No fue casual que el cartel promocional de El buen alemán (The Good German, 2006) imitase al de Casablanca (Michael Curtiz, 1942), como tampoco lo fue el empleo del antiguo logotipo de la Warner para abrir la película, ya que una de las intenciones de Steven Soderbergh, al adaptar a la pantalla la novela de Joseph Kanon, fue la de dotar a su film de una estética clásica que deambula entre la nostalgia, el melodrama y la intriga, pero intercalando un tono realista que enfatiza el lado sombrío de la trama y de sus protagonistas. Quizá su atractivo, pero desequilibrado, intento de recuperar el estilo hollywoodiense de la década de 1940 en el siglo XXI no habría sido posible si antes no hubiera cosechado éxitos de taquilla como Traffic (2000) u Ocean's Eleven (2001). Su buena situación dentro de la industria, a buen seguro condicionaría su decisión de usar el blanco y negro y el material de archivo que inserta a lo largo de su propuesta, la cual, más allá de su aparente nostalgia, utiliza su aire retro para sumergirse en el ambiguo presente de Jake Geismer (George Cloney) y en su reencuentro con el pasado que pervive en sus recuerdos. El retorno de Jake a Berlín se produce como consecuencia de su trabajo de reportero de guerra y de la conferencia de paz que se celebrará en Potsdam, donde los líderes aliados tratarán el futuro de la Europa de la posguerra, al menos en apariencia, porque lo que está en juego es la supremacía en el nuevo orden mundial. Los primeros compases de El buen alemán muestran una capital destrozada por los bombardeos y a un personaje que habla de la felicidad que para él supone el conflicto. El cabo Tully (Tobey Maguire), asignado como conductor de Jake, piensa que la guerra es lo mejor que le ha pasado en la vida, pues esta le ha permitido dejar de sentirse un don nadie, al menos es la sensación que le produce el dinero que entra en sus bolsillos gracias a sus negocios en el mercado negro. Pero la trama no incide en este aspecto, aunque sí conduce a una nueva excusa argumental, aquella que introduce la intriga que implica el asesinato de Tully. A partir de la aparición del cadáver en las inmediaciones del lugar de la conferencia, la película se centra en los intereses enfrentados -en la sombra- tras la contienda bélica y en la relación presente entre Jake y Lena (Cate Blanchett), su amante en aquel pasado ya inexistente. Lena se descubre como una mujer que hereda rasgos del personaje interpretado por Marlene Dietrich en Berlín occidente (Foreing Affair; Billy Wilder, 1946), película de la que Soderbergh también tomó material cinematográfico para insertar en la suya. Como la Erika de Dietrich, Lena sobrevive intimando con los hombres, como sería el caso del joven cabo, al tiempo que intenta huir de los hechos pretéritos que en ella generan la culpabilidad de haber sobrevivido al holocausto. Al contrario que a millones de hebreos, el ser judía no implicó ni su encierro ni su muerte. Ella alude que su supervivencia fue posible gracias a su matrimonio con Emil Brandt (Christian Oliver), el matemático, oficial de la SS y secretario de uno de los científicos que desarrollaron los cohetes V2, a quien, en un primer momento, todos dan por muerto, al menos eso parece en una película de apariencias e intenciones ocultas. En el Buen alemán los parecidos y las realidades se intercalan para crear la situación que Jake pretende desvelar, a pesar del peligro que esto conlleva y del rechazo del que es víctima a medida que se acerca a la verdad del Berlín expuesto por Soderbergh, un Berlín que, similar a la Viena de El tercer hombre (The Third Man; Carol Reed, 1949), se encuentra dividido en sectores por donde fluye el mercado negro y por donde se oponen los intereses políticos y militares que darán pie a la guerra fría que durante décadas enfrentaría a quienes hasta entonces habían sido aliados por necesidad.
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