Un poco de serie B, algo de western y una pizca de Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979) fueron algunos de los ingredientes que David Twohy entremezcló para dar forma a Pitch Black, un modesto film de ciencia-ficción en el que el espacio físico y una especie alienígena juegan un papel fundamental en el desarrollo de los acontecimientos que se producen después del aterrizaje forzoso de la nave en la que viaja el convicto que se presenta a sí mismo como un animal, aunque no tarda en desvelarse como el héroe de la función. Riddick (Vin Diesel) es un tipo en apariencia capaz de matar sin plantearse cuestiones morales, pero no es el único que puede hacerlo. Carolyn (Radha Mitchell), la piloto, intenta deshacerse de los viajeros porque también ella es una superviviente cuyo instinto le aconseja que haga algo que finalmente no puede poner en práctica. Durante su estancia en el planeta los remordimientos se apoderan de este personaje, en quien se fuerza el sentimiento de culpa y su intento por redimirse. A lo largo del film se observan características que no desentonarían en un western, ya que la acción transcurre en un espacio arenoso donde se produce el enfrentamiento entre el preso, Riddick, y Johns (Cole Hauser), una especie de marshall con placa que resulta ser un cazarrecompensas a quien no le queda más alternativa que pactar con el criminal cuando descubre que existe una amenaza mayor que el convicto. Pitch Black muestra una fotografía árida acorde con el espacio físico por donde transita el grupo que finalmente alcanza una base donde no encuentran rastro de vida, pero sí de agua y de una lanzadera que podría significar su salvación. Durante este instante de calma, que precede al eclipse que se avecina, tanto Johns como Riddck se muestran como dos niños que se acusan de esto y de aquello, situando en medio de su enfrentamiento a Carolyn, a quien revelan secretos como la adicción a las drogas y la falta de ética del primero o la posibilidad de que el segundo les abandone en cuanto cumpla su objetivo, que no sería otro que sobrevivir. La situación a la que David Twohy expuso a sus personajes no planteó nada nuevo dentro del panorama de la ciencia-ficción cinematográfica, aunque por momentos la película resulta un entretenimiento eficaz, sobre todo al emparentar a Riddick con marginados del estilo de Comanche Todd, el asesino y guía de La ley del talión (The Last Wagon, Delmer Daves, 1956) o Snake Pilksen, el solitario y duro antihéroe de 1997, rescate en Nueva York (Escape from New York, John Carpenter, 1980). Además de combinar en Riddick aspectos de éstos y de otros personajes de celuloide, Twohy intentó dotar de fuerza y de identidad dramática a la heroína de la función, como habían hecho Ridley Scott o James Cameron en la saga Alien, pero sin la fortuna de aquéllas dos primeras aventuras de la teniente Ripley. Y así entre tanto toma y daca los náufragos espaciales se encuentran transportando las células energéticas del lugar del accidente al campamento improvisado donde aguarda la nave que deben reparar antes de que sea demasiado tarde, porque el eclipse de los tres soles se acerca, y con él la oscuridad que domina el planeta cada veintidós años. ¡También es mala suerte que se hayan estrellado en ese preciso momento!, ¿no?. Pero así es el cine o las coincidencias. A partir de ese instante de oscuridad, Pitch Black muestra a los depredadores nocturnos como el peligro que reduce al grupo, de un modo similar al que se ha expuesto en tantas y tantas películas de este tipo, y como en todas ellas se busca una sorpresa final que no sorprende, al menos no debería hacerlo.
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