Cuando se anunció que Ridley Scott iba a rodar una nueva versión de Robin Hood se especuló con la posibilidad de alejar al personaje del héroe clásico que hasta entonces se había visto en pantalla, aunque existen excepciones tan afortunadas como el antihéroe encarnado por Sean Connery en el Robin y Marían de Richard Lester. Pero el guión inicial "Notthingham", que supuestamente planteaba la posibilidad de que el arquero de Sherwood dejase su puesto de héroe de la función al sheriff del condado, no convenció al director de Blade Runner, por lo que el libreto hubo de ser reescrito por completo, decantándose por un acercamiento más tradicional a la figura de Robin (Russell Crowe), a quien se presenta como un cruzado anónimo de clase baja que regresa a Inglaterra después de la muerte del rey Ricardo (Danny Huston). Pero con todo lo que se dijo, y con lo que después se vio, se podría decir que Robin Hood no aportó nada nuevo al género de aventuras y poco al personaje, ni siquiera en su condición social. La mayor diferencia respecto a otros films con Robin Hood como protagonista estriba en el tratamiento que Scott concedió a Lady Mariam (Cate Blanchett), que, como otros personajes femeninos de su fillmografía, muestra un carácter combativo y decidido que no se encuentra en la mayoría de sus predecesoras, de modo que su personalidad resulta más cercana a la del desconocido que se convertirá en la leyenda que ha servido como fuente de inspiración a escritores y cineastas. Los primeros compases de Robin Hood muestran a un hombre que pretende tomar las riendas de su existencia, además se perciben destellos de aquel en quien se convertirá hacia el final del film; aunque en ese primer instante solo piensa en sí mismo, y no es hasta su encuentro con el moribundo Robert Locksley cuando se plantea cuestiones ajenas a sus intenciones, sobre todo a raíz del descubrimiento de un grabado en la espada que acepta entregar al padre del noble fallecido. Decidido a cumplir la promesa realizada al finado, Robin emprende el camino a Nottingham, pero antes de alcanzar su destino se produce su primer encuentro con Juan (Oscar Isaac), recién coronado e igual de antipático, incompetente y ambicioso que los anteriores príncipes cinematográficos que llevaron su nombre. Sin embargo, a lo largo de la película, a este reyezuelo se le concede la oportunidad de enmendarse y de ganarse el favor de un pueblo necesitado de la justicia y la libertad ausentes en esa tierra donde finalmente Robin se convierte en el guía para alcanzarlas. A pesar de que el film de Ridley Scott se ubica en un marco histórico concreto, dominado por la pobreza, la hambruna y la rivalidad entre Francia e Inglaterra, la historia podría haberse desarrollado en cualquier otro contexto de injusticia y miseria, pues la figura del héroe se descubre similar a la de tantos otros que habitan en el cine épico, entre ellos el general romano al que Russell Crowe dio vida en Gladiator. Incluso, por momentos, en Robin Hood se dejan notar influencias de otras producciones ajenas a Scott, como sería Braveheart (Mel Gibson, 1995), película que en los años noventa devolvió a la épica cinematográfica a lo más alto, o Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998); al menos esa es la impresión que produce la escena del desembarco de las fuerzas francesas en una playa inglesa hacia el final de la película.
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