Como los días en la infancia y la adolescencia, el cine en su época juvenil era una experiencia continua, una aventura diaria, en el que cada jornada podía traer novedad y un nuevo paso hacia la madurez. Era más libre, más ingenuo y caótico. Mientras se divertía, buscaba definirse y encontrar cómo expresarse. Asentada la costumbre y la rutina, en la madurez de su lenguaje, el cine (su industria, su publico, incluso sus estudiosos) olvidó su niñez y a aquellos que entonces abrieron el camino. Fueron tantos que algunos solo son anónimos, otros son nombres recuperados del olvido y también los hay que han resistido en su leyenda. David Wark Griffith estuvo en aquella niñez, la vivió y la protagonizó; de hecho fue uno de sus grandes protagonistas, aunque luego cayese en el olvido del que sería rescatado para la Historia.
<<La aportación que hizo Griffith al cine que nacía no puede medirse hoy, cuando todas sus creaciones han sido asimiladas por sus alumnos y se han convertido en el fondo común del arte cinematográfico.>> (1) Grandes decorados, mayor profundidad de campo, uso del montaje para crear el efecto perseguido, es decir, empleado de modo consciente para crear épica, emoción, melodrama, héroes y heroínas, búsqueda del climax cinematográfico,… en definitiva: cine. David Wark Griffith intentó ser el más grande y, por un momento, lo consiguió. <<Era el líder indiscutible del negocio de la producción y de la dirección de películas. El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, 1915) estaba gozando de una larga carrera comercial en todo el país. “D. W.” era el maestro que todo joven director tenía presente, estudiaba e imitaba.>> (2) Fue en su esplendor, que situaré desde el exitoso estreno de El nacimiento de una nación, su película 466, hasta Las dos huérfanas (Orphans of the Storm, 1921), un periodo en el que produjo quizá lo mejor de su cine: Intolerancia (Intolerance, 1916), Corazones del mundo (Hearts of the World, 1918), La culpa ajena/Lirios rotos (Broken Blossoms, 1919) o Las dos tormentas (Way Down East, 1920), aparte de las ya citadas. Claro que luego llegaron América (America, 1924), La aurora de la dicha (Isn’t Life Wonderful?, 1924) o Sally, la hija del circo (Sally of the Sawdust, 1925). Hoy señalada, ayer El nacimiento de una nación hizo a muchos distribuidores millonarios, entre ellos a Louis B. Mayer, y a él <<lo convirtió en el director de cine más destacado. Era sin duda un genio del cine mudo. Aunque su obra era melodramática y a veces exagerada y absurda, las películas de Griffith tenían un toque original que las hacía dignas de ser vistas>> (3) En sus grandes obras logra emocionar al gran público, pero no resulta sutil a la hora de expresar sus ideas y los dramas que propone. ¿Para qué?, pensaría él, si lo que pretendía era crear la ilusión que, vista en la actualidad, cae en el exceso folletinesco y melodramático, debido, quizá, a que el cineasta limita su perspectiva. Prima lo sentimental, a veces cae en lo sensiblero, sobre lo intelectual; aboga por el espectáculo sobre la pausa y reduce el “mundo” a una cuestión ideológica tan simple que lo divide en Bien y Mal; y ahí, en el medio, a la espera de que venza el primero, introduce sus historias de amor, sus westerns, sus epopeyas o sus dramas e injusticias sociales.
Recordaba Raoul Walsh, otro genio del cine que se inició bajo la dirección de Griffith, el momento en el que este y los suyos se reunieron en la Gran Estación Central de Nueva York <<dispuestos a invadir California y presenciar el nacimiento de Hollywood>>. (4) Eran los pioneros, no todos, claro, pues también irían a California Cecil B. DeMille, que fue el primero en dirigir un largometraje en Hollywood —The Square Man (1913)—, Thomas Harper Ince, Samuel Goldwyn, B. P. Schulberg, Carl Leammle, Jessie Lasky y otros que fueron dando forma a lo que ya en la década de 1920 se convirtió en el centro de la industria cinematográfica. En la estación neoyorquina acompañaban al cineasta, el productor Frank Woods, el cámara Billy Bitzer, el actor y futuro director Christy Cabanne, las hermanas Dorothy y Lillian Gish, Jack y Lottie Pickford, Donald Crisp y más aventureros que partían del Este rumbo al lejano Oeste, hacia una nueva aventura, un comienzo. Griffith abandonaba la Biograph y creaba su propia compañía, Fine Arts Studios, más adelante, en 1915, se asociaría con Ince y Mack Sennett, antiguo discípulo suyo, para formar la compañía Triangle Films, y ya en 1919 lo hizo con Charles Chaplin, Douglas Fairbanks y Mary Pickford para crear la United Artists, con la que pretendían preservar su independencia frente a las majors. Griffith llegó a Hollywood cuando el lugar apenas era un desierto salpicado por cuatro casas de adobe. Allí, ante él, vio un folio sin escribir que, como cualquier hoja en blanco, se abría a las posibilidades. Aunque inventase, desarrollase y evolucionase recursos, no fue el inventor del cine, ni su padre, como gusta etiquetar a quien disfruta haciéndolo, pero sí fue uno de los máximos modernizadores de su expresión visual en la década de 1910. Para Frank Capra, por ejemplo, Griffith fue <<el primero y quizás el más grande artista de la cinematografía>>. (5) La suya, como cualquier otra opinión, era subjetiva y se dejaba unos cuantos nombres fuera de la historia del cine. En fin, supongo que todos escribimos o hablamos sin pensar en las omisiones, expresando simpatías y antipatías, gustos, fobias, conocimiento, ignorancia y cierta parcialidad, cuando no mucha, pero Capra no iba del todo desencaminado al reconocerle como “artista de la cinematografía”.
Griffith fue alumno, maestro y pionero, alguien imprescindible que evolucionó el medio cinematográfico a partir de allí donde otros habían llegado, tales como Edwin Spencer Porter, de los primeros grandes del cine estadounidense —en su popular Asalto y robo de un tren (The Great Train Robbery, 1903) había desarrollado el primer plano y roto las distancias entre pantalla y publico—, también fue quien le dio su oportunidad en el cine (como actor), los pioneros franceses tal Ferdinand Zecca y cual Méliès, de quien se llegó a plagiar su obra en Estados Unidos para no tener que pagarle los derechos de autor, o los italianos que se le habían adelantado en la creación de las superproducciones históricas, tales como Cabiria (Giovanni Pastrone, 1913) o Quo Vadis? (Enrico Guazonni, 1912). Influyó no solo al cine de Hollywood, sino al realizado en otros lugares del globo, <<fue sin lugar a dudas uno de los grandes definidores del lenguaje fílmico. Su influencia en el cine universal es gigantesca>>, (6). En Sergei Eisenstein y en Carl Theodor Dreyer, por citar dos grandes e ilustres ejemplos. Fue un cineasta “total” o, explicando la totalidad aludida, quiso ser artista, director independiente, empresario cinematográfico, distribuidor, cocinero, camarero y comensal —aparte de guionista, productor y director, también supo ver y encontrar en las películas de otros, tal como sucedió con Cabiria—. <<No podemos nunca confiarnos con un hombre como este. Sus mejores obras están manchadas de tics irritantes y las peores siguen estando llenas de notables expresiones visuales. Sus defectos, al igual que sus cualidades, son manifiestos; predica, se complace en la fácil sentimentalidad, hace múltiples concesiones a su público, del que él mismo ha dicho que tenía la mentalidad de un bebé de dos años. Pero posee, en grado superlativo, el sentido del cine.>> (7) Dio mucho y, durante un tiempo fue recompensado por ello con el reconocimiento y la popularidad, pero en cine, la industria que había ayudado a crear, le pasó por encima y le olvidó poco después de la llegada del cine sonoro —al que pertenecen sus dos últimas películas Abraham Lincoln (1930) y La lucha (The Struggle, 1931)—. Como Chaplin o Erich von Stroheim, Griffith era demasiado suyo e independiente para ajustarse a las normas e intereses de los magnates y del sistema de los estudios cinematográficos que dominó la industria hasta la década de 1960… O como escribió Capra: << El mundo del espectáculo es brutal con quienes han sido. Aquellos empujados desde la cima caen al valle del olvido; a menudo a la degradación. Lo veía a todo mi alrededor: D. W. Griffith, un hombre olvidado; Mack Sennett, caminando sin que nadie reparara en él en la ciudad que en sus tiempos gobernó como Rey de la Comedia; viejas estrellas suplicando trabajo de extra; campeones de boxeo reducidos a vagabundos tambaleantes, balbuceando una limosna. Vítores en el camino hacia arriba, mordiscos de piraña en el camino hacia abajo.>> (8)
(1) René Clair: Cine de ayer, cine de hoy (traducción de Antonio Alvárez de la Rosa) Inventarios Provisionales, Las Palmas de Gran Canaria, 1974.
(2) King Vidor: Un árbol es un árbol (traducción de Francisco López Martín). Paidós Ibérica, Barcelona, 2003.
(3) Charles Chaplin: Mi autobiografía. Círculo de Lectores, Barcelona, 1989.
(4) Raoul Walsh: El cine en sus manos (traducción de Francisco Delgado). Ediciones JC Clementine, Madrid, 1998.
(5) Frank Capra: El nombre delante del título (traducción de Domingo Santos). T&B Editores, Madrid, 2007.
(6) Miquel Porter Moix: Historia de las Artes. Vol. 3. Editorial Marín, Barcelona, 1972.
(7) René Clair: Cine de ayer, cine de hoy (traducción de Antonio Alvárez de la Rosa). Inventarios Provisionales, Las Palmas de Gran Canaria, 1974.
(8) Frank Capra: El nombre delante del título (traducción de Domingo Santos). T&B Editores, Madrid, 2007.
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