Para relanzar y modernizar la saga, los productores de 007 decidieron cambiar el rostro del agente por quinta vez, y desde un punto de vista económico la jugada les salió redonda. Con Pierce Brosnan en el papel de James Bond se inició una de las etapas más lucrativas para la franquicia, y como cada uno de sus predecesores, el actor irlandés aportó un toque personal al personaje, en este caso mostrando a un agente más elegante y sofisticado, igual o más brutal que los anteriores (aunque menos que el encarnado con posterioridad por Daniel Craig). Atrás quedaban el cinismo y la masculinidad de Sean Connery, la vulnerabilidad que no debilidad de George Lenzeby, la frivolidad caricaturesca de Roger Moore o a la sombría presencia del infravalorado agente encarnado por Timothy Dalton. Pero los tiempos exigen cambios, y 007 no es ajeno a estos, así que el Bond de Brosnan se adaptaba al cine de acción de los noventa mostrándose orgulloso de su imagen y consciente de que el panorama geopolítico abría nuevas posibilidades. De modo que Bond, a pesar de las palabras de M (Judi Dench), no es una reliquia de la Guerra Fría, sino un profesional que se reconvierte para encajar en una época en la que debe enfrentarse a enemigos que no trabajan por ideología, sino por venganza, dinero o ambas. Algunos de ellos serian colegas de profesión, como Valentin Zukovsky (Robbie Coltrane), antiguo miembro del K.G.B, que se aprovecha de la confusión creada tras la desintegración de la Unión Soviética para enriquecerse con negocios de una legalidad más que dudosa. Pero, además del cambio de protagonista y del panorama mundial, Goldeneye presenta otras novedades relevantes que sirvieron para adaptar la franquicia al nuevo orden social, así se descubre la importancia de la informática y las nuevas tecnologías, la presencia de una M femenina que no duda a la hora de imponer su autoridad, o el rechazo de Moneypenny (Samantha Bond) hacia la actitud y las palabras de James, las cuales califica de acoso. Sin embargo, y a pesar de su puesta al día, Bond todavía conserva aspectos del pasado, como sería su violencia expeditiva, su facilidad para seducir al sexo opuesto o su capacidad para ironizar después de enviar al otro barrio a quienes osan interponerse entre él y su misión. Para corroborar el cambio de época, Martin Campbell abrió Goldeneye con un prefacio que se desarrolla poco antes de la desintegración de la Unión Soviética, momento en el que Bond se encuentra en una misión conjunta con su compañero Alec Trevelyan (Sean Bean), a quien Ouromov (Gottfried John) apresa y ejecuta poco antes de dar paso a los títulos de crédito que muestran la caída del régimen soviético. De regreso a la trama se descubre a Bond en un tiempo posterior a la Guerra Fría, cuando se le somete a una evaluación psicológica que supera mientras mantiene una competición automovilística por las pendientes monegascas con Xenia Onatopp (Famke Janssen), la sádica, bella y peligrosa ninfómana que trabaja para Ouromov y el desconocido terrorista que se apodera del Goldeneye. Como curiosidad señalar que Martin Campbell volvería a ser el encargado de un nuevo cambio en la franquicia al ser el responsable de Casino Royale, película muy superior a Goldeneye, que si bien no se encuentra entre lo mejor de la saga, entretiene; al fin y al cabo eso es lo que se le exige a un agente que por muchas trabas a las que se enfrenta se niega a desparecer.
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