jueves, 24 de mayo de 2018

Crimen en las calles (1956)


La vista panorámica de la zona portuaria neoyoquina nos introduce de pleno en la nocturnidad de Crimen en las calles (Crime in the Streets, 1956), una en apariencia tranquila, dormida, salpicada por sonidos de barcos que se intuyen aunque no se ven. Por la oscuridad se mueve la banda de delincuentes juveniles liderada por Frankie Dane (John Cassavetes), pero no son los únicos que se citan en la noche, frente a ellos una pandilla rival avanza y la pelea callejera se desata. Donald Siegel deja que la lucha prosiga en la pantalla mientras inserta los títulos de crédito, que concluyen para dar paso a Frankie, exhortando a Angelo (Sal Mineo) para que amenace a un rival que escapa. La contundencia y la economía narrativa de Siegel no necesita más para explicitar la violencia y la desorientación juvenil del suburbio donde el presente adolescente es tan oscuro como la noche que contemplamos. Para el cineasta ese presente de violencia y distanciamiento es el crimen, no aquel que Frankie planea cometer con la colaboración de Angelo, el más joven e impresionable de la pandilla, y Lou (Mark Rydell), su admirador. Siegel enfoca su propuesta desde el drama social y la exposición de los jóvenes como víctimas del entorno, de los malos tratos y de la miseria en la que han crecido. Algunos como Frankie se encuentran atrapados en el odio, convencidos de que nada tienen que perder en un presente desalentador, fruto de hogares rotos y de infancias desatendidas. Los gritos, las palizas, la pobreza o el olor a podredumbre, referido por el personaje interpretado por Cassavetes, han formado parte de la niñez y solo han servido para generar el rencor y el distanciamiento del entorno, que rechazan y les rechaza, así como el deseo de endurecerse como vía para sobrevivir, imponerse y ser alguien. Siguiendo la estela de Richard Brooks en Semilla de maldad (Blackboard Jungle, 1955), Crimen en las calles señala al ambiente en el que han crecido y viven los adolescentes como parte parte del problema de incomunicación generacional expuesto. Ben (James Whitmore) lo sabe, porque en su adolescencia fue uno de ellos, aunque ahora lucha por alejar a los muchachos del encierro o la muerte. El drama se desarrolla en la calle marginal, pero también en la vivienda de Frankie, donde descubrimos el cansancio de una madre (Virginia Gregg) extenuada por su trabajo mal remunerado, que la aleja todo el día del hogar y de sus dos hijos. De diez años de edad, Richie (Peter Votriam) no vivió la niñez de su hermano y por ello presenta una personalidad contraria. Es dulce y desea vivir, algo que a Frankie ya parece no importarle, como denota su intención de asesinar al señor McAllister (Malcolm Atterbury) después de que este le haya abofeteado. Su intención se convierte en la obsesión que desvela la desorientación que Ben pretende encauzar para salvar al adolescente, que se niega a escuchar y a aceptar que la violencia no puede sustituir al cariño que precisa para encauzar una vida que corre el riesgo de perderse en su odio y resentimiento hacia todos y hacia sí mismo.

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