Con un reparto de los que llaman la atención del público, Woody Allen se deja caer por la comedia musical, colorista, fantasiosa, festiva, romántica, vital, para homenajear al género y pasear por sus propias constantes temáticas. Lo hace con soltura y desenfado, dejando que sea la voz de DJ (Natasha Lyonne) quien haga de guía por la historia de su familia, desde una perspectiva jovial que nos habla de Nueva York, de su madre, de su padrastro, de su padre y de sus hermanas, y de sus historias de amor y desamor. Desde ellas, el realizador neoyorquino insiste en la irracionalidad de los sentimientos y emociones, puesto que ni Allen ni su álter ego en la pantalla logran o pueden explicarlos. Esta constante que se extiende a lo largo de su filmografía apunta su particular razonamiento de lo irracional que supone razonar o pretender encontrar una explicación lógica para el amor y el desamor, el cómo surge el primero y las inciertas sendas que conducen a lo segundo; no hay certezas en cuestiones sentimentales, ni preparando las relaciones a conciencia ni jugando con ventaja o falseando intereses comunes para que rocen la perfección, como hace Joe, el personaje de Allen. No existe promesa de éxito ni de duración en el sentimiento al que cantan la mayoría de los personajes de Todos dicen I Love You (Everyone Says I Love You, 1996), salvo en el instante en el que se vive y en el que musicalmente insiste el espíritu del abuelo cuando, de cuerpo presente, regresa del más allá para dar una lección bailada y cantada de “carpe diem”. Puede que no le falte razón con el consejo que da a su familia, para que disfruten el instante vital antes de que las luces del espectáculo se apaguen.
Excepto Scott (Lukas Haas), que es republicano radical porque no le llega la sangre al cerebro, el resto de la familia de DJ siente deseos de amar y de amor. Pero el amor no se puede forzar para que aparezca, aunque Joe parezca lograrlo durante su conquista veneciana de Von (Julia Roberts), sin duda, uno de los momentos de la película. Allen nos hace partícipes de cuándo y cómo inicia sus movimientos, los recursos con los que cuenta para llevar a cabo su proeza seductora y lo aplicado que es a la hora de aprenderse las lecciones que DJ, su hija, le ha chivado porque escuchó los gustos, frustraciones y sueños de Von en la consulta de su psiquiatra. Pero aún así, con todo a su favor no hay esa magia que sí se descubre a orillas del Sena cuando Joe canta, baila y flota en un instante de mayor sinceridad emocional que la mascarada veneciana (o la parisina que comparte con Von y que no vemos en pantalla), un instante mágico junto su ex-mujer (Goldie Hawn). Allen vuelve a plantear esa circunstancia de los sentimientos, de su imposibilidad de explicar dónde se gestan y dónde empieza su agonía. Pero agonías hay las justas en la fantasía que es Todos dicen I Love You una comedia musical donde hay cabida para psiquiatras, pacientes, relaciones matrimoniales, Groucho Marx y para que el personaje de Allen sea familiar, sea el que se rastrea a lo largo de su filmografía como actor. De modo que el cineasta se regala un homenaje que ambienta, como no podía ser de otra manera, en un espacio lujoso, imposible y neoyorquino, que no desentonaría en comedias elegantes e irónicas de la década de 1930 y 1940, pero más allá de ese marco espacial recurrente que es Manhattan en el cine de Allen hay otros espacio, París y Venecia, que anuncian un cambio viajero en su tránsito cinematográfico, uno que busca nuevos paisajes geográficos para hablar de los mismos paisajes humanos —de dudas, deseos, emociones, sentimientos—, que dan forma homogénea a su obra fílmica.
Otra obra maestra a cargo de Woody Allen, ese genio al que hoy algunos se atreven a cuestionar.
ResponderEliminarPor cierto: te invito a visitar mi blog (Cinefília Sant Miquel). Yo ya me he hecho seguidor del tuyo.
Saludos,
Juan