El diario de Ana Frank (1959)
Durante buena parte de la Segunda Guerra Mundial, el ejército alemán ocupó la práctica totalidad del continente europeo, imponiendo las directrices de una ideología irracional, el terror y la persecución de los judíos europeos. El suelo holandés fue uno de esos territorios ocupados militarmente, hecho que conllevó detenciones injustas, huidas u ocultaciones de muchas familias, a la espera del fin de semejante sinsentido. Tras su liberación del campo de concentración donde se hallaba retenido, Otto Frank (Joseph Schildkrant) regresa al escondrijo donde habría permanecido con su familia durante más de dos años. Cuando regresa a Holanda, lo hace solo, ya que ningún miembro de su familia ha sobrevivido, pero él nunca podrá olvidar a su esposa (Gusti Huber), ni a su hija Magot (Diane Baker) ni a su pequeña Ana (Millie Perkins), de quien siempre le quedarán los pensamientos que ésta plasmó en su diario, escrito entre el 12 de junio de 1942 y el 1 de agosto de 1944, día que serían delatados y arrestados. En 1942, los Frank, alertados del peligro que significa caer en manos del invasor, han preparado un escondite en la parte trasera de una fábrica de pimentón, pero no estarán solos, pues, movido por su buen corazón, Otto Frank invita al señor y a la señora Van Daan (Lou Jacobi y Shelley Winters), y al hijo de éstos, Peter (Richard Beymer). a compartir la seguridad del escondite. La vida en el ático comienza mostrando la esperanza, siempre expectantes de las noticias que escuchan por la radio o de las palabras de Kraler (Douglas Spencer) y Miep Gies (Dodie Heath), quienes también se encargan de suministrarles los alimentos que consiguen en el exterior. Pero la convivencia en un espacio tan reducido, dominado por la carestía y por la amenaza externa, se deteriora, al igual que sucede con la moral y la ilusión, al ver que nada ocurre y que su libertad está supeditada a permanecer en una prisión de la que no pueden salir, pero donde podrían ser descubiertos. Ana, la niña de trece años, se aferra a la creencia de que las personas son buenas por naturaleza, y habla a su diario de un futuro mejor, esperanza que choca con la realidad que les ha obligado a vivir en un cautiverio que afecta a sus mentes y a sus comportamientos. Ana observa, reflexiona y plasma en las páginas de sus cuadernos un presente incierto en el que se desvela la imposibilidad de la convivencia y la desesperación que domina en el ambiente, sobre todo tras la aparición de un nuevo inquilino, el señor Dussell (Ed Wynn). La incomodidad aumenta, de igual modo que lo hace la tensión que habita dentro de esas cuatro pareces dominadas por el miedo y la falta de alimentos; mientras, Ana evoluciona en su pensamiento, experimenta cambios en su cuerpo y en su relación con su entorno, con su padre (a quien adora), con su madre (a quien no comprende) y sobre todo con Peter (su primer y último amor). El diario real de Ana Frank fue recuperado por su padre y publicado en 1947, inmediatamente se convirtió en uno de los libros más vendidos y fue adaptado al teatro, cosechando un enorme éxito; cuatro años después del estreno teatral, George Stevens dirigió El diario de Ana Frank (The diary of Anne Frank), tomando como referencia la adaptación teatral, hecho que se deja notar y que crea la sensación de forzar el dramatismo de un hecho ya de por sí dramático. La narrativa empleada por Stevens no alcanza a transmitir, con fluidez y sinceridad, el estado mental que dominaría a personas condenadas a permanecer durante más de dos años encerrados, conscientes de que cada día podría ser el último; dicha circunstancia juega en detrimento del resultado final de El diario de Ana Frank, entre otras cuestiones por ese deseo de forzar el dramatismo, innato en las vivencias de Ana y familia.
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