miércoles, 20 de octubre de 2021

Miss Ledya (1916)


<<Hay una definición importante, con la que me interesa empezar. A ver si adivináis a quien corresponde. Dice: “El cine es servidumbre asiática, odio sin exotismo, nirvana barata del pueblo. El tiempo en el cine no es cósmico ni sideral, es, simplemente, absurdo”. 


Esto lo decía don Ramón Otero

Pedrayo en la revista Vida Gallega, en el año 1955.


Parece que don Ramón —como muchos monstruos de la cultura gallega— no vieron El halcón maltés, ni Ciudadano Kane, ni El tercer hombre, ni Viva Zapata, ni siquiera se dio cuenta de que su amigo Xaquín Lourenzo rodara O carro e o home hacía poco, allá, en Lobeira.


Definitivamente, no quiero ir contra absolutamente nadie, sino, simplemente, definir una actitud que se produjo a lo largo de este siglo en Galicia. El cine, como todos sabéis, desde el año 1896 hasta que se estabilizó en las salas hacia el año 1910, fue considerado como un espectáculo de barracas para niños y para la plebe. A partir de ahí empezaron a suceder cosas en el mundo, cosas en España. Pero aquí, en Galicia, non nos dábamos cuenta de nada.


La gente vulgar, que a veces era más inteligente, iba al cine y sabía de las películas que echaban de Charlot o de Mack Sennett, o mismo de Fritz Lang, que venían anunciadas en primeira página en grandes periódicos como El Faro de Vigo o La Voz de Galicia.


Mientras, en grandes revistas como Nós, durante 136 números en 26 años, no aparece ni una cita al cine. Esto quiere dicir que los intelectuales gallegos […] durante todos esos años ni se percataron de que en el mundo existía el cine.


Y todos estos señores —que desde el año 1910 ignoraron la existencia del cine, hasta hace muy poco— mismo hoy en día lo siguen ignorando.


No es nada negativo —comprendo que esa gente tenía que construir un país, tenía que buscar las raíces para poder hacer etnografía, para poder hacer antropología—, pero ignoraban que el cine, la imagen, era un arma clave para esa misma gente, en su propio trabajo.


Es una pena que un señor como Gil […], que desde 1910 hasta 1935 registró más de 150 títulos de documentales sobre Galicia, fuese ignorado sistemáticamente tanto por las autoridades —murió en la indigencia, en la mayor de las pobrezas— como por los intelectuales a los que sacaba fotos, pero al que no daban valor. Era el fotógrafo, el que está detrás de la cámara, y nada más.


Estos señores, que, de alguna manera, pertenecían a la élite, ignoraban su existencia, non sé porqué. Aquí en Galicia […] se daba un paralelismo que, como tal paralelismo, hizo que no hubiese conexión entre la realidad social y los intelectuales que estaban defendiendo la cultura gallega. Parecía que los que defendían no buscaban la existencia de una cultura en Galicia; vivían en otra galaxia; no se daban cuenta de las historias que les contaban. No iban al cine; consideraban que era una servidumbre asiática. Me gustaría poder hablar con don Ramón para que me explicase que quería decir cuando hablaba de todo eso: “odio sin exotismo, nirvana barata del pueblo…”>>


(Texto íntegro, en su versión original en gallego, recogido en Chano Piñeiro: A luz dun soño e outros textos de cine. Centro Galego de Artes de Imaxe/Xunta de Galicia, A Coruña, 1995)


