Ignoro, o no podría decir con absoluta certeza, cuál fue el primer largometraje de la historia dirigido, escrito, interpretado y producido por una mujer, pero sí sé que Ana Mariscal hizo todo eso en Segundo López, aventurero urbano (1953) y que, años antes, en 1932, Leni Riefenstalh había hecho lo propio en La luz azul (Dax Blaue Licht, 1932). Y, si nos remontamos a los albores del cine, Alice Guy Blaché, pionera en filmar ficción, en 1896 dirigió, escribió, fotografió e interpretó el cortometraje La fée aux choux. Puntualizo esto porque considero que estas y otras cineastas —Esther Shub (revolucionaria en el uso del montaje en películas documentales), Lotte Reiniger (realizadora del primer largometraje animado), Dorothy Arzner (la primera mujer en formar parte del sindicato de directores de Estados Unidos), Vera Chytilová, Ida Lupino, Kinuyo Tanaka, Larisa Shepitko, Agnès Varda, Sara Gómez, Marguerite Duras,...— y guionistas como Thea von Harbou (en su colaboración con Fritz Lang), Alma Reville (en el cine de Hitchcock), Frances Marion, Lillian Hellman, Suso Cecchi D'Amico, Frances Goodrich o Leigh Brackett, merecen reconocimiento (y sus obras mayor estudio y difusión) tanto por sus contribuciones cinematográficas como por destacar en oficios con mayoritaria presencia masculina. De Riefenstalh o Chytilová escribí en ocasiones anteriores, de otras apenas he hablado, aguardando ocasiones mejores para concederles el protagonismo que se merecen. Hoy llega el turno de Ana Mariscal, quien, antes de dar el salto a la dirección, había protagonizado entre otras la propagandística Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1941) y Un hombre va por el camino (Manuel Mur Oti, 1949). Pero hoy su presencia no es tan fugaz como cuando comenté ambas películas, ni tampoco aparece en este comentario por su faceta de actriz, sino por su trabajo detrás de las cámaras en Segundo López, aventurero urbano, una película que, además de significar su debut en la dirección, también produjo y escribió en colaboración de Leocadio Mejías (autor de la novela en la que se basa el filme). Comedia dramática de influencias neorrealistas, quijotescas y de la literatura picaresca, la película expone con brillantez una época y un entorno urbano por donde Segundo López (Severino Población), hijo de la difunta Escolástica López y de padre desconocido, transita después de abandonar su Cáceres natal.
Es su primer viaje en cuarenta y siete años de existencia, apunta el narrador de su historia, como también apunta que Segundo es un <<hombre bueno, analfabeto y sentimental>>. Es todo eso y más, pues, como Totó el bueno o Alonso Quijano, es un soñador y, como él mismo se define, <<un libre pensador>>. Con sus treinta mil duros en la cartera y sin más equipaje que lo puesto, este héroe anónimo e iluso se apea en la estación madrileña para iniciar su deambular y sus encuentros con personajes tan entrañables como el huérfano Chirri (Martín Ramírez), quien se convierte en su inseparable secretario, o Marta (Ana Mariscal), la enferma a quien cuida e intenta devolver el deseo de vivir. Sin embargo, durante su recorrido, entre cómico y trágico, más bien desventura, no hay lugar para idealistas, porque la miseria domina el paisaje urbano y también el humano. Bares, pensiones, calles, un calabozo o el agujero donde se cobija en compañía de Chirri, cuando se quedan sin dinero, son espacios que no llegan a quebrar el espíritu de un protagonista que malgasta cuanto tiene porque <<lo que vale es el amor, el honor y el trabajo>>, aunque de esto último siempre ha escapado. En su interpretación de cuanto vive, Segundo López se enfrenta sin egoísmos, desinteresado, a un medio triste que no oculta la precariedad física ni la decepción humana en personajes como Marta, a quien el extremeño intenta devolver la alegría, aunque sin éxito completo, pues, por falta de dinero, se ve obligado a abandonar la pensión donde aquella yace postrada, aunque con la promesa de regresar convertido en millonario. Es un instante de impotencia para el protagonista y la primera señal de que en el mundo real el dinero sí tiene importancia. Segundo comprende que sin blanca no podrá cuidar de Marta, tampoco podrá alimentar al pícaro con quien mantiene una relación paterno-filial y quijotesca. Esta nueva certeza le impulsa a recoger colillas como Pepone y su tío en Mi tío Jacinto (Ladislao Vajda, 1956), a transportar muebles, a participar de extra en una película dirigida por Mur Oti (en la que cree que se producen muertes reales) o a agudizar el ingenio y la picardía, cuando una mujer desequilibrada lo contrata para dar una paliza al vecino de arriba. Todo cuanto hace es por otros, pero haga lo que haga durante su <<historia vulgar>> de nada sirve, y su ilusión se transforma en la certeza, <<somos seres de ida y vuelta>> que comparte con su inseparable y desvalido escudero.
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