Le llaman Bodhi (Point of break) es una muestra del buen pulso narrativo de Kathryn Bigelow, capaz de asumir las riendas de la búsqueda existencial de su protagonista y presentarla desde la acción trepidante sin caer en una aburrida sucesión de persecuciones y tiroteos que jugaría en contra del verdadero interés que plantea el film. Le llaman Bodhi más que un thriller de acción se descubre como una reflexión que profundiza en aspectos íntimos de sus dos personajes principales: Johnny Utah (Keanu Reeves) y Bodhi (Patrick Swayze), pero desde una atractiva perspectiva en la que tienen cabida atracos, persecuciones, surf u otros deportes de riesgo. Entre tanta adrenalina destaca la presencia de ese debate existencial en el que aparentemente se oponen dos opciones, sin embargo estas se encuentran más próximas de lo que inicialmente se supone. Mientras Bodhi se rebela contra su entorno, Johnny acepta el medio en el que habita, aunque ni se adapta plenamente ni reconoce el engaño sobre el que se sostiene su existencia. Cuanto hace y dice nunca parece concordar con sus deseos, realidad que empieza a vislumbrar cuando contacta con Bodhi, convertido en una especie de guía espiritual que le transmite su afán por experimentar sensaciones que le procuren sentirse libre, y por lo tanto más próximo a la realización personal que el agente empieza a desear. La habilidad de Bigelow para presentar a sus personajes permite comprender las dudas que habitan en Utah al tiempo que este realiza su misión, durante la cual descubre que Bodhi es uno de los expresidentes que atracan sucursales bancarias como medio para expresar su rebeldía ante un sistema que rechazan. La opción escogida por el gurú del surf y sus tres acólitos les sitúa al margen de la ley, pero también les proporciona el dinero suficiente para continuar surfeando o realizando cualquier otra actividad que les acerque a la autorrealización que el líder del grupo predica constantemente. El vitalismo y vitalidad que manan de los delincuentes atrapan a Utah en el mismo momento que asume su falsa identidad de joven deseoso de emociones fuertes, aunque esta se descubre más auténtica que la real, sobre todo en los instantes que parece olvidar su condición de agente del FBI. Johnny se identifica con el entrono cerrado de los hombres que debe atrapar, atraído por la filosofía existencial de Bodhi, en quien ve a alguien que no se detendrá hasta alcanzar esa metafórica cabalgada perfecta de la que habla. El debate interno y la maduración de Johnny se produce en paralelo a su investigación policial, en la que inicialmente utiliza a Tyler (Lori Petty) para introducirse en ese universo al límite donde destaca la figura mesiánica de Bodhi, su igual y a la vez su opuesto, y cuya postura existencial no tarda en convertirse también en la suya. De ese modo se podría decir que el tiempo que Utah comparte con el grupo se convierte en un proceso de iniciación o aprendizaje, durante el cual se crea un nexo que le acerca peligrosamente al individuo con quien tarde o temprano tendrá que enfrentarse. pues a lo largo del film se descubre una constante de atracción-rechazo que apunta a un final inevitable en el que Johnny debe asumir su propia condición vital, aquella que le diferencia y también le iguala a Bodhi.
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