Estas palabras de Chano Piñeiro, pronunciadas en una conferencia celebrada en Santiago de Compostela, el 22 de marzo de 1990, hablan del ninguneo de la intelectualidad gallega hacia el cine —algo que no era exclusiva de ninguna intelectualidad ni lugar, sino tónica general hasta que se descubrieron y desarrollaron sus posibilidades expresivas y artísticas. Como señala el responsable de Mamasunción (1984), el afán y la necesidad de conseguir el reconocimiento cultural de la identidad gallega, provocó que los intelectuales mirasen en la cercanía y no se enterasen que en el mundo se empleaba el cine como medio de transmisión de cultura e ideas. Solo cabe recordar la postura de Lenin al respecto, que estaba convencido de que el cine era el arte que precisaban, el medio que le permitiría transmitir sus ideas (él diría las de la revolución), puesto que los datos le confirmaban que más de la mitad de la población rusa de entonces era analfabeta; o la propaganda nazi, que sorprendió al mundo de la mano de la cineasta Leni Riefenstahl y El triunfo de la voluntad (1934). No obstante, el propio Gil ofrece una prueba de que no todos los intelectuales que formaron las Irmandades da Fala y asomaron por la revista Nós le obviaron. Este fotógrafo detrás de la cámara, fue algo más, fue un pionero del celuloide y el responsable de Miss Ledya (1916), la primera película de ficción rodada en Galicia, o la que se considera como tal. Gil realizó su film tiempo después de que el cine italiano hubiese sorprendido al mundo del espectáculo cinematográfico con sus epopeyas Quo Vadis? (Enrico Guazonni, 1912) o Cabiria (Giovanni Pastrone, 1913), en la que Segundo de Chomón empleó unos raíles para realizar el que podría ser considerado el primer travelling de la historia del cine; también David Wark Griffith había realizado El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, 1914) y el cine avanzaba hacia la conquista de su universalidad silente y terrestre. No obstante, la industria cinematográfica que si bien existía en diferentes lugares del mundo, en Galicia era inexistente y solo quedaba la osadía de aventureros como GilMiss Ledya (1916) no posee la ambición de los títulos nombrados. Lo suyo es el desenfado escogió por su autor para crear un enredo plagado de tópicos.



Seis años antes de Miss Ledya, en 1910, este pionero nacido en As Neves (Pontevedra) había adquirido su primera cámara cinematográfica, una Gaumont, con la que se lanzó a su aventura cinematográfica ilusionado cual niño con su juguete nuevo. Durante el tiempo que siguió, Gil se dedicó a filmar actos sociales y culturales en Vigo, ciudad a donde se había trasladado en 1905 para continuar su exitosa labor fotográfica. Sus fotos llegaron a ser expuestas con aceptación popular en salas de proyección de la ciudad olívica, mientras crecía su afición por las imágenes en movimiento. Comedia de enredo, como ya se ha apuntado arriba, 
Miss Ledya se desarrolla en apenas veinte minutos, aproximadamente unos 540 metros de película, que se ubican en localizaciones naturales del río Lérez (Pontevedra) y en la illa da Toxa. La mayoría de los escenarios son exteriores —río y alrededores del balneario da Toxa—, lo que, unido al desenfado de Gil, incluso le da por introducir un telegrama enviado por Sherlock Holmes, le confiere un tono ágil, a pesar de que la cámara permanezca anclada en puntos fijos. De ese modo, la película se componen de una serie de planos estáticos, montados de manera lineal, por los cuales se mueven los personajes de una trama que encuentra en la estadounidense Miss Ledya (Fedra X. de Sandoval) a una joven que, en compañía de su tío (Victor C. Mercadillo) millonario, pasa sus vacaciones de verano en Galicia. Ella dice que se aburre y, repleta de vitalidad y quizá de morriña, necesita algo de diversión, precisa entretenerse, y la obtendrá cuando se vea envuelta en un complot anarquista, que tiene de blanco a los reyes de Suevia. Sin pretender asumir riesgos técnicos, Gil se apoya en la confusión de identidad, en la amenaza del anarquista Rusquin (Fausto Otero) y en los celos de Márgera (Marina Fonseca), convencida de que Ledya persigue a su novio Carlos (Antonio Blanco Porto), para crear un entretenimiento que hoy se disfruta como curiosidad histórica en la que también asoma otro ilustre gallego, en el papel de pastor protestante, uno de los grandes de la literatura galaica, ni más ni menos que Alfonso Rodríguez Castelao, escritor, periodista, intelectual, político, exiliado y autor de inolvidables obras gráficas, costumbristas y humorísticas, cargadas de crítica, galleguismo y retranca.



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