Durante prácticamente un cuarto de siglo (1979-2003), Sadam Husein dictó el rumbo de Irak con mano de hierro y terror. Pero esto no parecía importar a la comunidad internacional, ni tampoco la guerra que mantuvo con Irán, el país vecino donde Jomeini se había hecho con el poder en 1979 —parte del momento se recrea en Argo (Ben Affleck, 2012)—, alentando la revolución islámica y provocando el temor del autócrata iraquí. Fue entonces cuando la suma de miedo, odio, ambición, entre otras irracionalidades varias, desbordaron en Sadam, que decidió golpear rápido y contundente a su dictador vecino, por aquello de “apura que da ventaja”. Mas ese golpe recibió respuesta y, a su vez, este obtuvo el siguiente que deparó el que precedería a la réplica y así continuaron durante los sangrientos ocho años (1980-1988) en los que los dos países se enfrentaron en una guerra que para occidente se redujo a líneas en los periódicos y segundos en los noticiarios radiofónicos y televisivos. Asumida la noticia, el conflicto persa dejó de preocupar a los medios internacionales, que muy de vez en cuando lo devolvían a la actualidad de sobremesa, mientras, el coste humano aumentaba hasta superar el millón de muertos; coste al que sumar heridos y desplazados. Tres años después del alto el fuego, a Sadam le daba por invadir Kuwait y anexionarlo, lo que provocó la inmediata reacción de la administración de George Bush, padre. Preocupado por sus intereses en la zona, el líder estadounidense organizó una coalición internacional, liderada por Estados Unidos, que desplegó sus tropas en una operación que se dio a conocer como Tormenta del desierto. Nombre pegadizo para una guerra mediática —la presencia de reporteras y reporteros es ya una imagen más de cualquier conflicto— y extraña para los soldados estadounidenses que en Tres Reyes (Three Kings, 1999) ven como concluye sin haber entrado en acción. Uno de los personajes principales, Conrad (Spike Jonze), dice <<no hemos tenido acción, señor>>. Ha finalizado la guerra sin pegar un solo tiro, y eso le contraría; salvo Troy (Mark Wahlberg), que abate a soldado iraquí el último día, ninguno más ha disparado su arma en “combate”. Realmente, nadie podría explicar porqué están allí, en un país del que lo ignoran todo. De hecho, Conrad, el más ingenuo de los personajes, debido a su nivel educativo básico, repite en el poblado del oro lo que habría escuchado cuando llegaron a Irak: <<¡Estamos aquí para su seguridad y protección!>>.
Entre sus instantes de humor, aventura, camaradería, balas y explosiones, David O. Russell, guionista y director, refleja en Tres Reyes la concienciación de los cuatro soldados protagonistas en su contacto directo con la situación que viven los iraquíes tras una guerra de liberación que solo lo es para Kuwait. A eso apunta o indica que la coalición internacional se desentiende de lo que pueda suceder a la población, una vez logrados los objetivos políticos que han ido a buscar. La abandonan a su suerte, o dicho de otro modo, a la represión de Sadam, cuyo terror afectaba tanto a su pueblo como a sus soldados. Pero el grupo de civiles con el que contacta el cuarteto no se queja de esto, sino de que Bush les abandone después de animarles a rebelarse contra el dictador. Queda claro que las fuerzas internacionales no se encuentran en Irak para liberar civiles, como recalca el superior (Mikelty Williamson) de Gaines (George Clooney) —<<¡No es nuestra política!>>, le recrimina cuando este pide que ayude a los refugiados. ¿Para que están allí? Cuando la guerra concluye, todavía no tienen la respuesta, pero es a partir de ese instante cuando los protagonistas de Tres reyes viven un conflicto bélico particular que les permite encontrar la suya propia.
Tomando como excusa un mapa del tesoro, oculto en el ano de un prisionero, Russell deja que sus pícaros se internen en un espacio más allá de las líneas controladas por la coalición, donde buscan apoderarse del oro que Sadam robó a Kuwait, y quedárselo. Pero las circunstancias —la realidad que descubren en los soldados iraquíes y en la de los civiles que aguardan las represalias— depara que su aventura sea también aprendizaje y concienciación, comprenden que la vida humana es el mayor tesoro y es su responsabilidad protegerlo; y ese es el motivo que justifica que estén ahí. Russell lo patentiza durante la odisea de Gaines y compañía, al igual que asume que la realidad de las guerras modernas viene determinada por la presencia de los medios y por la tecnología, que permite otro tipo de enfrentamiento, en el que matar a distancia posibilita que sea menos personal, que los agresores no sean testigos de su agresión. En la guerra moderna, el campo de batalla no se limita ni se reduce a una superficie alejada de la población civil, no hay un paso en las Termópilas o un Waterloo donde se enfrente dos ejércitos; en un conflicto actual el espacio bélico rompe los límites clásicos. Esto se observa en todo el cine ambientado en las guerras del siglo XX en adelante. Por ejemplo, el Irak de Tres reyes es el país entero, aunque se ubique y desarrolle mayoritariamente en una pequeña localidad que se amplía al desierto o se reduce a un búnker, según demande la necesidad y el momento. En las contiendas actuales, cualquier área bélica puede ocultar trampas explosivas, como apunta en En tierra hostil (The Hurt Locker, Kathryn Bigelow, 2008), o puede ser blanco de bombardeos inteligentes, cual sucede en Espías desde el cielo (Eye in the Sky, Gavin Hood, 2015), o sufrir una agresión fruto de la desinformación o de la manipulación de los medios, como aborda Green Zone (Paul Greengrass, 2010); pero en los casos señalados, y en otros sin citar, los responsables de las guerras parecen coincidir en deshumanizar o impersonalizar tanto a militares como a civiles, transformándolos en números y estadísticas, lo cual minimiza los posibles conflictos éticos derivados de sus decisiones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario