La política llevada a cabo por el gobierno conservador de Margaret Thatcher allá por lo primeros años de la década de 1980 se basó en una propuesta económica en la que primó el recorte del gasto público, privatizando empresas estatales, y la desregulación de los mercados, lo cual acarreó el cierre de fábricas y el despido de miles de trabajadores que pasaron a engrosar las listas del paro. Sin dinero y sin vistas a una reubicación laboral, desempleados como los de la industria metalúrgica de Sheffield se encontraron ante una espera que se prolongaba sin que nada sucediese, salvo que sus escasos ahorros disminuían a pasos agigantados. Como consecuencia, y ante la falta de soluciones beneficiosas para el trabajador, algunos de estos buscaron reinventarse para recobrar la dignidad y las posibilidades económicas que les devolviera la comodidad perdida como consecuencia de la crisis. Así descrito podría pasar por la introducción de un film de denuncia social dirigido por Ken Loach, sin embargo, Full Monty (The Full Monty) no deja de ser una comedia amable que presenta como telón de fondo esta situación laboral y social, dentro de la cual se descubre a un grupo de parados reconvertidos a strippers para ganarse su propio respeto, y algo de liquidez que les permita sobrevivir un día más. La idea de convertirse en bailarines exóticos parte de la imperante necesidad de Gaz (Robert Carlyle) de conseguir setecientas libras con las que pagar deudas y así no perder la custodia compartida de su hijo Nathan (William Snape). Pero la historia no se centra en un individuo sino en los seis miembros del grupo, sobre todo en tres de ellos: Gaz y su relación paterno filial, Dave (Mark Addy) y el complejo de gordura que afecta a su relación marital con una mujer forofa del estriptis masculino, y Gerald (Tom Wilkimson) y su falta de valentía a la hora de sincerarse con su esposa, a quien teme confesar que lleva seis meses en el paro. Entre una cuestión y otra se inicia la selección de candidatos, los ensayos y los contratiempos que, como no podía ser de otra manera en una comedia (no así en un film de Loach), se resuelven con el triunfo de los strippers en un final que les permite alejarse de esa cotidianidad que les ha venido denigrando desde la pérdida del trabajo y su condena a vagar por las ventanillas de una oficina de empleo donde la única oferta parece ser la de vuelva otro día, quizá otro año.
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