Trasladar la vida de un personaje real al cine puede plantear el problema de perderse en los hechos que se narran, y que éstos pierdan interés a medida que transcurre el metraje, hasta convertirse en una sucesión de imágenes que se alejan del lenguaje y tiempo cinematográfico, para convertirse en una caricatura tópica del personaje en cuestión. Howard Hawks no cayó en el error de intentar mostrar todos los aspectos que rodearon a Alvin C. York, encarnado con gran convicción por uno de los mejores actores que ha dado el cine estadounidense, Gary Cooper, quien dotó de humanidad y credibilidad a un personaje que inicia su recorrido sin saber qué hacer con su vida; desencantado con las tierras que trabaja y sin ninguna meta. Los primeros momentos muestran a un individuo carente de ilusiones o de un pensamiento que le impulse a enderezar su rumbo, lo cual sirve para realzar su transformación a ese hombre de fuertes convicciones morales en el que se convierte, y que por una ironía de la vida será proclamado héroe de guerra. Alvin C. York fue el soldado estadounidense más condecorado de la Primera Guerra Mundial, sus menciones se deben a la captura de ciento treinta y dos soldados alemanes y a la muerte de más de una veintena, suceso que se desarrolla en la parte final de la película. Sin embargo, su historia empieza en un pequeño y apartado pueblo de Tennessee, donde se descubre a un Alvin (Gary Cooper) pendenciero, que malgasta su tiempo entre borracheras y peleas, sin ninguna idea a la que aferrarse. Su madre (Margaret Wycherly) justifica el descontrol de su hijo en la necesidad de liberarse de la dureza y desesperación que le produce arar unas tierras rocosas que apenas producen. La vida de Alvin cambia cuando conoce a Gracie (Joan Leslie), de quien se enamora y a quien asegura que será su esposa; desde ese instante adquiere una meta que marca el cambio que se observa. Trabaja de sol a sol, apenas descansa, en su mente sólo cabe la idea de adquirir la parcela que debe pagar en un plazo de sesenta días, sin embargo, cuanto Alvin hace y sacrifica no vale de nada al descubrir que el vendedor ha incumplido su palabra. La desesperación sustituye a la ilusión, se siente impulsado a asesinar al hombre que le ha engañado, pero antes de encontrar a su víctima se produce un hecho que le cambia para siempre. Alvin cree haber visto una señal divina, hasta ese momento sus creencias religiosas han brillado por su ausencia, sin embargo, ese extraño hecho le convierte en un hombre de profundas creencias religiosas, las mismas que no le permiten alistarse en el ejército cuando su país entra en el conflicto. No obstante, el pastor Pile (Walter Brennan) le aconseja que se presente voluntario y que pida la exención declarándose objetor de conciencia, pero el resultado no es el deseado y Alvin es enviado al campo de entrenamiento donde destaca por su excelente puntería. En el interior de Alvin se desata un conflicto entre el deber (idea de patriotismo) y la moral (idea religiosa), una discusión que se resuelve a favor del primero, después de que el mayor Buxton (Stanley Ridges) le conceda un permiso para que se retire a pensar a las montañas que le vieron nacer. Desde una perspectiva cinematográfica El Sargento York (Sergeant York) no es un film bélico propiamente dicho, sino el seguimiento, más o menos biográfico, de los hechos más destacados de la transformación de un hombre que ha encontrado el camino que calma sus ansiedades, pero que, muy a su pesar, se convierte en un héroe aclamado por la multitud por hacer algo que no deseaba hacer (matar); porque lo que él desearía sería vivir en su valle, cuestión que queda patente antes, durante y después de su estancia en el frente europeo.
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