Anatomía de un asesinato (1959)
Para un cineasta con personalidad y aspiraciones artísticas, el control sobre sus películas era y es fundamental, aunque no siempre resulta posible. Otto Preminger lo consiguió en muchos de los films que dirigió, puesto que también los produjo, y esta circunstancia le permitió mayor libertad a la hora de abordar proyectos tan complejos como Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, 1959). Esta magistral disección de un proceso judicial también es una excelente oportunidad para reflexionar sobre los celos, la violencia y la ambigüedad moral, así como sobre la manipulación presentes durante el juicio que el cineasta centroeuropeo desarrolla en dos partes. La primera parte del film se toma su tiempo para presentar a los personajes principales, sobre todo a Paul Biegler (excelente interpretación de James Stewart), un ex-fiscal que pasa su tiempo sin aparente preocupación por su futuro profesional. Biegler dedica sus jornadas a la pesca, a escuchar sus discos de jazz, a tocar el piano o a reunirse con Parnell McCarthy (Arthur O'Connell), con quien toma unas copas mientras repasan procesos judiciales del pasado. Es evidente que Biegler no muestra interés por reactivar su carrera de letrado, como tampoco concede demasiada importancia a abonar las mensualidades de una secretaría (Eve Arden) que no le abandona a pesar de no cobrar su sueldo. Pero la monotonía de este abogado de pueblo cambia cuando recibe la llamada de Laura Manion (Lee Remick), de quien nada sabe, hasta que McCarthy le dice que se trata de la esposa de un teniente del ejército acusado de homicidio. En un primer momento, Biegler duda si debe aceptar o no un caso que podría devolverle la confianza como abogado, además de proporcionarle algo de dinero; no obstante accede a entrevistarse con la señora Manion, en quien descubre, tras las gafas de sol que le ocultan los ojos, las marcas producidas por los golpes que el asesinado le propino mientras la violaba; al menos esa es su versión de los hechos, los mismos que provocarían que su marido descargase el cargador de su pistola en el cuerpo del supuesto violador. Desde el instante en el que Laura asoma en la pantalla se puede aventurar que se trata de una mujer capaz de poner nervioso a cualquier hombre, reacción que se aprecia en el abogado, pero también da la sensación de que se trata de una mujer que puede estar alterando parte de los hechos, con la intención de proteger a su marido y convencer a Biegler para que se haga cargo de su defensa. El teniente Manion (Ben Gazzara) no cae simpático (ni al abogado ni al espectador), quizá por su falta de sinceridad y cierta propensión a utilizar la violencia (explícita cuando agrede al compañero de celda que realiza un comentario sobre su esposa), ambas características delatan que podría ser capaz de matar a un hombre o de golpear a Laura por coquetear con otros. Aún así, Biegler asume que todo individuo merece una defensa, si existe una excusa para cometer el delito, por ese motivo acepta convertirse en su abogado.
<<¿Cómo puede el jurado no tener en cuenta lo que ha oído?>>, pregunta Marion a su abogado.<<No puede, teniente. No puede>>, le responde Paul después de que el juez se dirija al jurado para indicarles que no tendrán en cuenta ni la pregunta ni la respuesta que acaban de escuchar. Esta es una de las contradicciones del sistema legal y del juicio, que no se puede borrar lo dicho en la sala donde se desarrolla el grueso de Anatomía de un asesinato, un tribunal donde la verdad de los hechos importa menos que su interpretación por parte de los abogados, quienes, desconociendo la verdad, protestan, preguntan, manipulan respuestas y utilizan el resto de triquiñuelas legales para ganarse la simpatía del jurado, que finalmente será el que decante la balanza de la justicia. Los minutos transcurren presentando los hechos y a los testigos que permiten realizar un esbozo de los mismos, pero lo más interesante se muestra en el duelo entre el competente abogado defensor (utiliza la ironía, el humor y el ingenio como herramientas de trabajo) y Claude Dancer (George C. Scott), el fiscal estrella enviado para estar a la altura de Paul y ganar el caso, pues el fiscal oficial no posee las destrezas y la inteligencia precisas. La defensa tiene claro que la absolución del teniente pasa por demostrar su estado de locura transitoria, durante el cual no habría distinguido entre el bien y el mal, circunstancia ambigua de difícil demostración, que provoca que el abogado defensor se remita, siempre que puede, a la violación sufrida por la señora Manion. La acusación pretende tirar por tierra la estrategia de Biegler, como si la violencia de la que fue víctima Laura no contase, salvo para usarla en su contra, y así alejar las simpatías que pueda generar en el jurado el abuso sufrido por Laura Manion. Sin embargo, dicho jurado está compuesto por doce seres humanos, lo cual significa que aunque se les ordene no tener en cuenta las palabras de Biegler, no pueden olvidar aquello que han escuchado en la sala (prueba evidente de la ambigüedad y manipulación siempre presentes). La realidad que se observa resulta compleja, ya que el teniente es culpable de un crimen del que puede salir impune si se demuestra la veracidad de la excusa que, en un principio, convencería a Biegler para aceptar el caso, la misma que, hacia la conclusión del proceso, le genera ciertas dudas, al ser consciente de que puede haber sido utilizado para justificar un asesinato.
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