasta el final de su carrera, cuyo broche brilla cual piedra preciosa en Antes de que el diablo sepa que has muerto (Before the Devil Knows You’re Dead, 2007). Entremedias, títulos como Tarde de perros (Dog Day Afternoon, 1975), Distrito 34: corrupción total (Q & A, 1990), Una extraña entre nosotros (A Stranger Among Us, 1992) o La noche cae sobre Manhattan (Night Falls on Manhattan, 1997) también muestran individuos al límite —como prácticamente expone en el resto de su obra fílmica, sirvan de ejemplo Doce hombres sin piedad (12 Angry Men, 1956), Punto límite (Fail-Safe, 1964) o La colina (The Hill, 1965)—, ya sea por su condición marginal, por una situación extrema o por el entorno corrupto que les margina y convierte en tipos incómodos, debido a la excepción que representan. En Distrito 34 corrupción total, que pone en imágenes el primer guion firmado en solitario por el cineasta, la excepción deviene en regla, ya que se descubre dispar en varios personajes, entre ellos el policía corrupto a quien Nick Nolte confiere temible brutalidad y el abogado que Timothy Hutton interpreta en este regreso de Lumet a los orígenes de su cine policiaco. <<He escrito dos guiones (Prince of the City, con Jay Presson Allen, y Q & A), porque me sentía particularmente próximo al argumento y creía conocer la “musica” de los personajes tanto como el que más>>.1 En realidad, hay más personajes interesantes en este film que desarrolla varios temas sin edulcorarlos, entre ellos el racismo y la corrupción, pero son los de Hutton y Nolte los que acaparan mayor protagonismo al ser los polos que enfrentan idealismo e irracionalidad en medio de la investigación llevada a cabo por Aloysius Reilly (Timothy Hutton), cuya ingenuidad choca con la ferocidad de la jungla donde el teniente Mike Brennan (Nick Nolte) es <<el modelo de policía>> admirado por Quinn (Patrick O’Neal), el jefe de Al y un arribista con un pasado oscuro y una meta clara: el puesto de fiscal del Estado.
Ambientada en su mayor parte <<en el Harlem hispano, con su climax de Puerto Rico […] teníamos una película sobre el racismo, consciente e inconsciente, capaz de dominar tantísimo nuestro comportamiento>>.2 Pero, además, transita por intereses políticos y mafiosos, por la corrupción y las mentiras, por coacciones y brutalidad. El espacio se descubre variopinto y multiétnico: policía, mafia, transexuales, hispanos, negros, italianos o irlandeses, la minoría que tradicionalmente venía asumiendo el rol de policía neoyorquina hasta la política de integración racial —es probable que esto alimentase el odio de Brennan—, se citan en este contundente policiaco que no pretende las simpatías del público, ni ser políticamente correcto, como lo es la imagen pública del Departamento de Policía que asoma en la pantalla. Lumet conoce la “música” de los personajes y, como consecuencia, decide ser expeditivo en su exposición de los hechos y sitúa al espectador frente a la incomodidad de una realidad nada amable, donde los trapos sucios son sucios, la amoralidad es amoral y la fuerza bruta es brutal y choca con la ingenuidad inicial del adjunto del fiscal del distrito interpretado por Timothy Hutton, en su primer caso de homicidio para la fiscalía, una investigación que su jefe le dice que es <<un típico caso de homicidio justificado>>; y que implica un paso adelante en el aprendizaje del abogado en dos frentes: el emocional y el profesional, aunque ambos están conectados. El título original, Q & A remite a Questions and Answers, pero no solo son preguntas y respuestas relacionadas con el homicidio del puertorriqueño que Brennan asesina a sangre fría al inicio, en un callejón oscuro, a la salida de un local donde coacciona a presumibles testigos que confirmen su versión, sino también aquellas relacionadas con la intimidad pretérita de Al y Nancy (Jenny Lumet) y con el entorno donde la situación del primero le niega cualquier posibilidad de permanencia y pertenencia. Ese espacio oculta irregularidades que él intenta destapar, quizá por demostrarse a sí mismo su integridad moral y la ausencia de racismo, del que Nancy le acusa en su reencuentro, seis años después de su ruptura. Pero lo más significativo de la película, quizá también el motivo de su desconexión con el público, es su valentía, su intención de no esconderse y hablar a las claras, empleando el lenguaje callejero y haciendo evidente el racismo que tanto condiciona a los personajes y que la política oficial del Departamento niega en su seno, al defender la integración racial; quizá por ello asignen a Al a Chapman (Charles S. Dutton), policía negro, y al puertorriqueño Valentín (Luis Guzmán). Parte del aprendizaje del abogado, que antes de ejercer como tal había patrullado las calles del distrito 34, en su travesía por la cruda realidad resulta igual de complejo que su búsqueda de su lugar en el mundo, de llenar emocionalmente el vacío que Nancy dejó cuando le abandonó, tras ver en sus ojos un brote de racismo inconsciente, posiblemente heredado.
1,2. Sidney Lumet: Así se hacen las películas (traducción José María Aresté). Ediciones Rialp, Madrid, 2016
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