El cine hecho en Hollywood ha sido, de largo, uno de los medios de difusión de conformismo para sedación y tranquilidad de la clase media; cierto que hay excepciones, tales como Charles Chaplin, Preston Sturges, Orson Welles, tres expulsados del paraíso porque comieron del árbol prohibido de la independencia creativa, John Ford, indiferente a los mandamases, Billy Wilder, cuya ironía le llevó a burlarse del sistema desde dentro, y los nombres que se les ocurran, pero son los menos… Por norma no escrita, aunque sí asumida y fomentada desde la era de los estudios, Hollywood fabrica un producto que pretende llegar al mayor número posible de consumidores; lo cual, a priori, es generoso, pero, en realidad, no le impulsa la generosidad, de la que carece, sino la posibilidad de un buen negocio. De modo que la “orden” es no exigirle un pensamiento crítico, solo complacerlo sin obligarle a un ejercicio de mínima reflexión que podría espantarlo o hacerle pensar. Ya no se trata de dar al público lo que quiere; nunca se ha tratado de eso, sino de venderle lo que no le contraríe, lo que se le imponga y se le venda como atractivo y elección suya, venta que aumenta sus posibilidades de éxito mediante reclamos publicitarios como puedan ser las “estrellas” que participan en tal o cual producción, o mismamente aprovecharse de la fama de una novela o de un género de moda. En todo caso, las empresas dedicadas a fabricar películas ofertan un producto que destinan a un público que juzgan infantil y poco exigente, tal vez por ello su producto más exitoso sea estándar destinado a un conjunto que valoran falto de inquietudes y de dudosa inteligencia. Lo cual me parece un desacierto, pero donde uno ve un error, otros lo interpretan como acierto y virtud, fuente de ingresos, de risas, de escapismo. Para explicarme, tal vez, Men in Black (Barry Sonnenfeld, 1997) sea un buen ejemplo…
En el cine en la que la vi, recuerdo que la mayoría reía incluso cuando no había chiste, carcajadas que me impedían, cómo siempre que se desataban, escuchar los diálogos. Lo bueno, me digo hoy, es que en películas como esta apenas importan las palabras ni las ideas porque su argumento cae en lo repetitivo y previsible, y los temas a desarrollar, por parte de guionistas y directores, son inexistentes. No hay intención de crear algo de peso que pueda exigir un esfuerzo. Se opta por tonos ligeros, que bien desarrollados y narrados pueden deparar resultados espléndidos e incluso magistrales, o por la saturación de chistes sin gracia, justificada en la supuesta comicidad de los comentarios de personajes-estereotipos como el joven “voy de guay y dicharachero” interpretado por Will Smith en contraste del “soy carca y lacónico” a quien da vida Tommy Lee Jones. El resto de la película es la cotidianidad de salvar al mundo y alardear de medios técnicos que no sirven para que algo evolucione, ni siquiera está historia de salvación terrestre, de etés y de colegas. Esos efectos no son un medio que ayude o aporte, son el fin mismo de la película, junto con su tono de comedia floja y de colegas que se suponen opuestos.
La trama de Men in Black tiene buenos, villanos, un maestro y un alumno, e incluso inmigrantes ilegales llegados allende las fronteras terrestres escapando de las penurias de sus planetas. Son seres galácticos y dicho adjetivo no obedece a una intención sensacionalista ni propagandística, solo indica y amplia su origen. Tampoco son como E. T. No quieren un teléfono ni regresar a casa, pues se encuentran muy a gusto en los Estados Unidos, sobre todo en Manhattan. Llegan al hogar de las barras y estrellas tal vez atraídos por su fama de país de emigrantes, aunque ignoran que allí hay clases migratorias y que la suya estará muy por debajo de los descendientes de los “peregrinos” del Mayflower… En todo caso, esta comedia dirigida por Barry Sonnefeld, director de fotografía de los hermanos Coen y de Rob Reiner en varias producciones de la década de 1980, y con producción ejecutiva de Steven Spielberg es ejemplo de “olvídese de lo que ha visto tan pronto salga de la sala y siga creyendo que el cine hollywoodiense es el único del planeta”. Puede que mi apreciación sea injusta, pero se basa en que Men in Black exprime el chiste fácil y los efectos especiales, pero, más allá de esto, su razón de ser y su prioridad resultan trasparentes: esto es un negocio y hay que obtener beneficios. La mejor forma: dándole al consumidor ese producto infantil que no le exige masticarlo, que no le obligue a un esfuerzo, que no le saque de su comodidad; y no hay nada que menos la altere que el vivir en la repetición, sin sobresaltos, sin nada que haga peligrar la sensación de bienestar y de seguridad; que para algo existen los hombres de negro, dispuestos a salvar el mundo en la pantalla y lograr mucho dinero fuera de ella, tanto que sus autores no dudaron en aprovechar el filón en sucesivas secuelas entre otras fuentes de ingreso... Suspiro un así le va al cine en general, pero habrá quien la vea con otros ojos, tal vez quien diga que se trata de una película con doble lectura y que, por lo bajo, habla de la emigración; o quien asegure que entretiene, que es lo que espera del cine, como alguien pueda decir con igual validez que le entretiene y divierte un verano de borrachera prolongada; aunque esto de los gustos no quiere decir que la película y la melopea sean buenas, solo placenteras con quienes así lo sientan…
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