martes, 3 de diciembre de 2024

María Zambrano y más de su tiempo


La escritora mexicana Elena Garro cuenta en sus Memorias de España 1937 que <<una señora vestida de negro, con el cabello cortado a “la garçon” y fumando en una boquilla larga>> (1) se le acerca durante su estancia en España, adonde llega acompañando a Octavio Paz, con quien se casa siendo una adolescente y de quien se divorcia para dejar de oír reproches y poder ser ella misma. Paz acude a la península ibérica como participante en el Segundo Congreso de Escritores Antifascistas que se celebra el verano de 1937, en plena guerra civil, en las ciudades de Barcelona, Madrid y Valencia, también en París, donde dos años antes se celebra el primer encuentro. La fumadora no es otra que María Zambrano, <<la mejor discípula de Ortega y Gasset, después o antes de Julián Marias>>, (2) el joven filósofo que ofrece su ayuda a otro Julián, Besteiro, el profesor universitario y político socialista a quien admira, tal como deja constancia en su ensayo La guerra civil ¿cómo pudo ocurrir?: <<La leyenda del mes de marzo de 1939, nunca bien contada, de la cual soy quizá el último viviente que tenga conocimiento directo desde Madrid, en la clave de lo que la guerra fue en última instancia. Un análisis riguroso de lo que sucedió en este mes, de lo que se hizo y se dijo, arrojaría una luz inesperada sobre los aspectos más significativos de la contienda y sobre las posibilidades —destruidas— de la paz. Tal vez algún día intente presentar mis recuerdos y mis documentos de esas pocas semanas decisivas, que se pueden simbolizar en el nombre admirable de Julian Besteiro.>> (3) Pero su gesto, que honra a Marías, sucede en la inmediata posguerra, durante los días de encierro de Besteiro, los últimos de su vida, cuando, tras ser condenado por el régimen franquista a cadena perpetua, el socialista sufre las precarias condiciones carcelarias en el presidio de Carmona.


Frágil de salud, Besteiro se ve sin ningún tipo de ingreso económico y con la realidad de que a su mujer, Dolores Cebrián, quien, aunque en libertad, no se le permite ejercer la docencia por ser quien es: culta, comprometida, esposa del catedrático socialista, ella misma… Marías consigue para el profesor encarcelado el encargo de una traducción remunerada, lo cual aligera la pesada carga de Besteiro, que meses antes declina la oferta de abandonar el país y de ponerse a salvo. Él no se marcha. Comprende y asume que alguien debe quedarse para hacer frente al porvenir, aunque sea un frente simbólico. Además, ¿por qué huir, si es un hombre cuyo único delito es el intentar ser justo y moderado en un mundo en las antípodas? Antes de la guerra, sus ideas le enfrentan a las de Largo Caballero, su mayor rival en el partido y su compañero de prisión tras la huelga general de agosto de 1917, por la que ambos son encerrados junto con los también socialistas Andrés Saborit y Daniel Anguiano. Elegidos para las cortes en las elecciones, son amnistiados. Pero los avances democráticos y sociales son un espejismo que desparecen con el desastre de Annual (1921) y la posterior dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Por aquellos años, Zambrano, joven estudiante de filosofía, se posiciona a favor de las ideas republicanas y, obviamente, celebra el advenimiento de la Segunda República, que llega tras las elecciones municipales de abril de 1931 y la partida de Alfonso XIII. Poco después, junto a Rafael Dieste, forma parte de las Misiones Pedagógicas. Pero la República, cuyo primer gobierno pretende cambios que no ofendan a nadie, no contenta a todos y acaba molestando a muchos; lo que depara que sea menos tranquila de lo que auguraba aquel festivo 14 de abril del 31.


Incluso dentro del mismo partido se dan conflictos que crean posturas irreconciliables que aventuran otra mayor, la que sigue al fallido golpe de Estado del 17-18 de julio de 1936. Este precipita la dimisión de Santiago Casares Quiroga, a quien acusan de no haber estado a la altura; y, tras los fugaces gobiernos de Martínez Barrio (de apenas unas horas de duración) y de Giral, Azaña, apesadumbrado por el curso de los acontecimientos, se sabe atado de pies y manos y se ve en la tesitura de pedirle a Largo Caballero que forme gobierno. Su primera elección, Indalecio Prieto, más cercano a la socialdemocracia que al socialismo, no cuenta con el apoyo de su partido, pues Largo y los suyos se oponen a que los prietistas gobiernen. Por entonces, Besteiro permanece al margen de la política de estado; ni siquiera parece pintar nada en su partido, radicalizado por las presiones de sus bases y de sus juventudes, ya unidas a las comunistas. Como tantos otros talantes moderados, Besteiro siente impotencia ante el rumbo que toman los hechos, pues en ambos bandos observa o intuye locura e injusticia. Y no se equivoca: delaciones, persecuciones, falsas acusaciones, terror y “sacas” se suceden sin freno en uno y otro lado. “El horror”, que expresa Kurtz para la guerra en Apocalipse Now (Francis Ford Coppola, 1979), bien define la civil que se desata en España. No obstante, se mantiene ocupado en el ayuntamiento de Madrid, pero no participa de la revolución, ni en los distintos gobiernos que se suceden hasta el final de la guerra, momento en el que acepta formar parte de la Junta del coronel Casado que capitula Madrid en marzo de 1939. Cree su deber moral apurar la paz y evitar así más sufrimiento y muertes, las cuales, al final del conflicto, suman una cifra que ronda las trescientas mil vidas perdidas, según las estimaciones más fiables y precisas que se llevan a cabo.


