La excelente acogida por parte de crítica y público de Toy Story puso en el candelero a John Lasseter y a su productora Pixar, que desde entonces se convirtió en un puntal de la animación generada por ordenador, con títulos tan destacados como Bichos (John Lasseter, Andrew Stanton, 1998), Monstruos S.A. (Peter Docter, Lee Unkrich, David Silverman, 2001), Buscando a Nemo (Andrew Stanton, Lee Unkrich, 2003), Los increíbles (Brad Bird, 2004), Cars (John Lasseter, 2006), Wall-E (Andrew Stanton, 2008) o las secuelas protagonizadas por el divertido grupo de juguetes: Toy Story 2 (John Lasseter, Lee Unkrich, Ash Brannon,1999) y Toy Story 3 (Lee Unkrich, 2010). Como ocurre en su predecesora, Toy Stoy 2 tiene como eje la amistad que une a los juguetes de Andy, lo que implica que apenas existan cambios respecto al complaciente mensaje que se esconde detrás de una impecable puesta en escena que destaca por su ritmo y por su concepción visual. Al parecer, la idea de Toy Story 2 surgió a raíz de la afición de John Lasseter por coleccionar juguetes, de modo que Woody se convierte en el objeto de deseo de un coleccionista que pretende enriquecerse a su costa, ya que poseer al vaquero implica completar la antaño famosa cuadrilla del rodeo y la venta de ésta a un museo. Como sucede con el personaje interpretado por John Wayne en El Dorado (Howard Hawks, 1966), el cowboy de trapo pierde la movilidad en su brazo derecho, realidad que decide a Andy a no llevarle con él al campamento de vaqueros. Este hecho genera el miedo en Woody, temeroso por dejar de ser un juguete querido para pasar a ser uno olvidado, de tal manera que las dudas asoman en la estantería donde la madre del pequeño le destierra, al menos esa es la sensación que tienen todos los presentes. A pesar de su nueva condición, Woody debe aparcar sus sentimientos para impedir la venta de un compañero y, aunque logra su objetivo, durante la acción de rescate cae en las garras del juguetero que han visto vestido de pollo en un anuncio televisivo. En ese instante el hombre pollo acaricia su ambición, pero ignora que ni Buzz ni el resto de la troupe se quedarán de brazos cruzados ante el secuestro de un miembro de la familia. El sentimiento de formar parte de un núcleo bien avenido, más allá del paso del tiempo o de las dudas, les decide a abandonar la seguridad que representa el cuarto del niño para embarcarse en una divertida odisea que tiene como fin la liberación del amigo desaparecido. Pero, durante su distanciamiento del seno familiar, Woody se deja tentar por la fama, convertida en la promesa de inmortalidad que conlleva su permanencia en el museo; así pues, en su interior se presenta el dilema de tener que elegir entre la eternidad o aceptar su caducidad y su finalidad como juguete (la de hacer feliz al niño que algún día dejará de necesitarle). Desde un punto de vista cinematográfico Toy Story 2 no decae en ningún momento, sustentada en el humor y la acción que se adueñan por completo de una narración en la que, como no, también hay cabida para guiños a otras producciones cinematográficas en unos mínimos compases de la overtura de Así habló Zaratustra de Strauss empleada por Stanley Kubrick en la banda sonora de 2001, una odisea del espacio o en la figura del malvado Zurg, que, emulando al Darth Vader de El imperio contraataca (Irwin Kershner, 1980), se sincera con Buzz, aunque no con el Buzz de Andy, sino con el inocente guardián galáctico que se une al grupo en la juguetería donde, por un instante, Rex se iguala a los tiranosaurios de Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993).
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