Personaje a personaje, Alberto Sordi describió y caricaturizó con sus interpretaciones a un tipo reconocible, característico de la sociedad italiana de la época o, siguiendo las palabras de Mario Monicelli, <<incorporó personajes ambiguos, mezquinos, asumió en sus interpretaciones los modos de personajes italianos que existían, personajes viles, que se aprovechaban de los demás o que son serviles con el patrón>>1. A partir de estas interpretaciones, algunas impagables e irrepetibles, parte de la Italia de aquellos días quedó retratada de manera certera, aunque alejada del realismo asumido por el neorrealismo en la pantalla. Ya no se trataba de hacer una radiografía de la realidad filmando la supuesta realidad. No existía esa pretensión neorrealista, se trataba de expresar el sentir frente a esa misma realidad, pero desde la alteración -menos exagerada de lo que aparenta- y la interpretación subjetiva de las circunstancias, desde la sátira y el humor irónico que engrandeció a la commedia all'italiana. <Algún día, un antropólogo que estudie la galería de personajes que ha interpretado, encontrará ahí más verdad que en las películas que pretendían retratar la sociedad italiana>>2. Quizá esta sentencia de Rafael Azcona solo sea una verdad a medidas, pero tienta a recoger el desafío y realizar un análisis pormenorizado de las distintas complejidades que se representan en los personajes de Sordi. Pero no soy antropólogo, así pues, me limito a decir que, en buena medida, los anónimos interpretados por el actor romano son el reflejo, no tan exagerado como pueda parecer a simple vista, de hombres que podrían encontrarse en las épocas en las que se ubican las historias, aunque, en realidad, los marcos espacio-temporales son tan protagonistas como los propios personajes. Gracias a este tipo de comedias, el actor se convirtió en la imagen irónica que desvela y evidencia las distintas circunstancias sociales del momento; desde el matrimonio, como medio de ascenso económico, a la política, que se descubre sin más política que la del beneficio personal o en constante lucha de opuestos, pasando por los estamentos eclesiásticos o por el ámbito empresario-laboral donde se cuela la especulación urbanística o la fuga de divisas. Por estos y otros ambientes se movían los pícaros interpretados por Sordi o, según se mire, los desgraciados a quienes el romano dotó de ambigua humanidad y de entrañable patetismo. La mayoría presentan rasgos comunes entre sí. Son cobardes y embaucadores, en ocasiones rastreros y aprovechados, pero siempre tan honrados como el resto de los maleables, miserables y manipuladores que su presencia pone de manifiesto. Quizá mejor que ningún otro, él supo entender y dotar de entidad e identidad a ese tipo de individuo voluble por propio interés, que se deja llevar según sople el viento y que, tras mirar a su alrededor, se acerca al poder dominante y, si este deja de ser predominante, siempre habrá otro bajo el cual cobijarse. Si en anteriores papeles, como fue el caso de El jeque blanco (Lo sceicco bianco, Federico Fellini, 1951), había esbozado algunas de las características que definirían a su personaje, fue su Rosario "Sasà" Scimoni en El arte de apañarse (L'arte di arrangiarse, 1954) el que lo confirmó. La película de Luigi Zampa es una evolución lógica de los anteriores trabajos cinematográficos del realizador, un film que se posiciona en las antípodas del realismo y se decanta por la burla. Pero, sobre todo, es una divertida y lúcida caricatura de una sociedad donde los Sasà abundan en cualquier punto de su geografía humana. Zampa inicia El arte de apañarse con la detención del protagonista, en apariencia en tiempo presente. Esto le posibilita insertar el recuerdo del personaje, cuya voz nos traslada a Catania, tres décadas antes de que se produzca su arresto. Acompañados por su voz, accedemos a ese espacio que, aunque él intenta moldear a su gusto, crítica desde la ironía, mostrándonos que él es fruto de la misma sociedad en la que vive. En ese instante trabaja para su tío el alcalde (Franco Coop), el único honrado o, al menos, el único que no prioriza su beneficio personal, quizá porque se trata de alguien despistado y, como consecuencia, pase por ser honrado. Al contrario que su tío, cuya posición económica no corre más peligro que los gastos de su joven esposa (Elli Parvo), "Sasà" prioriza sin disimulo sus intereses, pues, ante todo, es sincero en sus prioridades: quiere vivir lo mejor posible, con el menor riesgo y esfuerzo. Su comportamiento reconoce que, para él, esos intereses son los más apremiantes, de ahí que a veces se descubra servil y otras mentiroso, pero, más allá de cualquier atributo o de la ausencia de valores permanentes, no puede ser más que quien le permite cada una de las situaciones y personajes que le salen al paso, las mismas y los mismos que la ironía de las palabras de Scimoni pone en entredicho. Y Sasà es como es, porque así lo exigen su entorno y el momento durante el cual vive, o intenta vivir, de la mejor manera posible, entre la corrupción política, la mafia, los movimientos obreros, el choque de ambiciones y el caos. Para sobrevivir a los tiempos que se suceden a lo largo del film, su nivel de egoísmo, necesario y natural, se desequilibra y se dispara, provocando que se aleje de cualquier idea de compromiso social. Es una imagen caricaturesca de la época, en realidad de varias etapas que no dejan de presentar los mismos síntomas, pero con nombres distintos. El inolvidable actor y sus inolvidables recreaciones fueron y son magníficos documentos humanos de aquel presente y, en El arte de apañarse, su "Sasà" Scimoni se convierte en testigo y protagonista de excepción. El pícaro de este divertido recorrido histórico pasa por las diferentes etapas italianas que comprenden desde la década de 1910 hasta la de 1950 y, como consecuencia, asume cualquier rol que le favorezca y le facilite su mejora económica y personal, de modo que no duda en ser socialista por lujuria, esposo por interés, propietario por herencia matrimonial, loco por miedo a ser enviado al frente, fascista por moda, desertor por cobardía, antifascista para evitar represalias de posguerra, comunista por si acaso o productor cinematográfico para seducir y, de paso, ganarse un sobresueldo; incluso, cuando sale de la cárcel y comprende que apenas le quedan opciones en la nueva Italia, decide crear su propio partido político. La irónica creación de Sordi es uno de los principales atractivos del film, pero no es el único, puesto que Zampa y Vitaliano Brancati se sirven del personaje para retomar y profundizar en las distintas circunstancias expuestas en su anteriores trabajos comunes -Años difíciles (Anni difficile, 1948) y Años fáciles (Anni facili, 1953)- y, así, completar su crónica social de un país que, desde los recuerdos de "Sasà", se observa con mucho movimiento, aunque sin cambios sustanciales que posibiliten la evolución hacia una sociedad donde el engaño no sea el único sinónimo de mejora.
1.Mario Monicelli en Quim Casas (coord.). Mario Monicelli. Festival de San Sebastián / Filmoteca Española, Donostia-San Sebastián / Madrid, 2008
2.Rafael Azcona. Revista Nosferatu, nº 33, abril, 2000
1.Mario Monicelli en Quim Casas (coord.). Mario Monicelli. Festival de San Sebastián / Filmoteca Española, Donostia-San Sebastián / Madrid, 2008
2.Rafael Azcona. Revista Nosferatu, nº 33, abril, 2000
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