María Zambrano y Javier Marias (segunda y tercero, abajo, a la derecha), al lado de José Ortega y Gasset (figura central)

Pero la paz que se impone no resulta compasiva como algunos optimistas esperan. Resulta vengativa, tal como otros suponen, y se cobra miles de víctimas que pasan a engrosar las cárceles franquistas o las fosas de los cementerios. Los exiliados se calculan en cientos de miles; muchos no retornan jamás, otros lo hacen con los años. Hay quien como Ortega sale del país antes de la guerra o durante los primeros tiempos: Clara Campoamor, Pío Baroja, Manuel Chaves Nogales o Claudio Sánchez Albornoz, a quien se envía a la embajada de Lisboa antes de la rebelión. Ortega no está contento con la República que se ha creado; él, un defensor de las ideas republicanas, expresa que la suya ideada <<no es eso>>. Tiempo después regresa a España, sumiso al nuevo orden; él, que hasta entonces se caracteriza por la libertad de expresión en sus palabras. Por entonces, la alumna es maestra y el maestro poco o nada puede influir ya en una mujer de ideas propias que la posicionan entre las ilustres pensadoras del siglo XX. Zambrano aprende junto a Ortega, sobre cuya influencia construye su pensamiento filosófico, por lo que no duda en decir que <<hablar del pensamiento de mi Maestro Ortega y Gasset, supone y exige de mí lo más difícil: hablarles de mi propia vida, especialmente de aquel tiempo llamado juventud, el más confuso y aun delirante por ser, no el de la fe —cosa de la madurez— sino el de la esperanza en busca de su argumento.>> (4) Al igual que su Maestro, María Zambrano, también alumna de Besteiro y de Xavier Zubiri en la Universidad Central, actual Complutense, abandona España, consciente de que su destino, en caso de quedarse, sería como el de tantos otros: el encierro (ya sea físico o mental) o la muerte, sino ambas. Así sería en los casos, por ejemplo, del poeta Miguel Hernández y del propio Besteiro. Garro apunta algo más sobre la filósofa malagueña y comenta de pasada: <<Supe que había enojo con Ortega y que Bergamín le escribió una carta terrible a Victoria Ocampo, en cuya casa de Buenos Aires se alojaba el filósofo español.>>


La escritora mexicana con la que inicio este comentario también recuerda el olvido en el que cae la ensayista y, sutilmente, critica la desmemoria: <<ahora nadie la recuerda o solo hablan de sus gatos…>> Pero tiempo después, cuando la muerte de Franco pone fin a su dictadura de  casi cuatro décadas, las obras de Zambrano se pueden publicar en España. En ellas expresa su pensamiento, humanista, poético. Avanzada la transición, en 1981, el año del 23F en el que el teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero amenaza, arma en mano, irrumpe en el congreso de los diputados y exclama su “¡Todos al suelo!”, a la escritora se le concede el premio Príncipe de Asturias (hoy, Princesa). Siete años más tarde recibe el Cervantes. En ella recae el honor de ser la primera mujer que lo recibe; y también es un honor para el premio el tenerla entre sus galardonadas. Ya en el siglo XXI, con aquello de la memoria histórica, José Luis García Sánchez, uno de los responsables del documental Dolores (García Sánchez y Andrés Linares, 1981), sobre la figura de la mítica “Pasionaria”, recuerda y recrea en su María querida (2004) a la intelectual nacida en Vélez-Málaga en 1904. La idea María Zambrano se convierte en la protagonista de su film y también del que quiere realizar Lola (María Botto) en la ficción cinematográfica propuesta por el cineasta salmantino. María, la real, regresa definitivamente a España en 1984, cuarenta y cinco años después de abandonarla tras la caída de la Segunda República… Pero María, la ficticia, no aprehende el pensamiento de la escritora ni el drama de los exilados.


(1) (2) Elena Garro: Memorias de España 1937. Editorial Salto de Página, Madrid, 2011.

(3) Julián Marías: La guerra civil ¿cómo pudo ocurrir? Fórcola Ediciones, Madrid, 2012.

(4) Maria Zambrano: España. Pensamiento, poesía y una ciudad. Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2008.

Entrevista a María Zambrano, de José Miguel Ullán, realizada en 1981.

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