Para quienes poseen nociones sobre la evolución cinematográfica, el nombre de Allan Dwan suena entre el de los grandes pioneros de Hollywood. Pero, al tiempo, el término "pionero" abarca mucho y poco. Mucho, porque indica que se trata de alguien fundamental en el desarrollo del cine; y poco, porque su obra puede sonar a reliquia del pasado o a resto arqueológico, y esto apunta a que sus películas quizá sean desconocidas para el público actual, generalmente más familiarizado con los David W. Griffith, Cecil B. DeMille, Charles Chaplin, King Vidor o John Ford. Dwan inició su aventura cinematográfica en 1911 y, desde entonces, su afán por hacer películas marcó su ritmo y su rumbo profesional. Su filmografía supera los cuatrocientos títulos y, los que he visto, reafirman la idea de que contempló la obra de un realizador que parece decir "voy a hacer una película entretenida y sencilla en su apariencia". No es fácil alcanzar la sencillez ni ofrecer entretenimiento, pero Dwan logró ambos, tanto en sus producciones silentes como en las sonoras, muchas de las cuales fueron rodadas en precarias condiciones, aunque con el talante del iluso que no se rinde ante las dificultades, que acepta el reto y sale airoso. Claro está, en su obra fílmica las hay mejores y peores, también hay cabida para grandes títulos e incluso para aquellos que, como puedan serlo Robin Hood (1922) o Ligeramente escarlata (Slightly Scarlet, 1956), considero indispensables. Ninguna de sus películas, al menos de las que tengo conocimiento, llevan a engaño, puesto que Dwan, cineasta honesto e intuitivo, rodaba con igual entrega un film A, B o Z. Lo suyo no era alardear de talento, era buscar y dotar de fluidez y de agilidad las imágenes de sus producciones. Y estas hablan de alguien que hacía cine y amaba el cine, de alguien cuyas ganas de filmar lo llevó, en ocasiones, a transgredir, a ir allí donde otros apenas se asomaban y a hacer real su deseo de rodar, que mantuvo vivo hasta 1961, año de su último largometraje. East Side, West Side (1927) es un ejemplo de su buen hacer tras las cámaras. En ella empleó el humor, el melodrama o los espacios urbanos y los mezcló con su sencillez expositiva, dando forma a la disyuntiva entre el lado este y el lado oeste, referidos por el título y que remiten a la elección que se presenta ante John Breen (George O'Brien). El protagonista de la historia anhela construir algo que perdure, quizá algo que deje huella de su paso por la historia, pero, sobre todo, es la imagen del individuo anónimo que pretende el sueño americano y del hombre dividido entre dos mundos, dos mujeres y dos orillas opuestas. Como chico del río, que separa tanto las clases sociales como los espacios físicos terrestres, su origen fluvial le depara que ni pertenezca al lado oeste ni al este de la ciudad, al tiempo, su desubicación le posibilita que pueda elegir entre ambos. Al inicio, John contempla los edificios neoyorquinos desde la barcaza, su hogar, donde vive con su madre (Jean Armor) y su padrastro (William Frederic). Esta introducción explica que siempre ha vivido sobre las aguas del East River, en el transporte de ladrillos que hace las veces de vivienda, hasta que se produce el accidente que provoca el hundimiento de la embarcación y el ahogamiento de su familia. Así, nadando y saliendo de las aguas, pisa el asfalto con el que habría soñado, la tierra firme que le permitirá construir su propio camino. Sin embargo, como cualquier búsqueda, la de John no resulta sencilla y lo llevará por varias etapas: desde el hundimiento de la barcaza hasta que alcanza su meta, que no es material, sino ideal, así como establece su relación definitiva con Becka (Virginia Valli), la chica del East Side que, en la primera parte del film, miente y lo abandona para no entorpecer el ascenso del hombre a quien ama. Muchas historias cinematográficas dejarían de serlo, si sus protagonistas expusieran sus perspectivas, sus sentimientos, sus intenciones y sus ideas sobre el otro. Pero Becka calla tras aceptar las palabras de Pug Malone (J. Farrell Macdonald) y da el paso que depara la distancia entre ambos. Lo hace por amor, por generosidad, por dejar vía libre a John, para que pueda irse al West Side y triunfar. Seis meses después, el héroe trabaja en el subsuelo neoyorquino e inicia su noviazgo con Josephine (June Collyer), la niña rica y altiva, cuya ambición se opone a la generosidad de Becka. Igual que las orillas del río, ambas mujeres son opuestas, salvo en el deseo carnal que John despierta en ellas, y ellas en el emprendedor que busca su lugar y su sueño. East Side, West Side es un título que apunta la herencia híbrida del protagonista, hijo de padre millonario y madre de clase trabajadora, por tanto, apunta la situación en la que se encuentra, a los dos mundos que se abren ante él, aunque inicialmente ignorando las características de ambos. Solo sabe que ya no tiene nada, salvo un padre (Holmes Herbert) que abandonó a su madre, porque la familia paterna se interpuso a un matrimonio que su posición social no podía permitir. Por ese motivo, John no duda cuando responde que <<lo mataría>>, pues ignora que está expresando su ira ante Gilbert, el amigo y mentor -en realidad, es su padre- a quien conoce durante su etapa de boxeador. La ausencia de la figura paterna, la llena con la presencia de Gilbert van Horn, quien lo anima y apoya en sus estudios de ingeniería, para que, finalmente, acaricie el cielo, el ideal que Dwan expone sin tiempos muertos ni altibajos que rompan el ritmo del melodrama y de realidad social -e histórica, al introducir el desfile en honor al aviador Charles Lindbergh y las escenas del hundimiento del Titanic- que se combinan durante buena parte de la trama.
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