Tras el complicado rodaje de
Apocalypse Now (1979),
Francis Ford Coppola se embarcó en una aventura utópica que concluyó en 1982, año que marcó un antes y un después en su carrera cinematográfica. Su intención de recuperar parte del espíritu de los estudios del Hollywood clásico se saldó con el brusco despertar de su sueño, similar en ilusión y en trabas al vivido por el protagonista de
Tucker, un hombre y su sueño, aunque, en lugar de producir automóviles modernos a bajo coste, el fin perseguido por
Coppola pasaba por realizar una película al mes en cada uno de los nueve platós que compondrían su estudio, el cual contaría con las últimas tecnologías y con una plantilla estable de técnicos y actores. Pero, como consecuencia de los fracasos de los proyectos producidos por
Zoetrope Studios, el cineasta se vio en la obligación de vender la compañía para poder saldar parte de las deudas acumuladas durante la breve existencia de la productora, de modo que no le quedó más opción que dejar a un lado su visión y aceptar encargos que siempre intentó adaptar a sus intereses artísticos y personales. El fracaso de
Coppola y su
Corazonada (
One from the Heart, 1981) era un hecho cantado, quizá porque su novedosa idea desafiaba a lo establecido por el Hollywood de la época, donde la reinvención pretendida por el cineasta ni fue aceptada ni comprendida. Así pues, la ambición artística de
Coppola encontró su peor escollo en su deseo de ir a contracorriente, en un intento de renovar el lenguaje cinematográfico dentro de un sistema que no estaba dispuesto a aceptar una empresa ajena a sus intereses, como demostró la incomprensión que generó la modernidad visual que habita en las imágenes de un homenaje al clasicismo que vive de su estética onírica y artificial. Por momentos
Corazonada recuerda al cine de
Federico Fellini, pero también a los musicales de la época dorada del cine estadounidense, aquellos interpretados por
Gene Kelly o
Fred Astaire. En ella todo es ilusión y fantasía, incluso la relación amorosa de sus dos protagonistas, Hank (
Frederic Forrest) y Frannie (
Teri Garr), quienes, tras cinco años de convivencia, se separan y empiezan a vivir existencias en las que ninguno encuentra la plenitud deseada en compañía de otros amantes. La trama es simple, y lo es porque el interés de
Coppola se centró en la experimentación audiovisual y no en el contenido de la historia, de modo que el colorido, la iluminación, la música o la estética adquieren mayor relevancia que los propios personajes y las emociones que les guían. Sin embargo, y a pesar de todo el esfuerzo realizado por el cineasta, y por su equipo técnico y artístico, su apuesta se saldó con el colosal fracaso que le llevó a la bancarrota, de la que saldría en la década de los noventa, cuando, ante la insistencia de la
Paramount, aceptó dirigir
El padrino parte III y posteriormente, para
Columbia Pictures,
Drácula de Bram Stoker, una película realizada por entero en decorados y cuyo derroche visual remite al ofrecido en
Corazonada.
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